𝐈𝐗

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El día pasó lo mismo que el anterior. La señora Lane y la señorita Sutcliffe habían estado por la mañana unas horas al lado de la enferma, que seguía mejorando, aunque lentamente. Por la tarde Paul se reunió con ellas en el salón. Pero no se dispuso la mesa de juego acostumbrada. John escribía y la señorita Sutcliffe, sentada a su lado, seguía el curso de la carta, interrumpiéndole repetidas veces con mensajes para su hermana. El señor Lane y Sutcliffe jugaban al piquet y la señora Lane contemplaba la partida.

Paul se dedicó a leer simples libros de la biblioteca, y tenía suficiente entretenimiento con atender a lo que pasaba entre John y su compañía. Los constantes elogios de ésta a la caligrafía de Lennon, a la simetría de sus renglones o a la extensión de la carta, así como la absoluta indiferencia con que eran recibidos, constituían un curioso diálogo que estaba exactamente de acuerdo con la opinión que Paul tenía de cada uno de ellos.

— ¡Qué contenta se pondrá la señorita Lennon cuando reciba esta carta!

Él no contestó.

— Escribe usted más deprisa que nadie.

— Se equivoca. Escribo muy despacio.

— ¡Cuántas cartas tendrá ocasión de escribir al cabo del año! Incluidas cartas de negocios. ¡Cómo las detesto!

— Es una suerte, pues, que sea yo y no usted, el que tenga que escribirlas.

— Le ruego que le diga a su hermana que deseo mucho verla.

— Ya se lo ha dicho una vez, por petición suya.

— Me temo que su pluma no le va bien. Déjeme que se la afile, lo hago increíblemente bien.

— Gracias, pero yo siempre afilo mi propia pluma.

— ¿Cómo puede lograr una escritura tan uniforme?

John no hizo ningún comentario.

— Digale a su hermana que me alegro de saber que ha hecho muchos progresos con el arpa, y le ruego que también le diga que estoy entusiasmada con el diseño de mesa que hizo, y que creo que es infinitamente superior al de la señorita Baird.

— ¿Me permite que aplace su entusiasmo para otra carta? En la presente ya no tengo espacio para más elogios.

— ¡Oh!, no tiene importancia. La veré en enero. Pero, ¿siempre le escribe cartas tan largas y encantadoras, señor Lennon?

— Generalmente son largas, pero si son encantadoras o no, no soy yo quien debe juzgarlo.

— Para mí es como una norma, cuando una persona escribe cartas tan largas con tanta facilidad no puede escribir mal.

— Ese cumplido no vale para John, Pauline. — Interrumpió su hermano. — Porque no escribe con facilidad. Estudia demasiado las palabras. Siempre busca palabras complicadas de más de cuatro sílabas, ¿no es asi, Lennon?

— Mi estilo es muy distinto al tuyo.

— ¡Oh!,— Exclamó la señorita Sutcliffe. — Stuart escribe sin ningún cuidado. Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto.

— Las ideas me vienen tan rápido que no tengo tiempo de expresarlas; de manera que, a veces, mis cartas no comunican ninguna idea al que las recibe

— Su humildad, señor Sutcliffe— Exclamó Paul. —, tiene que desarmar todos los reproches.

— Nada es más engañoso — Dijo John. —que la apariencia de humildad. Normalmente no es otra cosa que falta de opinión, y a veces es una forma indirecta de vanagloriarse.

𝐎𝐫𝐠𝐮𝐥𝐥𝐨 & 𝐏𝐫𝐞𝐣𝐮𝐢𝐜𝐢𝐨 & 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | 𝘔𝘤𝘓𝘦𝘯𝘯𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora