Capítulo 38

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Después de aquellas palabras, Thoma y Ayato abrieron los ojos de la sorpresa y ni siquiera supieron que responder. ¿Desde cuándo eran ellos los que elegían lo que tenía que hacer Ayato?

Antes de que se pudiesen dar cuenta, las manos de Thoma se crisparon en dos puños, aquello no le estaba gustando. Pero pudo notar como Ayato tomaba aire.

–Disculpen, ¿he escuchado bien? –la voz tan calmada del chico, sorprendió al amo de llaves, pero sabía que solo era por fuera.

–Así es, mi señor. Creemos que es momento de que contraiga matrimonio con una buena mujer y pueda tener herederos para la familia Kamisato –la tranquilidad de aquellos hombres era algo que seguían sorprendiendo a ambos chicos.

–Con todo el respeto, creo que soy yo el que debería elegir eso –el mayor de los Kamisato intentaba no perder los nervios.

–No dudamos de ello, pero creemos que ha sido una buena elección, al menos, conózcala –tras esas palabras, un hombre entró en la sala acompañado de una chica joven.

Ayato y Thoma la miraron, no la conocían y ni siquiera querían hacerlo, Thoma notó como la mano de Ayato buscaba su contacto y por eso, se acercó más a él para que notase su pierna contra su costado y notó como el cuerpo del contrario se relajaba.

La mujer los miraba a ambos, avanzando hacia ellos y al estar delante de Ayato hizo una reverencia con la mesa entre ambos.

–Es un placer conocerle, mi señor –si las miradas matasen, la muchacha estaría muerta por la mirada de odio que estaba recibiendo de parte de Thoma, no le estaba haciendo ninguna gracia todo aquello. –Siento que se haya tenido que enterar de esta manera, sería un honor el poder casarme con usted y poder formar una familia, darle los herederos que la familia Kamisato necesita –aquella sonrisa tan perfecta, hizo que Thoma volviera a fruncir el ceño, odiaba que Ayato y él tuviesen que mostrarse tan perfectos.

–¿Puedo saber su nombre? –no era la manera en la que Ayato quería tratar ese tema, pero no podía ser maleducado con aquella muchacha.

–Mi nombre es Riko, mi señor –si algo se podía decir de ella es que mostraba respeto y no parecía una mala muchacha, pero aquello no era correcto.

–¿Lo ve, mi señor? Riko es la esposa perfecta para usted, ¿quizás quiera conocerla más? –el consejo parecía dispuesto a que Ayato aceptase aquello porque sí, eso hizo que Thoma sintiese ganas de explotar y antes de hacerlo, decidió irse sin decir nada.

En cuanto Thoma se fue, Ayato sintió la soledad, no, él lo necesitaba a su lado, sabía que si se había ido es porque estaba enfadado, como él, pero no lo había controlado como él sí. Pero no iba a dejar que se fuese solo.

–Discúlpenme... –dijo para levantarse e ir detrás de su chico, aunque para todos los demás solo fuese el amo de llaves de la familia, sin que nadie lo pudiese detener.

Buscó a Thoma sin descanso, no podría haber ido muy lejos a pesar de que el chico era alto y caminaba rápido. Su mente se activó y pensó en que él solo podía estar en un sitio, uno que solo conocían ellos dos.

No tardó demasiado en salir de casa e ir a aquella zona que los dos conocían y que siempre iban cuando necesitaba estar solo y allí estaba el chico que amaba, sentado en el suelo de espaldas a la entrada del lugar. Ayato se acercó a él, abrazándolo por la espalda, Thoma pegó un respingo al notarlo, pero al verlo, se calmó y se apoyó en él, bajando la cabeza.

–Lo siento, Ayato... no podía aguantar más, no entiendo cómo piensan que te pueden controlar tu vida cuando eres el señor de los Kamisato –la voz de Thoma sonaba dolida y eso le rompía el corazón a Ayato.

–No te disculpes, yo también estoy enfadado, pero no puedo saltar, pero quiero que te quede clara una cosa –hizo que Thoma se girase y lo mirase a los ojos.– La persona a la que amo eres tú, no quiero estar con nadie que no seas tú y no pienso aceptar ese matrimonio. ¿Me has escuchado?

Thoma sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas al escucharlo, no había dudado de él ni un solo momento, pero sabiendo todo el estrés que le provocaba su puesto en la familia, temía que le sobrepasase. Sin decir nada, se acercó a sus labios y lo besó abrazándolo por el cuello, pegando ambos cuerpos, ese hombre era solo suyo.

–¿Mi señor?



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