—¿Cree en los milagros, Olivia? —dijo.
Yo me quedé un segundo mirándolo con el ceño fruncido.
—Disculpe, ¿cómo?
—Si cree en los milagros.
Volví mi mirada a aquella estatua de la Virgen. Una mujer que fue embarazada por el Espíritu Santo, una mujer que jamás miró o fue mirada con deseo. Completamente libre de pecado. ¿Acaso creía en esa historia? Porque los seres humanos se alimentan del deseo, sobre todo del deseo de la carne. ¿No era así como yo me sentía por aquel hombre?
Lo miré de reojo, intentando descifrar si buscaba una respuesta concisa o si solo me lo preguntó para que no muriera la conversación. Su expresión seguía tranquila, con una mezcla de paz y autoridad que confundía a cualquiera.
—No lo sé —me limité a contestar—. Quiero tener fe suficiente como para que la respuesta fuera un sí, pero en realidad no es así.
Nicholas asintió, como hubiera esperado más de mí. Entrelazó sus manos en su regazo y las dejó ahí, quietas. Eran de un hermoso color crema y contenían algunos pequeños lunares que formaban una especie de mapa.
—A veces los milagros no son tan obvios como lo que leemos en los evangelios —dijo con voz suave y firme—. No siempre son curaciones o actos sobrenaturales. A veces, un milagro es tan simple como encontrar paz en medio del caos, como por ejemplo…
—Una Iglesia en Nueva York —terminé por él, y sonrió.
—Correcto.
Asentí y me puse a jugar con el anillo de mi mano. Un bello y pequeño objeto de plata.
—¿Ha visto alguna vez un milagro, padre?
—Por favor, llámame Nicholas. Todavía no acostumbro a que me llamen “padre”. Pero sí, todos los días de mi vida.
—¿Hace cuánto que ejerce la vocación?
—Dos años —contestó.
—Y, si me deja preguntar, ¿por qué? ¿Qué fue lo que lo llevó a convertirse en sacerdote?
—Si me permite preguntar, ¿por qué motivo se levanta todos los días de la cama para asistir a sus clases de derecho?
Me quedé pensando en sus palabras. Eran duras, pero sin perder jamás el respeto.
—Amo a Dios —continuó—. Encontré mi vida y mi camino a su lado cuando era muy joven.
—¿Nunca se ha… sentido atraído hacia las cosas mundanas? —pregunté casi en un susurro.
—Soy cura, no un santo —contestó—. Tuve problemas con el alcohol antes de convertirme, pero Jesús llegó a mi vida antes de tirar todo por la borda, y aquí estoy.
»Ese es el milagro de mi vida. Y ahí fue cuando el Espíritu Santo trajo la paz y la unidad en mí.
Lo miré unos segundos, tantos como me permití. No parecía un hombre que había sufrido, no a primera vista. Parecía… curado de cualquier cosa que en un pasado le hubiera afectado.
—Debió ser muy difícil —murmuré bajando la mirada—. Superar algo así.
—Lo fue —dijo y siguió con la cabeza levantada hacia la Virgen—. Pero no le cuente a nadie esto, nadie lo sabe.
Se rio un segundo, como si quisiera aliviar un poco el ambiente, y le hice caso.
— La vida nunca te lo pone fácil —continuó—, es parte del camino que se nos está destinado. Y parte de ellos significa renunciar a lo que pensamos que queremos, que deseamos.
Pensé en sus palabras: “renunciar a lo que pensamos que deseamos”. Demasiado fuerte para mí, demasiado personal. ¿Qué seguía haciendo ahí, hablando con el cura? Debería haberme levantado hacía rato y haber atravesado el umbral de la puerta. Sin embargo me quedé ahí.
—Tengo miedo de sentir demasiado —confesé—. Por eso estoy aquí.
—¿Necesita la reconciliación? —preguntó finalmente.
—No, no —negué—. Es simplemente una lucha que estoy teniendo ahora, por todo el tema del trabajo y los estudios —dije—. Es normal, nada grave.
Entonces se acercó un poco más y apoyó su mano izquierda sobre la mía y me miró directo a los ojos. Sentí cómo mi corazón comenzaba a agitarse, y solo se trataba de un pequeño gesto de amabilidad. Sus manos estaban frías y limpias, cargadas de anchas venas que se pronunciaban en un camino hacia sus antebrazos.
—Sabe usted, que cualquier cosa que nos afecte, ya sea lo más leve, puede provocarnos dolor —dijo—. Estoy para usted.
—No creo ser capaz de confesar mis pecados ante usted —solté.
Él se enderezó en el asiento y bajó la mirada hacia sus manos. Suspiró un poco antes de volverme a mirar con sus frandes ojos negros.
—Entiendo —soltó—. Sin embargo, no hay que dejar que la vergüenza de nuestros pecados nos consuma, eso es un error que se comete seguido.
—¿Cómo se supone que no me consuman? —pregunté, sintiendo que la barrera que había puesto entre nosotros empezaba a ceder, aunque fuera solo un poco.
—Aceptando que no somos perfectos —dijo con una calma casi inquietante—. Nos atormentamos cuando queremos serlo. Mientras más intentamos ceder a eso que nos afecta, hará el efecto contrario.
—¿Usted dice de dejarme llevar?
—No —dijo de manera abrupta—. Hablo de no negar lo que sentimos, si se trata de eso. Ese es el primer paso, aceptar lo que sentimos, entonces así será más fácil olvidar o dejar de lado.
Me quedé en silencio, sin saber qué responder. Sabía que tenía razón, pero una parte de mí seguía aferrada al peso de mis propios errores, de mis deseos y mis dudas.
—Olivia, a veces el milagro que necesitamos no es el de borrar nuestros errores, sino el de perdonarnos a nosotros mismos.
Su voz resonó en mi cabeza mientras llevaba mi mirada hacia mis delgadas y blancuzcas rodillas.
—Somos pecadores, es parte de nuestra naturaleza desde Adán y Eva. Pero tenemos el milagro de la redención.
Me levanté lentamente, sentía que debía irme antes de que mis emociones me sobrepasaran.
—Gracias —murmuré apenas mirándolo. Era lo único que pude decir.
Nicholas me observó, respetando mi decisión de marcharme sin insistir. Pero antes de dar el primer paso hacia la puerta, escuché que volvía a llamarme.
—Olivia, una ministro de eucaristía, se ha enfermado gravemente. ¿Podrías sustituirla hasta que se recupere?
—Sería un honor —le digo.
—Tendrás que estar antes aquí.
—No será un inconveniente.
—Cuídate y… solo no pienses tanto.
Su sonrisa fue cálida y aunque me fui sin decir una palabra más, pude vercómo sus ojos supieron perfectamente lo que quise decir. Salí de la pequeña iglesia, con el solido de las grandes puertas abríendose y un extraño alivio en el pecho.
*
Mis amores, hoy les dejó migajas nada más. Pero igual espero que les guste!
ESTÁS LEYENDO
TENTACIÓN SAGRADA | Nicholas Chavez
FanfictionDesde que tengo memoria me he criado en un ambiente religioso, desde escuelas hasta estar todos los domingos rezando delante del altar. Hace unas semanas tuve que mudarme por la Universidad, y desde entonces he ido a la capilla de este nuevo y de...