CAPÍTULO 8: La foto

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—¿Me puedes decir dónde estabas? —indaga mi madre, mirándome fijamente con una ceja arqueada. Su voz es tensa, y puedo sentir la preocupación —. ¿Qué te pasa por la cabeza, Bridget? No tienes idea del susto que hemos pasado Ben y yo al descubrir que no estabas en tu cama...

—Mamá... —intento interrumpirla, pero ella sigue hablando, ignorando mis palabras.

—Escúchame bien —dice, su tono se vuelve más serio y autoritario—. Estás castigada. No quiero que salgas ni hables con nadie, ni en persona ni por teléfono. De la escuela a casa y de casa a la escuela. Y el teléfono me lo das ahora mismo —ordena, extendiendo su mano con una firmeza que no deja lugar a dudas.

Sin otra opción, le entrego el teléfono, sintiendo cómo un peso se asienta en mi pecho.

—Espero que te sientas satisfecha —respondo, mi voz temblando entre la indignación y la frustración—. Y puedes estar tranquila de que no saldré. ¿Sabes por qué? Porque nunca lo hago. Desde que estoy encerrada aquí todo el tiempo, ni amigos tengo, mamá —digo, con un nudo en la garganta que me impide respirar con facilidad.

Ella me mira con una mezcla de enojo y preocupación en sus ojos.

—Ve a tu recámara —resopla, como si esa fuera la única solución a todos mis problemas.

A medida que me alejo, siento cómo las lágrimas amenazan con escapar. La frustración hierve en mi interior; no solo estoy atrapada físicamente, sino también emocionalmente.

No digo nada más; simplemente lo hago, porque no quiero empeorar las cosas. Entiendo su punto de preocupación, después de todo, es mi madre. Me siento en el borde de mi cama, sintiendo la fría superficie del colchón bajo mí. La habitación está en silencio, y la única compañía es el eco de mis pensamientos rebeldes. Ahora, hasta descomunicada estoy. Perfecto. Solo me falta que, en un ataque de rabia, mi madre decida enviarme a Canadá con mis abuelos y me meta en un internado.

Me coloco mi uniforme, una vez ya duchada

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Me coloco mi uniforme, una vez ya duchada. Con movimientos suaves, recojo mi cabello en una coleta alta. Al acercarme a mi pequeña ventana, la abro de par en par y recibo el maravilloso viento del amanecer, que acaricia mi rostro como un susurro cálido. Cierro los ojos y empiezo a inhalar y exhalar lentamente, dejando que la brisa fresca me llene de energía antes de enfrentar otro día más.

Cuando finalmente abro mis ojos, el espectáculo que se despliega ante mí es simplemente hermoso; los tonos dorados y rosados del cielo se mezclan. Hoy me he levantado más temprano de lo habitual, un impulso inexplicable me lleva a pensar que quizás hoy pueda ser un día mejor, aunque en mi interior una voz duda y murmura que será igual que los anteriores.

Después de varios minutos disfrutando de la vista, cierro la ventana con un suave click y tomo mi mochila. Bajo las escaleras con cuidado, tratando de no hacer ruido, y noto que mamá aún no se ha despertado. Coloco mi mochila en la isla de la cocina con un ligero golpe sordo y me dirijo hacia la cafetera. Enciendo la máquina y escucho el suave goteo del café mientras se calienta su aroma envolvente empieza a llenar el aire.

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