𝐕𝐈𝐈𝐈

18 4 6
                                    

Paul pasó la mayor parte de la noche en la habitación de su hermana, y por la mañana tuvo el placer de poder enviar una respuesta satisfactoria a las múltiples preguntas que ya muy temprano venía recibiendo, a través de una sirvienta de Sutcliffe; y también a las que más tarde recibía de las dos elegantes damas de compañía de las hermanas. A pesar de la mejoría, Paul pidió que se mandase una nota a Hold & Be, pues quería que su madre viniese a visitar a Astrid para que ella misma juzgase la situación. La nota fue despachada inmediatamente y la respuesta a su contenido fue cumplimentada con la misma rapidez. La señora McCartney, acompañada de sus dos hijas menores, llegó a Dowton Abbey poco después del desayuno de la familia.

Si hubiese encontrado a Astrid. en peligro aparente, la señora McCartney se habría disgustado mucho; pero quedándose satisfecha al ver que la enfermedad no era alarmante, no tenía ningún deseo de que se recobrase pronto, ya que su cura significaría marcharse de Dowton Abbey. Por este motivo se negó a atender la petición de su hijo de que se la llevase a casa, cosa que el médico, que había llegado casi al mismo tiempo, tampoco juzgó prudente. Después de estar sentadas un rato con Astrid y Paul, apareció la señorita Sutcliffe y las invitó a pasar al comedor. La madre y las dos hijas la siguieron. Sutcliffe las recibió y les preguntó por Astrid con la esperanza de que la señora McCartney no hubiese encontrado a su hija peor de lo que esperaba.

— Pues verdaderamente, la he encontrado muy mal. — Respondió la señora McCartney. — Tan mal que no es posible llevarla a casa. El doctor Brian dice que no debemos pensar en trasladarla. Tendremos que abusar un poco más de su amabilidad.

— ¡Trasladarla! — Exclamó Sutcliffe. — ¡Ni pensarlo! Estoy seguro de que mi hermana también se opondrá a que se vaya a casa.

— Puede usted confiar, señora, — Repuso la señorita Sutcliffe con fría cortesía. —, en que a la señorita McCartney no le ha de faltar nada mientras esté con nosotros.

— Estoy segura— Añadió. — de que, a no ser por tan buenos amigos, no sé qué habría sido de ella, porque está muy enferma y sufre mucho; aunque eso sí, con la mayor paciencia del mundo, como hace siempre, porque tiene el carácter más dulce que conozco. Muchas veces les digo a mis otros hijos que no valen nada a su lado. ¡Qué bonita habitación es ésta, señor Sutcliffe, y qué encantadora vista tiene los senderos de jardín! Nunca he visto un lugar en todo el país comparable a Dowton Abbey. Espero que no pensará dejarlo repentinamente, aunque lo haya alquilado por poco tiempo.

— Yo todo lo hago repentinamente. — Respondió Sutcliffe. — Así que si decidiese dejar Dowton Abbey, probablemente me iría en cinco minutos. Pero, por ahora, me encuentro bien aquí.

— Eso es exactamente lo que yo me esperaba de usted. — Dijo Paul.

— Empieza usted a comprenderme, ¿no es asi? — Exclamó Sutcliffe volviéndose hacia él.

— ¡Oh, sí! Le comprendo perfectamente.

— Desearía tomarlo como un cumplido; pero me temo que el que se me conozca fácilmente es lamentable.

— Es como es. Eso no significa necesariamente que un carácter profundo y complejo sea más o menos estimable que el suyo.

— Paulie, — Exclamó su madre.—recuerda dónde estás y deja de comportarte con esa conducta intolerable a la que nos tienes acostumbrados en casa.

— No sabía que se dedicase usted a estudiar el carácter de las personas. — Prosiguió Sutcliffe inmediatamente. — Debe ser un estudio apasionante.

— Si; y los caracteres complejos son los más apasionantes de todos. Por lo menos, tienen esa ventaja.

— El campo, — Dijo Lennon. —no puede proporcionar muchos sujetos para tal estudio. En un pueblo se mueve uno en una sociedad invariable y muy limitada.

𝐎𝐫𝐠𝐮𝐥𝐥𝐨 & 𝐏𝐫𝐞𝐣𝐮𝐢𝐜𝐢𝐨 & 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | 𝘔𝘤𝘓𝘦𝘯𝘯𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora