Capítulo 6

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Llegó el día del examen, y como el profesor había dicho, entró el nuevo tema. Eso afectó a varios en el salón, como a Peyton, mi compañera que rabiaba desde el asiento de al lado. Me tardé alrededor de dos horas en terminarlo, era muy extenso pero sin llegar a ser difícil, al menos no para mí.

Me acerqué al escritorio del profesor con el examen en mano, lista para entregar. Contuve mi sonrisa por el éxito rotundo que había conseguido.

El profesor era un hombre casi calvo, dispuesto a peinar el poco cabello que tenía, con un ojo bizco. Sin importar su apariencia —y el hecho de que parecía de esos profesores que no tenían piedad— era bastante bueno y educado. Le importaba mucho el rendimiento de sus estudiantes, lo que a mí me hacía sentir más segura a la hora de entregar.

—¿Terminó señorita Wilson? —preguntó cuando entregué el examen, y yo asentí. Le pegó una mirada rápida a las respuestas y pareció contento con lo que había puesto—. Muy bien, gracias.

Me retiré del salón y esperé hasta que Peyton saliera. Se demoró unos veinte minutos más que yo, y en ese tiempo me senté a leer un libro que ella misma me había prestado. Sentí que las puertas del aula se abrían y salía ella con mirada pensante. Entonces me levanté, tomé mis cosas y la seguí hasta el buffet.

—¿Cómo te fue? —le pregunté.

—Bien —dijo, pero con un tono que no sonó muy convencedor—.  Puso el último tema. No alcancé a estudiar el último tema. ¿Tú?

—Yo… sí —contesté y ella suspiró cansada.

—Debí decirle a Luke que tenía que estudiar, pero me convenció de ir al cine.

—Bueno —dije—Al menos saliste un rato a despejarte con tu novio. Y seguro en el resto te fue bien, no te preocupes.

—Sí —dijo—. Pero tengo veinte puntos menos.

—Ay, ya —me harté—. Solo… no pienses tanto.

Tomamos un café en el buffet, aunque fueran horribles, necesitábamos un poco de energía en nuestras venas. Luego tuvimos la clase de Metodología y por fin, luego de horas de sufrimiento, pudimos volver a nuestros hogares. Nos despedimos a la salida, ella se iba en tren y yo caminando.

Regresé a mi departamento a eso de las tres, muy tarde para comer, así que me hice un huevo revuelto con algo de aguacate que me había sobrado. Y ese fue mi almuerzo. Decidí que ese día no estudiaría, este había sido el último examen del mes, por lo que ya podía descansar. Sin embargo, tenía que completar los apuntes de otras materias, pero lo haría en otra ocasión.

Dormí el resto del día, en otras palabras perdí la conciencia. Me desperté por mis propios ronquidos cerca de las dos de la mañana. Revisé mi celular y Sam me había escrito.

Sam

¿Por qué no viniste hoy?
17:00

“Mierda”, pensé. Me olvidé por completo del trabajo.

Olivia

Lo siento, me quedé dormida
02:00

El celular vibró luego de unos cinco minutos, lo que me sorprendió, ya que no imaginaba que su respuesta fuera a llegar tan pronto.

Sam

Que bueno, pensé que te había pasado algo malo
02:06

Por cierto, ahora que sé que estás viva, el jefe me pidió que te dijera que tendrás que trabajar doble turno el sábado.
02:07

Olivia

Mierda
02:10

¿Y tú qué haces despierta tan tarde?
02:10

Sam

Estoy con insomnio, pero ahora me agarró sueño.
02:11

Como sea, ¿nos vemos mañana?
02:11

Olivia

Sí, no te preocupes, descansa.

Y así fue, el sábado trabajé hasta el cansancio. Terminé a las nueve de la noche, el horario de cierre, que también me tocó a mí. El jefe odiaba que no fuéramos sin buenas excusas, y la mía, al parecer, era pésima. Para completar mi día, recordé que el domingo debía levantarme temprano porque le había prometido al padre Nicholas (o solo Nicholas, como él me había pedido que lo llamara) estar antes en la capilla.

Cuando llegó el domingo, me presenté ante la iglesia a las ocho de la mañana, exactamente una hora antes del comienzo de la misa. Incluso llegué antes que el mismo sacerdote. Eran las ventajas de vivir cerca.

Me quedé esperando en la vereda, cerca de la entrada. No había muchas personas en la calle, y además no se trataba de una zona tan concurrida como el resto de Nueva York. El aire fresco de la mañana se mezclaba con el silencio tranquilizador de la capilla.

—¿Siempre eres tan puntual? —escuché que decían a mis espaldas.
Me giré para quedar de frente con Nicholas. Iba vestido como un hombre casual, unos jeans y un suéter que le quedaba algo grande. Tenía un par de libros en la mano y hojas sueltas que por poco se le caen. Lo ayudé con las cosas que cargaba mientras él abría el templo.

—Sí, suelo serlo —dije—. En mi pueblo nos criamos así.

—¿No eres de aquí? —preguntó cuando ya estábamos entrando.

—No, soy de Carolina del Sur —le conté.

—Es un viaje largo —dijo sorprendido.

—Lo es.

—¿Y por qué Nueva York?

Su pregunta me dejó pensando. ¿Realmente sabía por qué Nueva York? Medí mis palabras antes de que salieran de mi boca.

—Porque siempre he estado obsesionada con esta ciudad —confesé—. He querido vivir y estudiar aquí desde que tengo memoria.

—Es la ciudad más cara del país.

—Soy consciente, por eso vivo casi en un basurero, y me pagan una mierda en el trabajo. Por suerte soy becada, a medias, pero becada en cierto modo.

—Dejaste todo por un sueño.

—Lo hice, padre.

Caminamos hacia las oficinas que estaban detrás del gran templo, no sin antes arrodillarnos y persignarnos antes la imagen vívida de un Jesucrísto resucitado.

—Llámame Nicholas, o Nick —repitió—. Pero no me llames padre.

—¿Por qué no le gusta? —pregunté—. ¿Es porque todavía no se acostumbra… o es por algo más?

Él dio un giro abrupto para volver a mirarme. Estaba serio y suspiró pesadamente. Pensé que había dicho algo incorrecto.

—Entiendo tu curiosidad, Olivia —comenzó a decir—. .Pero preferiría que no preguntaras.

Yo solo pude asentir, pero su respuesta me dejó con más ganas de saber de él.

TENTACIÓN SAGRADA | Nicholas Chavez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora