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A poca distancia de Hold & Be vivía una familia con los que los McCartney tenían una especial amistad. Sir Vaughan había tenido con anterioridad negocios en Sgt. Pepper's Town, dónde había hecho una regular fortuna y se había elevado a la categoría de caballero por petición del rey durante su alcaldía. Está distinción se le había subido un poco a la cabeza y empezó a no soportar tener que dedicarse a los negocios y vivir en una pequeña ciudad comercial; así que dejando ambos se mudó con su familia a una casa a una milla de Hold & Be, denominada entonces Vaughan Lodge, donde pudo dedicarse a pensar con placer en su propia importancia, y desvinculado de sus negocios, ocuparse solamente de ser amable con todo el mundo. Porque aunque estaba orgulloso de su rango, no se había vuelto engreído; por el contrario, era todo atenciones con todo el mundo. De naturaleza inofensivo, sociable y servicial, su presentación en St. James, es decir, su presentación en la corte real del palacio St. James para ser nombrado caballero personalmente por el rey, le había hecho además, cortés.

La señora Harrison era una buena mujer, aunque ella no era lo bastante inteligente para que la señora McCartney la considerase una vecina valiosa. Tenían varios hijos, la mayor, una joven inteligente y sensata de unos veinte años, era una amiga bastante íntima de Paul y Astrid.

Que los Vaughan y los McCartney se reuniesen para charlar después de un baile, era algo absolutamente necesario, y la mañana después de la fiesta, los Vaughan fueron a Hold & Be para cambiar impresiones.

— Tú empezaste bien la noche, Azul. — Dijo la señora McCartney fingiendo toda la amabilidad posible hacía la señorita Vaughan. — Fuiste la primera que eligió el señor Sutcliffe.

— Sí, pero pareció gustarle más la segunda.

— ¡Oh! Te refieres a Astrid, supongo, porque bailó con ella dos veces. Sí, parece que le gustó, sí, creo que sí. Oí algo, no sé, sobre el señor Epstein.

— Quizá se refiera a lo que oí entre él y el señor Epstein, ¿no se lo he contado? El señor Epstein le preguntó si le gustaban las fiestas en Sgt. Pepper's Town, si no creía que había muchachas muy hermosas en el salón y cuál le parecía la más bonita de todas. Su respuesta a esta última pregunta fue inmediata: «La segunda de los McCartney, sin duda. No puede haber más que una opinión sobre ese particular.»

— ¡No me digas! Parece decidido a... Es como si... Pero, en fin, todo puede acabar en nada.

— Lo que yo oí fue mejor de lo que oíste tú, ¿verdad, Paul? — Dijo Azul. — Algo que me pareció muy raro, fue lo que dijo el señor Lennon... Sutcliffe le estaba recomendando que bailase con una muchacha al azar, pero Lennon solo dijo algo como: «No está mal", ¡y después dijo que no era lo suficiente lindo como para tentarlo! Yo no entendí del todo, pero supuse que escapó después de eso por la vergüenza al equivocarse de pronombre. Eso de decir lindo, en vez de linda...

— ¡Que desagradable que es! — Dijo, captando la atención de todos los presentes. — Hasta para referirse a las personas es erróneo él. Qué felicidad que no bailó con aquella persona que dijo que no estaba nada mal. Es un hombre tan desagradable que la desgracia para todas las mujeres sería el gustarle. La señora Harrison me dijo que había estado sentado a su lado y que no había despegado los labios.

— ¿Estás segura, mamá? ¿No te equivocas? Yo vi al señor Lennon hablar con ella. — Dijo Paul.

— Sí, claro; porque ella al final le preguntó si le gustaba Dowton Abbey, y él no tuvo más remedio que contestar, pero la señora Harrison dijo que a él no le hizo ninguna gracia que le dirigiese la palabra.

— La señorita Sutcliffe me dijo — comentó Astrid. — que él no solía hablar mucho, a no ser con sus amigos íntimos. Con ellos es increíblemente agradable.

— No me creo una palabra, querida. Si fuese tan agradable habría hablado con la señora Harrison. Pero ya me imagino que pasó. El orgullo no le cabe en el cuerpo, y apostaría a que oyó que la señora Harrison no tiene carruaje y que fue al baile en uno de alquiler.

— A mí no me importa que no haya hablado con la señora Harrison. — Dijo la señorita Vaughan. — Pero desearía que hubiese bailado con Paulie.

— ¡Qué ocurrencias tuyas, Azul! — Dijo la madre con algo de ofensa. — Eso solo imagínatelo en tu mente, no, no, ¡ni siquiera en tu mente! — Intentó disfrazar la dicha de la hija mayor de los Vaughan con humor, pero sabía ella que nunca más recibiría a Azul en la comodidad de su hogar.

— Creo, mamá, que puedo prometerte que nunca bailaré con él. — Agregó Paul. — Porque ni siquiera podría.

— El orgullo — Dijo la señorita Vaughan. — ofende siempre pero a mí el suyo no me resulta tan ofensivo. Él tiene disculpa. Es natural que un hombre atractivo, con familia, fortuna y todo a su favor tenga un alto concepto de sí mismo. Por decirlo de algún modo, tiene derecho a ser orgulloso.

Paul no quiso abrir más sus labios.

— El orgullo — observó Emily, que se apreciaba mucho de la solidez de sus reflexiones. —, es un defecto muy común. Por todo lo que he leído convencida de que en realidad es muy frecuente que la naturaleza humana sea especialmente propensa a él, hay muy pocos que no abriguen un sentimiento de autosuficiencia por una u otra razón, ya sea real o imaginaria. La vanidad y el orgullo son cosas distintas, aunque muchas veces se usen como sinónimos. El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de nosotros.

— Si yo fuese tan rico como el señor Lennon — Exclamó un joven Vaughan que había venido con su hermana. —, no me importaría ser orgulloso. Tendría una jauría de perros de caza, y bebería una botella de vino al día.

— Pues deberías mucho más de lo debido — dijo la señora McCartney. — y si yo te viese te quitaría la botella inmediatamente.

El niño dijo que no se atrevería, ella que sí, y así siguieron discutiendo hasta que se dio por finalizada la visita.

...

Se me olvidó actualizar sorry 🥹🥹🥹🐢🐢🐢

𝐎𝐫𝐠𝐮𝐥𝐥𝐨 & 𝐏𝐫𝐞𝐣𝐮𝐢𝐜𝐢𝐨 & 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | 𝘔𝘤𝘓𝘦𝘯𝘯𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora