Capítulo 3

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La misa terminó como siempre, el padre dio algunos avisos importantes para la comunidad y luego nos dio la última bendición antes de dirigirse al patio de afuera, para luego saludar a la gente.

Tomé mi bolso y salí del templo para saludarlo. Hablaba con una mujer mayor que iba acompañada por quien parecía su nieto.

—Hola Martha, hola Chris –los saludó él— ¿Cómo han estado?

—Muy bien, padre, ¿usted? —contestó la mujer.

—Excelente, gracias a Dios. Ocupado, pero excelente.

—Nos alegramos, padre. Que tenga un lindo domingo —finalizó.

—Igualmente. ¿Cómo anda ese tobillo? —preguntó antes de que se fueran.

Ambos se detuvieron y el muchacho, Chris, miró tu tobillo lastimado.

—Recuperándose, ojalá este martes pueda jugar de nuevo.

—Cuídense —terminó y ambos se fueron camino hacia la parada del metro.

Caminé pequeños pero rápidos pasos para estar a su lado. Él me sonrió cuando vio que me aproximaba. Cruzó sus manos y las dejó caer en su abdomen.

—Buen día, padre —le dije, un poco nerviosa, lo admito—. Muy bella misa.

—Muchas gracias —contestó con una inclinación leve de su cabeza—. Disculpe, ¿su nombre es?

—Olivia —le dije.

—Olivia, es un nombre bello.

—Lo siento, ¿usted es nuevo? La última vez que asistí estaba el padre Michael.

—El padre Michael está en unas misiones en Alaska, volverá dentro de unos cuantos meses. Yo seré su sustituto por el momento. Soy Nicholas.

—Encantada —dije—. No vaya a pensar que no asisto seguido, he estado ocupada con la universidad y…

—No hay excusas para Dios —me interrumpió y yo no supe como reaccionar, así que me quedé callada—. Es un chiste, pero no se deje estar señorita. Siempre hay tiempo para Dios.

—Lo sé, padre, perdón.

—No tiene que disculparse conmigo —respondió—. Por cierto, ¿Qué estudia? Disculpe el atrevimiento de preguntar, soy curioso y me gusta conocer a las personas de mi comunidad.

Sonreí ante sus dulces palabras. Su voz se volvía bastante delicada al hablar cara a cara, a diferencia de cuando estaba encima del atrio.

—Estudio derecho, en la Universidad de aquí.

—Derecho —repitió—. Buena elección.

—Costó dos años, pero siento que es mi lugar.

—Me alegro de que lo diga —dijo—. A veces nunca se encuentra el lugar indicado.

—Ese era mi mayor temor.

—Nuestro mayor temor debe ser a Dios.

—Soy consciente de eso, padre.

—Es bueno empezar por ahí —dijo.

—Tenga un buen domingo.

—Igualmente —contestó—. Espero verla el próximo.

—Vendré, lo prometo.

Así terminó nuestra conversación y yo volví por el mismo camino hacia mi departamento. Sonreía como estúpida al recordar cómo dijo mi nombre. Pero luego recordé que no era cualquier hombre, era un sacerdote, destinado al celibato, libre de cualquier clase de promiscuidad. Por más atractivo que pareciera, por más encantador que luciera y por más hermosas que fueran sus palabras, se trataba de algo completamente prohibido. Un pecado que no podía siquiera pensar.

“Tendré que confesar esto en algún momento, pero no delante de él” —me dije.

Hablando de confesión, hacía meses que no visitaba a ningún sacerdote para perdonar mis pecados, y han sido muchos.

La noche cayó deprisa sobre los altos rascacielos de New York. Los taxis tocaban bocinazos cuando había algún que otro estancamiento en las calles. Y las personas paseaban por la ciudad como estrellas de Hollywood, con zapatos rojos y lentes de sol. Esto era New York, la ciudad que no duerme. Cuesta acostumbrarse a ella, pero se vuelve cada vez más bella a medida que pasa el tiempo. Lo irónico es que cualquier cosa puede pasar.

Volví a mi pequeño hogar luego de pasear un rato por Central Park. Dejé los zapatos en la entrada y fui directo a darme una larga ducha, quizás así se desvanecían los pensamientos que estaba teniendo. Me quedé un rato bajo la caída de agua, que cubría mi espalda.

Pero en realidad la mirada del padre Nicholas no dejaba de aparecer en mi mente, como si quisiera evocar todo el tiempo su imagen. Recordaba cómo sus dedos rozaron mi boca, aunque fue de una manera tan insignificante que ya debería haberlo olvidado. Una extraña mezcla de paz y culpa invadía mi cuerpo. ¿Qué me pasa?, me repetía sin cesar, intentando convencerme de que era solo admiración, por sus palabras, por su humildad. O quizás era el simple hecho de su juventud, porque era la primera vez que veía a un cura tan joven. Y sobre todo porque era atractivo. Un sacerdote joven y atractivo en una ciudad tan grande era como un venado rodeado de leones.

Era algo irónico que eligiera New York para predicar las palabras del señor. Lo que me llevó a preguntarme si antes había pasado por una situación así, si alguna mujer lo había deseado antes, y si se lo habían confesado.

Esa noche, mientras me preparaba para dormir, mis pensamientos seguían insistiendo en el momento en donde Nicholas me miró por primera vez. Me sentí como una niña caprichosa queriendo alimentar el deseo de algo que jamás conseguiría. Así que en vez de perder el tiempo y divagar en mi mente, saqué los apuntes de mi mochilas y me concentré en ellos. “No hay excusas para Dios”, había dicho, y era verdad. De alguna manera, esas palabras se volvieron personales y completamente en mi contra, como si él hubiera sabido de antemano lo que iba a pasarme. Me revolví en la silla, sintiendo que, de alguna extraña manera, me había metido en una encrucijada. No podía dejar que esto siguiera creciendo.

Tal vez, pensé, la próxima vez que lo vea, todo esto ya habrá desaparecido. Solo son sentimientos de algo a primera vista. Me convencí de esto hasta que estuve dormida en la cama.

*

Nuevo capítulo mis amores! Espero que les guste tanto como el padre Nicholas.

TENTACIÓN SAGRADA | Nicholas Chavez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora