Capitulo 8: Como tiro en la cabeza

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El aire denso del bosque era apenas un susurro a nuestro alrededor mientras caminábamos, envueltos en la oscuridad y en el silencio inquietante que solo interrumpía el sonido de las hojas bajo nuestros pies. Evangeline, como siempre, caminaba delante de mí con esa gracia que la hacía parecer más una cazadora felina que una vampira, su silueta elegante moviéndose con una precisión aterradora. De vez en cuando, se giraba hacia mí, me sonreía con esos ojos oscuros llenos de una promesa velada, y yo sabía lo que vendría. Cada vez que lo hacía, un hormigueo me recorría el cuerpo.

Mi vida desde que Evangeline me convirtió en vampiro había sido una espiral de caos, violencia y un placer que nunca antes había experimentado como humano. Ella me mimaba constantemente, me colmaba de caricias y besos que dejaban en mi piel una sensación de ardor que se mezclaba con la sed de sangre que nunca se apagaba. A veces, esas caricias eran suaves y tiernas, pero otras veces se volvían más... crudas, más dominantes. Cada vez que su lengua recorría mi cuello, sentía ese poder oscuro fluir a través de mí, recordándome lo que ahora éramos.

Llegamos a una enorme mansión lujosa, tan imponente que se erguía entre los árboles como un palacio olvidado en medio del bosque. La estructura tenía un aire decadente y atemporal, como si perteneciera a otra era, pero perfectamente mantenida. Las ventanas altas y los arcos de piedra se destacaban bajo la luz de la luna, haciendo que pareciera el lugar ideal para lo que pronto descubriría. No sabía por qué estábamos allí, y no me importaba demasiado. Evangeline lo llamó "refrescarse", una palabra que sabía que ocultaba mucho más.

La entrada a la mansión nos recibió con el eco de nuestros pasos resonando en el mármol. El interior era aún más lujoso: una gran escalera de caracol, candelabros que colgaban del techo como joyas resplandecientes, y muebles tan caros que parecía que pertenecían a reyes. Pero lo que más me desconcertó no fue la opulencia de la mansión, sino la figura que nos recibió.

Allí, de pie, como si la historia misma hubiera sido retorcida, estaba el presidente John F. Kennedy. El mismo hombre que, según los libros de historia, había sido asesinado décadas atrás, nos sonreía como si nada hubiera pasado. Me quedé congelado, confuso. Mis recuerdos de la historia me decían que este hombre debería estar muerto. Pero aquí estaba, más vivo de lo que parecía.

Evangeline, sin embargo, no mostró sorpresa. Ella parecía saber perfectamente lo que estaba pasando. Su sonrisa se hizo aún más pronunciada, como si esta reunión fuera solo parte de un plan mucho más grande.

"Bienvenidos," dijo el presidente Kennedy con una voz calmada, pero llena de autoridad. "He preparado un banquete especial para ustedes".

No había necesidad de palabras para entender lo que ese "banquete" significaba. Lo supe por el simple hecho de estar en la misma habitación. Mi sentido del olfato vampírico captó el aroma antes de que el presidente diera la orden. El miedo. El pánico que emanaba de los guardias que entraron poco después, escoltando a un grupo de al menos cien presos. Criminales, según las palabras de Kennedy, condenados a una eternidad en prisión. Pero ahora, su destino había cambiado drásticamente.

Los guardias estaban petrificados, el sudor bajaba por sus frentes mientras luchaban por mantener la compostura. Sabían lo que iba a pasar, y lo odiaban. Yo podía oler su miedo, y ese miedo era dulce, casi embriagador. Sentía cómo mi cuerpo reaccionaba ante esa fragancia, y al mismo tiempo, Evangeline se acercó a mí, deslizando sus dedos por mi cuello y susurrando al oído: "Esto es lo que somos ahora. Disfrútalo."

El presidente Kennedy nos dejó solos con los cien prisioneros. Sabía lo que íbamos a hacer, y no le importaba. Su mirada era fría y calculada, como si todo esto fuera simplemente un juego más para él. Y en cuanto las puertas se cerraron, algo en mí se rompió, o tal vez se liberó.

El primer criminal que intentó escapar no llegó lejos. Evangeline, con esa velocidad vampírica y precisión letal, lo agarró por el cuello y lo levantó en el aire como si no pesara nada. Sus gritos se ahogaron en su garganta cuando sus colmillos se hundieron en su carne, y el sonido de la sangre fluyendo resonó en mis oídos como música. Me acerqué lentamente, observando cómo lo drenaba por completo, sintiendo cómo la excitación crecía dentro de mí.

No me tomó mucho tiempo unirme a ella. Uno tras otro, tomamos a esos criminales, desatando nuestro placer sádico en ellos. La sangre no era lo único que nos atraía; era el control, el poder sobre la vida y la muerte, y el dolor que podíamos infligir. A uno de los presos le arrancamos la cabeza con una motosierra, el sonido de la carne y los huesos desgarrándose era grotesco pero de alguna manera adictivo. Otro fue devorado vivo, cada mordida arrancaba carne mientras los gritos llenaban el salón.

Había un placer extraño y retorcido en la tortura, en matar lentamente, en ver el terror en sus ojos mientras sus cuerpos se desmoronaban. Cada succión de sangre era un nuevo estallido de poder dentro de mí, y Evangeline, a mi lado, compartía esa misma pasión oscura. Lo veía en sus ojos, en su forma de moverse, en cada toque que me daba mientras nos deleitábamos con el sufrimiento de esas almas condenadas.

Era un banquete en todos los sentidos. No solo por la sangre que corría por nuestras gargantas, sino por el placer crudo que nos llenaba. Sentía cada vez más que me estaba hundiendo en esa oscuridad, en ese mundo donde el placer y la violencia eran uno y lo mismo. Y cada vez que un cuerpo caía inerte a nuestros pies, me sentía más vivo, más poderoso.

Después de lo que parecieron horas, el salón quedó en silencio. Los cuerpos yacían por doquier, destrozados, desangrados, sin una sola gota de vida en ellos. Evangeline se acercó a mí, sus ojos brillaban de excitación y satisfacción. "¿Lo ves?", dijo mientras acariciaba mi rostro manchado de sangre. "Este es el verdadero poder. Este es el placer que jamás conocerías como humano."

No pude responder. Estaba demasiado embriagado por la experiencia, por el poder, por la sangre. Todo lo que podía hacer era mirarla, sabiendo que ahora éramos algo más que simples vampiros. Éramos depredadores, y este era solo el comienzo.

VAMPIRA....[T/N]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora