—Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores— decía como todos los días antes de levantarme.No dudaba en hacerlo, ya era costumbre, un hábito. Creo que con el tiempo había perdido su verdadero significado, se volvía repetitivo, no me gustaba cómo se sentía eso.
Me levanté del borde de la cama y fui directo a prepararme las cosas para ir a la clase de ese día. El estruendo de esta gran ciudad resonaba en las ventanas. Aún así me sentía bastante sola en este pequeño departamento barato. Apenas quedaba un pequeño espacio para pasar entre la cama y la pared, de donde colgaba un televisor —a veces me golpeaba con él en la cabeza— y un pequeño cuadro pintado por mi sobrino.
Llegaba tarde a la Universidad, así que tuve que correr un poco. Puedo ser muy detallista, pero nunca logro hacer todo en el tiempo correcto. Recogí mi bolso —que por cierto, pesaba mil toneladas— y logré insertar la llave en la cerradura de milagro. Algún día tendré que cambiarla, me dije a mí misma, aunque es obvio que nunca lo hice.
En fin, llegué diez minutos después de que comenzara la clase de derecho. Estaba en primer año apenas, tenía unos veinte años. Tuve un año sabático y otro en donde decidí meterme a una carrera de ingeniería, y definitivamente no era lo mío. El salón ya estaba casi lleno, y no me quedó más alternativa que sentarme al final, donde el pizarrón apenas si es perceptible.
Busqué con la mirada a la única persona que conocía de la clase, Peyton, una chica de rulos escarlata que estaba sentada dos asientos delante de mí, a la derecha. Su mochila estaba colocada en el asiento que estaba a su lado. Entonces me levanté, tratando de hacer el menor ruido posible y caminé hasta sentarme junto a ella.
—Llegas tarde —me susurró mientras terminaba de sacar apuntes a la última frase que había dicho el profesor. Este no se percató de mi tardanza y siguió enseñando al resto—. Es la tercera vez esta semana que te pasa lo mismo.
—Ya sé —le comenté—. He estado ocupada en otras cosas.
Su mirada me dio a entender que no me creía una sola palabra.
—Okay —dije—. No es verdad, solo…
—Estás distraída —se percató—. Concéntrate. En unas semanas será el examen y no tienes ni la mitad de tus apuntes.
—Los conseguiré… de una que otra manera.
—Te pasaría los míos, pero no entiendes mi letra.
—Es más fácil descifrar los jeroglíficos mayas.
—Exageras —dijo.
—No lo hago.
Se escuchó detrás de nosotras un largo “shh”, lo que dio por terminada nuestra conversación.
La clase fue interesante, aunque no sabría desarrollar de manera simple ni la mitad de lo que vimos. Faltaba una clase más de filosofía para volver a mi casa.
Así era mi vida, rezar una pequeña oración, ir a estudiar en la mañana, volver y almorzar sola, estudiar en la tarde por mi cuenta hasta que se hacía la hora de ir a dormir. Antes era más divertida, pero se volvió monótona desde que me mudé de ciudad, solo tengo una amiga aquí, y apenas sé si puedo considerarla una amiga.
Los domingos asistía a misa, aunque no lo estaba haciendo tan repetidamente como antes, a veces me quedaba dormida sobre el escritorio como para ir. Sin embargo me puse la meta de volver, tenía que hacerlo para no dejarme estar. Era como hacer deporte, al menos para mi es así, solo que un poco más complicado.
Ese viernes repasé un poco para el examen, aunque apenas si entendía lo que leía. Me encontraba sumamente cansada por todo. Mi vida se sentía estancada, sin hacer nada más que estudiar y trabajar. Quería algo diferente pero, ¿dónde buscarlo? ¿o cómo? No conocía esta ciudad, era demasiado grande para lo que yo estaba acostumbrada.
La mayoría de las veces extrañaba a mi familia o a mis viejos amigos, que ahora cada uno vivía en diferentes zonas. Me preguntaba cuándo sería la siguiente posibilidad para verlos de nuevo. Llevaba un semestre lejos de mi hogar y se notaba, en ese tiempo me convertí en alguien muy distinta. Me costaba encajar con la gente de ciudad, siendo la primera vez que me encontraba en una tan grande y ruidosa. “Esto es Nueva York” —me dije—. “No tiene piedad con ninguno”. Aún así, ¿cuántos sueñan con vivir aquí? La respuesta es millones. Debería considerarme más afortunada.
El sábado también pasó así, sin ton ni son. La típica vida de estudiante promedio. Tenía el cabello enredado y las ojeras por el suelo, sin ninguna solución completamente efectiva. Por suerte podía levantarme más tarde de lo normal y luego ir al trabajo. Era moza en una cafetería bastante cercana del departamento, lo que en realidad fue un milagro más que cualquier cosa. No la pasaba mal, y así conocí a bastante gente famosa, como Paris Jackson o Michael Keaton. Algunos deportistas pasaban por ahí; no eran nada disimulados a la hora de mirar, y tuve que hacer mi mirada asesina varias veces.
Ese día no hubo mucho trabajo, al parecer la ciudad estaba concentrada en otra cosa, creo que era un partido de fútbol americano. Por alguna razón todos estaban emocionados porque asistía Taylor Swift.
—¿Qué haría Taylor Swift viendo un partido de fútbol americano? —le pregunté con curiosidad a mi compañera.
—¿Enserio no lo sabes? —me dijo ella y negué con la cabeza—. Su novio es Travis Kelce.—¿El gorila ese? —le contesté sorprendida mientras terminaba un pedido.
—No es un gorila, la trata mucho mejor que Joe “cara de póker" Alwyn.
Me río de su seriedad al hablar de su cantante favorito. Con Sam siempre se escuchaba a Taylor Swift en el local, siempre la misma playlist que ya me sabía de memoria. A veces, para no sonar tan repetitiva, la ponía en aleatorio y seguíamos atendiendo a clientes.
—¿Irás al tour? —le pregunté.
—¡Obvio que iré! —sonó como si estuviera preocupada por mi pregunta—. Ya compré las entradas, conseguí en campo.
—¡Qué bueno! —le dije.
Entonces seguimos trabajando y de vez en cuando hablábamos de alguna que otra cosa. El día estaba bastante relajado por lo que nosotras también.
—Aún no sé cómo no te has pedido el día para ir al partido— confesé.
—Porque por más que ame a esa rubia, no pienso pagar tanto dinero para ir a ver a unos cuantos perseguir una pelota. Aunque respeto a las personas que les guste hacerlo.
—Comparto el mismo pensamiento —le dije y empecé a preparar un batido de frutillas y bananas.
—¿Y qué vas a hacer tú mañana? —me preguntó y suspiré.
—Probablemente nada. Iré a misa y luego estudiaré para el examen del jueves.
—Eres la única creyente que me cae bien —me confesó.
—Entonces no conoces a muchos —contesté— O conoces a los equivocados.
*Hola mis amores! Bienvenido a una nueva novela! Espero que les guste este primer capítulo. Aunque la acción vendrá en un rato 🤭
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TENTACIÓN SAGRADA | Nicholas Chavez
Fiksi PenggemarDesde que tengo memoria me he criado en un ambiente religioso, desde escuelas hasta estar todos los domingos rezando delante del altar. Hace unas semanas tuve que mudarme por la Universidad, y desde entonces he ido a la capilla de este nuevo y de...