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Por más que la señora McCartney, con la ayuda de sus hijas, preguntase sobre el tema, no conseguía sacarle a su marido ninguna descripción satisfactoria del señor Sutcliffe. Lo atacaron de varias maneras: con preguntas clarísimas, suposiciones ingeniosas, y con indirectas; pero por muy hábiles que fueran, él las eludía todas. Y al final se vieron obligadas a aceptar la información de segunda mano de su vecina lady Tizimín. Su impresión era muy favorable, sir Vaughan había quedado encantado con él. Era joven, guapísimo, extremadamente agradable y para colmo pensaba asistir al próximo baile con un grupo de amigos. No podía haber nada mejor. El que fuese aficionado al baile era verdaderamente una ventaja a la hora de enamorarse; y así se despertaron las vivas esperanzas para conseguir el corazón del señor Sutcliffe. — Si pudiera ver a una de mis hijas viviendo felizmente en Dowton Abbey, y a los otros igual de bien casados, ya no desearía más en la vida. — Dijo la señora McCartney a su marido.

Pocos días después, el señor Sutcliffe le devolvió la visita al señor McCartney y pasó con él diez minutos en su biblioteca. Él había abrigado la esperanza de que le permitiese ver a las muchachas de cuya belleza había oído hablar mucho; pero no vio más que al padre. La curiosidad de todos en la familia fue saciada, finalmente, porque tuvieron la ventaja de poder comprobar desde una ventana alta que el señor Sutcliffe llevaba un abrigo azul y montaba un caballo negro.

Poco después le enviaron una invitación para que fuese a cenar. Y cuando la señora McCartney tenía ya planeados los manjares que darían crédito de su buen hacer de ama de casa, recibieron una repuesta que echaba todo a perder. El señor Sutcliffe se veía obligado a ir a la ciudad al día siguiente, y en consecuencia no podía aceptar el honor de su invitación. La señora McCartney quedó bastante desconcertada. No podía imaginar qué asuntos le reclamaban en la ciudad tan poco tiempo después de su llegada a Hertfordshire; y empezó a tener que iba a andar siempre revoloteando de un lado para otro sin establecerse definitivamente y como es debido en Dowton Abbey. Lady Tizimín apaciguó un poco sus temores llegando a la conclusión de que solo iría a Londres para reunir a un grupo de amigos para la fiesta. Y pronto se corrió el rumor de que Sutcliffe iba a traer a doce damas y a siete caballeros para el baile. Las muchachas se afligieron por semejante número de damas; pero el día antes del baile se consolaron al oír que en vez de doce solo había traído a seis, cinco hermanas y a una prima. Y cuando el día del baile entraron en el salón, solo eran cinco en total: El señor Sutcliffe, sus dos hermanas, el marido de la mayor y otro joven.

El señor Sutcliffe era apuesto, tenía aspecto de caballero, semblante agradable y modales sencillos y poco afectados. Sus hermanas eran mujeres hermosas y de indudable elegancia. Su cuñado, el señor Lane, casi no tenía aspecto de caballero; pero fue su amigo el señor Lennon el que pronto centró la atención del salón por su distinguida personalidad, era un hombre alto, de bonitas facciones y de porte aristocrático. Pocos minutos después de su entrada ya circulaba el rumor de que su renta era de diez mil libras al año. Los señores declaraban que era un hombre que tenía mucha clase; las señora decían que era mucho más guapo que Sutcliffe; siendo admirador durante casi la mitad de la velada, hasta que sus modales causaron tal disgusto que hicieron cambiar el curso de su buena fama; se descubrió que era un hombre orgulloso, que pretendía estar por encima de todos los demás y demostraba su insatisfacción con el ambiente que le rodeaba; ni siquiera sus extensas posesiones en Londres podían salvarle de ya parecer odioso y desagradable y de que se considerase que no valía nada comparado con su amigo.

— ¡Agh, Emily, déjame pasar! — Su ceño fruncido fue lamento de muchas muchachas que tenían sus ojos puestos en el joven tan apuesto de cabellos azabaches y ojos tan hermosos como si fuesen piedras preciosas.

— ¡Paul, Paul, habla con ellos para que vengan! — Ruth estaba extasiada.

El mayor de los McCartney negó con su cabeza, algo incómodo por la atención que sus hermanas le brindaban a hombres a los cuales, él no les veía atractivo alguno. Paul llegó hasta a ser de los primeros en las filas para conocer y observar a los nuevos vecinos.

𝐎𝐫𝐠𝐮𝐥𝐥𝐨 & 𝐏𝐫𝐞𝐣𝐮𝐢𝐜𝐢𝐨 & 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | 𝘔𝘤𝘓𝘦𝘯𝘯𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora