Capítulo 20

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Todos los ojos se posaron en el que había hecho aquella pregunta. Aquellas miradas tenían la sorpresa en ellas, quizás los que menos sorprendidos se mostraban eran Aether, Thoma y Ayaka.

–¿No quieres ir a ver el lago, hermano? –la voz de la chica era tranquila, parecía conocer tan bien a su hermano mayor que no se sorprendía de aquella idea por su parte.

–La verdad es que me gustaría conocer La Costa del Halcón, pero no quiero que tú te quedes sin ver el lago, te brillan los ojos al escuchar hablar de él –el mayor sonrió a su hermana menor con ternura, de una u otra forma siempre estaba pensando en cómo hacerla feliz, aunque en aquel momento, tenía que admitir que también estaba siendo un poco egoísta.

Aether empezaba a adivinar los pensamientos que podía tener Ayato e, incluso, Thoma. Por eso, iba a ayudarlos todo lo que pudiese, aunque en algún momento debería tener una charla con ambos.

–Entonces no se hable más, Ayaka, Kazuha, Paimon y yo nos iremos al lago, Thoma y Ayato podéis ir a La Costa del Halcón –era lo mejor que podía decir, porque Thoma y él eran los únicos que mejor podían conocer aquella nación y moverse por ella.

–Me parece bien. De todos modos, siempre podéis uniros a nosotros más tarde –la voz de Thoma era tranquila, pero en realidad, estaba emocionado por irse a solas con Ayato. Desde lo que había pasado poco antes en la habitación, se sentía con ansias de estar a solas con él de nuevo.

Tras hablar un poco más, todos se levantaron, pagaron a Sara y se fueron cada uno hacia un lado. Thoma y Ayato sonreían de poder estar juntos. El primero iba contándole cosas que se podían ver en el camino, aunque iba preparado por si tenía que proteger a su señor, todos sabían que, fuera de las ciudades, los enemigos podían estar en cualquier sitio. Por otro lado, parecía que mientras estuviesen juntos, no había nada que los pudiese asustar o dañar.

No se podía pasar por alto, por otro lado, aunque los dos iban conversando, sus cabezas eran un hervidero de pensamientos y quizás, sus pensamientos no eran tan diferentes entre ellos.

Sus pasos eran sosegados e iban muy parecidos a la hora de andar, cuando se quisieron dar cuenta ya estaban llegando a su destino y Thoma miró a Ayato.

–Ayato, te presento La Costa del Halcón, el lugar más hermoso para pasear de toda la nación... aunque hay un sitio especial que quiero mostrarte –Thoma le sonrió y le tendió la mano. –Ven conmigo.

Contrariamente, a lo que muchos podían pensar, Ayato no tardó mucho en agarrarse a la mano de Thoma y dejarse llevar. Este empezó a subir por unas rocas, teniendo cuidado de que su compañero no pisase mal o resbalase. Su total atención estaba en el camino y en los pasos de Ayato. Minutos después, estaban llegando a la cima de una de aquellas pequeñas montañas que rodeaban el sitio. La vista era hermosa desde allí arriba.

–Thoma... esto es hermoso de ver –los ojos de Ayato miraban hacia todos lados, hasta que sintió un pequeño apretón en sus manos y miró hacia ellas.

Las manos de ambos estaban entrelazadas y vio como Thoma las apretaba un poco más, como si quisiera decirle algo. Ambos levantaron el rostro a la vez, mirándose a los ojos.

–Ayato... yo... –Thoma empezó a hablar sin saber que no acabaría la frase.

–Thoma... yo... –el chico estaba diciendo las mismas palabras que su amigo.

Los dos se echaron a reír al darse cuenta de que estaban diciendo lo mismo. Al menos, aquel momento parecía haber disipado todo el nerviosismo que los dos tenían encima.

–Empieza tú –Ayato le dedicó una sonrisa, una que podría iluminar todo Teyvat si es lo que deseaba, al menos, así pensaba Thoma al verle.

–Está bien... verás... –Thoma tomó aire y después, miró de nuevo a Ayato a los ojos. –He querido subir aquí contigo porque es mi lugar favorito de toda la nación, pero también... porque solo hay una cosa más hermosa que esto... uniendo ambas... puedo decir que estoy viendo lo más hermoso que puede existir.

Los ojos de ambos chicos conectaron en ese momento de la forma en la que lo habían hecho cuando estaban en la cama, todo tomó forma en la cabeza de Ayato y sin pensárselo mucho más, levantó su mano, la puso en la mejilla de Thoma y lo acercó más a él, juntando los labios de ambos sin emitir una sola palabra, no eran necesarias en aquel momento.


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