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Cuando las señoritas Sutcliffe se levantaron de la mesa después de cenar, Paul subió a visitar a su hermana y al ver que estaba bien abrigada la acompañó al salón, donde sus amigas le dieron la bienvenida con grandes demostraciones de contento. Paul nunca las había visto tan amables como en la hora que transcurrió hasta que llegaron los caballeros. Hablaron de todo. Describieron la fiesta con todo detalle, contaron anécdotas con mucha gracia y se burlaron de sus conocidos con humor.

Pero en cuanto entraron los caballeros, Astrid dejó de ser el primer objeto de atención. Los ojos de la señorita Sutcliffe se volvieron instantáneamente hacia Lennon y no había dado cuatro pasos cuando ya tenía algo que decirle. El se dirigió directamente a la señoritas McCartney y la felicitó cortésmente por su mejora. También el señor Lane le hizo una ligera inclinación de cabeza, diciéndole que se alegraba mucho; pero la efusión y el calor quedaron reservados para el saludo de Sutcliffe, que estaba muy contento y lleno de atenciones para con ella. La primera media hora se la pasó avivando el fuego para que Astrid no notase el cambio de un habitación a la otra, y le rogó que se pusiera al lado de la chimenea, lo más lejos posible de la puerta. Luego se sentó junto a ella y ya casi no habló con nadie más. Paul, enfrente, con su labor, contemplaba la escena con satisfacción.

Cuando terminaron de tomar el té, el señor Lane recordó a su cuñada la mesa de juego, pero fue en vano; ella intuía que a John no le apetecía jugar, y el señor Lane vio su petición rechazada inmediatamente. Le aseguró que nadie tenía ganas de jugar, el silencio que siguió a su afirmación pareció corroborarla. Por lo tanto, al señor Lane no le quedaba otra cosa que hacer que tumbarse en un sofá y dormir. John cogió un libro, la señorita Sutcliffe cogió otro, y la señora Lane, ocupada principalmente en jugar con sus pulseras y sortijas, se unía, de vez en cuando, a la conversación de su hermano con la señorita McCartney.

La señorita Sutcliffe prestaba más atención a la lectura de John que a la suya propia. No paraba de hacerle preguntas o mirar la página que él tenía delante. Sin embargo, no consiguió sacarle ninguna conversación; se limitaba a contestar y seguía leyendo. Finalmente, angustiada con la idea de tener que entretenerse con su libro que había elegido solamente porque era el segundo tomo del que leía John, bostezó largamente y exclamó:

— ¡Qué agradable es pasar una velada así! Bien mirado, creo que no hay nada tan divertido como leer. Cualquier otra cosa en seguida te cansa, pero un libro, nunca. Cuando tenga una casa propia seré desgraciadísima si no tengo una gran biblioteca.

Nadie dijo nada. Entonces volvió a bostezar, cerró el libro y paseó la vista alrededor de la habitación buscando en qué ocupar el tiempo; cuando al oír a su hermano mencionarle un baile a la señorita McCartney, se volvió de repente hacia él y dijo:

— ¿Piensas seriamente en dar un baile en Dowton Abbey, Stuart? Antes de decidirte te aconsejaría que consultases con los presentes, pues o mucho me engaño o hay entre nosotros alguien a quien un baile le parecería, más que una diversión, un castigo.

— Si te refieres a John — Le contestó su hermano. —, puede irse a la cama antes de que empiece, si lo prefiere; pero en cuanto al baile, es cosa hecha, y tan pronto como Eleanor lo haya dispuesto todo, enviaré las invitaciones.

—Los bailes me gustarían mucho más — Repuso su hermana. — si fuesen de otro modo, pero esa clase de reuniones suelen ser tan pesadas que se hacen insufribles. Sería más racional que lo principal en ellas fuese la conversación y no un baile.

— Mucho más racional sí, Pauline; pero entonces ya no se parecería en nada a un baile.

La señorita Sutcliffe no contestó; se levantó poco después y se puso a pasear por el salón. Su figura era elegante y sus andares airosos; pero John, a quien iba dirigido todo, siguió enfrascado en la lectura. Ella, desesperada, decidió hacer un esfuerzo más, y, volviéndose a Paul, dijo:

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⏰ Última actualización: Oct 26 ⏰

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𝐎𝐫𝐠𝐮𝐥𝐥𝐨 & 𝐏𝐫𝐞𝐣𝐮𝐢𝐜𝐢𝐨 & 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | 𝘔𝘤𝘓𝘦𝘯𝘯𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora