El aire nocturno estaba cargado de una extraña mezcla de tranquilidad y tensión mientras caminaba hacia el lugar que, en algún punto de mi vida, había llamado "hogar". Mi pueblo natal. Donde había crecido, donde habían nacido mis sueños... y donde esos mismos sueños fueron aplastados bajo el peso de traiciones y mentiras. Ahora, todo parecía un recuerdo distante, casi borroso, como si esa vida perteneciera a alguien más, a un ser humano que ya no era yo.
El sendero oscuro hacia el pueblo me recordaba a los viejos caminos que recorría cuando era niño. Cada rincón, cada esquina, traía memorias de un tiempo en el que la inocencia me envolvía, antes de que la oscuridad se apoderara de mi vida. Ahora, todo lo que sentía era una furiosa mezcla de odio y un creciente deseo que nunca había sentido antes. Un deseo que se encendía cada vez que las manos de Evangeline me guiaban hacia la destrucción.
Durante esta última semana, algo había cambiado dentro de mí. Cada vez que mataba a una de esas criaturas, esas aberraciones que deambulaban en la noche, algo dentro de mí se encendía. No solo era la adrenalina de la lucha, no solo era la satisfacción de sobrevivir, sino algo más profundo, algo que no quería admitir pero que no podía ignorar. Cada gota de sangre, cada desgarrón de carne, despertaba en mí una extraña excitación. Una sensación de poder que crecía más y más con cada víctima.
Evangeline lo sabía. Lo veía en mis ojos, lo sentía en cada movimiento, en cada respiración que compartíamos tras las batallas. Su mirada de complicidad no hacía más que alimentar esa oscuridad, esa pasión peligrosa que, de alguna manera, comenzaba a devorarme. Ella también lo sentía, esa conexión perversa entre el poder y el placer. Pero no podía evitarlo... ya no.
Finalmente, el camino me llevó hasta la entrada del pueblo. Las luces de la pequeña universidad local aún brillaban en la distancia. Durante un breve momento, me detuve a observar el lugar, recordando el futuro que alguna vez quise construir allí. Era el sueño de un joven inocente, un sueño que ahora estaba hecho añicos por decisiones que ya no tenían marcha atrás. Y peor aún, ese sueño fue destruido por una mujer, una vampiro que había cambiado mi destino para siempre.
Mi mente seguía recordando cómo había sido convertido, cómo Evangeline me había dado esa "vida eterna" que nunca pedí. Ahora, esa existencia inmortal no era más que una constante espiral de sangre y muerte.
Seguí caminando hasta llegar a mi casa. La casa donde vivía mi madre, mi padrastro... y esa maldita hermanastra que siempre me hizo la vida imposible. Me detuve fuera de la ventana, escondido en las sombras, mientras observaba la escena adentro. La familia que una vez me había despreciado, que había hablado mal de mí a mis espaldas, ahora estaba sentada en la mesa, cenando, riendo... como si yo no existiera, como si mi ausencia fuera motivo de alegría.
Escuché sus risas, escuché cómo hablaban mal de mí. Las palabras llenas de desprecio y burla llenaron el espacio, y cada sílaba encendía una ira feroz dentro de mí. No era solo el rencor, era algo más oscuro, algo mucho más primitivo. Ya no era el humano que solía ser, ya no era el hijo, el hermanastro... ahora, era una bestia, un depredador, y ellos, meras presas.
Mis ojos brillaban en la oscuridad, observando cada uno de sus movimientos, cada detalle de sus despreocupadas vidas. Y entonces, me decidí. Mi voz, suave pero firme, se dejó escuchar desde el otro lado de la ventana.
"¿Me extrañaron?"
El sonido de mi voz los hizo voltear, y al verme, sus rostros cambiaron. El terror los invadió al instante, y esa satisfacción que sentí al ver el miedo en sus ojos fue indescriptible. Sin dudarlo, rompí la ventana en mil pedazos, entrando en la casa con la furia y velocidad de una sombra.
Lo que siguió fue un caos absoluto. Lo que antes eran risas se convirtió en gritos de horror y desesperación. Mi madre, mi padrastro y mi hermanastra intentaron escapar, pero ya no había lugar para huir. En ese momento, ya no me importaba nada, solo el deseo ardiente de sangre, de venganza, de hacerles sentir el dolor y la angustia que habían causado. No era solo por lo que decían de mí, era por todo el rechazo, todo el desprecio que había soportado durante años.
Mi cuerpo se movía como una máquina imparable. Los gritos se mezclaban con el sonido desgarrador de la carne siendo destrozada, y la sangre brotaba como una tormenta roja. Mis manos, ahora transformadas en armas letales, desgarraban cada cuerpo sin piedad, succionando hasta la última gota de vida de aquellos que alguna vez llamé "familia". Y con cada gota de sangre que sentía fluir dentro de mí, más poderoso me sentía. Más imparable.
Finalmente, cuando todo terminó, me quedé de pie en medio de lo que alguna vez fue una sala de estar, ahora convertida en un baño de sangre. Los cuerpos inertes de mi madre, mi padrastro y mi hermanastra yacían destrozados a mi alrededor, sin una sola gota de sangre restante en ellos. Sentía su poder fluyendo en mí, y con ese poder, vino un éxtasis oscuro y aterrador. Era una sensación abrumadora, un placer insaciable que no había conocido antes.
Pero algo más me perturbó. Cuando la adrenalina del momento comenzó a bajar, me di cuenta de que no sentía culpa. Ningún remordimiento. No había tristeza por la muerte de mi madre, ni siquiera un atisbo de arrepentimiento por lo que había hecho. Solo una sensación de triunfo. Era como si ya no fuera capaz de sentir lo que un humano sentiría.
El sonido de pasos acercándose interrumpió mis pensamientos. Miré hacia la entrada de la casa, y vi a la gente del pueblo acercándose, alarmados por los gritos y el caos. Pero no me importaba. Me aseguré de que no pudieran ver mi rostro, cubriéndolo con la sangre que ahora adornaba mi cuerpo. Era una escena grotesca, pero me hacía sentir... oculto, poderoso.
Me vieron por solo un segundo, y antes de que pudieran reaccionar, ya había desaparecido en la oscuridad de la noche, moviéndome con la velocidad de un depredador. Dejé atrás el pueblo, el hogar, los cadáveres, y regresé a la mansión donde ahora residía, sin saber que alguien más me observaba desde las sombras.
Evangeline estaba allí, esperándome. Su mirada brillaba en la penumbra, pero no era una mirada de desaprobación. Era algo mucho más perverso. Era excitación. Un brillo oscuro en sus ojos me indicaba que lo que había hecho le había causado un placer que solo nosotros, los vampiros, podíamos comprender.
"Veo que has disfrutado de tu pequeña... visita familiar", dijo con una sonrisa lasciva, acercándose a mí. Su voz suave y envolvente me rodeó, como el terciopelo acariciando mi piel.
La sangre aún cubría mi cuerpo, mi rostro, y aunque no lo admitía en voz alta, yo también sentía esa misma excitación. Sabía que había cruzado una línea de la que no había retorno, pero ahora, ya no me importaba.
"¿Lo ves?", murmuró mientras su mano acariciaba mi cuello y hombros manchados de sangre. "Este es tu verdadero poder. Este es el placer que solo los de nuestra especie podemos comprender".
Me quedé en silencio, observándola mientras su mirada recorría cada parte de mi ser con un deseo apenas contenido. Sabía que, en ese momento, ambos compartíamos el mismo entendimiento: el poder y el placer estaban ahora entrelazados para siempre en nuestras existencias vampíricas. Y aunque una parte de mí debería haber sentido repulsión por lo que había hecho, todo lo que sentía era un placer oscuro y un hambre que solo acababa de comenzar.
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VAMPIRA....[T/N]
VampirosUn pueblo el cual es para turistas, que esconde un pasado de horror