Capítulo 2: La Desesperación de una Alma Rota

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Victoria salió del café, sintiendo que su mundo se desmoronaba a su alrededor. Cada paso que daba hacia su casa se sentía como un peso inaguantable, y su corazón latía con una mezcla de angustia y desespero. Las risas y el bullicio de Florencia se convirtieron en un murmullo distante, como si el universo entero estuviera en silencio, ajeno a su dolor.

Las palabras de su madre resonaban en su mente, como un eco hiriente que no podía acallar. "Sebastián tuvo un accidente... no sobrevivió." Aquellas palabras la golpearon con una fuerza devastadora, haciéndola tambalear. No podía creerlo. No quería creerlo.

Sin pensarlo, comenzó a correr. Necesitaba verlo, necesitaría aferrarse a su realidad, aunque solo fuera por un momento. El aire frío de la tarde la golpeaba en la cara, pero no sentía nada. Solo el impulso de llegar a él. La idea de que Sebastián ya no estaba, de que nunca más lo vería, la llenaba de una desesperación abrumadora.

A medida que corría, recuerdos dolorosos inundaron su mente. La primera vez que se miraron a los ojos, la forma en que sonreía cuando se encontraban. "Siempre estaré a tu lado, Vic," había dicho una vez, y ahora esas palabras parecían un cruel recordatorio de la promesa que nunca podría cumplirse. Sus lágrimas comenzaron a caer, cada una arrastrando consigo un pedazo de su corazón. "¿Por qué, Sebastián? ¡¿Por qué te fuiste?! ¡No es justo!" gritó, sintiéndose atrapada en un torbellino de emociones.

El camino se volvió borroso a medida que las lágrimas nublaban su visión. Sus pasos se hicieron más rápidos, más frenéticos. Tenía que llegar al hospital, al lugar donde todo había terminado. Su mente se llenó de imágenes: el sonido de su risa, el roce de sus manos, la forma en que iluminaba cada rincón oscuro de su vida. "Esto no puede estar sucediendo. No puede ser real," murmuró, como si su voz pudiera cambiar la realidad.

Finalmente, llegó al hospital, sus piernas temblando y su corazón latiendo con fuerza. Entró en el vestíbulo, y la mirada del recepcionista, llena de compasión, la hizo tambalear. "¿Victoria De la Fuente?" preguntó, su voz suave pero firme.

"Sí, necesito verlo. ¡Llévame a él!" exigió, sin poder contener la urgencia en su voz. "Por favor, no puedo... no puedo vivir sin él."

La recepcionista dudó, pero luego asintió, llevándola a la sala. El camino parecía interminable, y el aire se volvió pesado, cargado de la anticipación del dolor. Cada paso la acercaba más a la verdad que temía enfrentar.

Al entrar en la sala, el mundo se detuvo. Allí estaba Sebastián, tendido en una cama, su cuerpo inmóvil y frío. El espacio se llenó de un silencio absoluto, y el tiempo pareció desvanecerse. "No... no puede ser," susurró Victoria, sus piernas fallando mientras se acercaba a él.

Se arrodilló a su lado, tomando su mano. "Despierta, Sebastián. Por favor, despierta," sollozó, sintiendo cómo la desesperación la consumía. Las lágrimas caían sobre su piel, cada súplica silenciosa para que regresara. "¿Por qué te fuiste? Te necesito... ¡Necesito que vuelvas!"

Mientras sus lágrimas caían, recuerdos atravesaron su mente como un torrente. La primera vez que se besaron bajo el sol, la promesa de un futuro juntos, las risas compartidas en cada rincón de Florencia. "Todo lo que éramos... todo lo que seremos," lloró. "No puedo imaginar un mundo sin ti. ¡Esto no es justo!"

Los recuerdos se convirtieron en un océano de dolor, y su corazón se rompió en mil pedazos. "Prometimos que siempre estaríamos juntos. ¡No puedes romper esa promesa! ¡No puedes dejarme aquí sola!" gritó, la desesperación llenando cada rincón de su ser.

El silencio de la sala se volvió ensordecedor. La vida de Sebastián se había apagado, y Victoria se sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Se acercó a su rostro, besando su frente fría. "Te amo, Sebastián. Siempre lo haré," susurró, el dolor apretando su corazón. En ese instante, la realidad se volvió insoportable.

Fue entonces cuando, abrumada por el dolor y la tristeza, sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. El peso de la pérdida la aplastaba, y el vacío en su pecho se hacía más profundo, su mente buscaba una salida a ese abismo de desesperación.

El día del funeral llegó, y el aire estaba cargado de una tristeza palpable. La iglesia, con su arquitectura gótica, se llenó de amigos y familiares, todos vestidos de negro, pero para Victoria, el mundo exterior se desvanecía. No podía dejar de pensar en su sonrisa, en la forma en que iluminaba cada rincón oscuro de su vida. Al entrar, se sintió como si estuviera caminando hacia su propio juicio. Cada paso era más pesado que el anterior, como si su corazón intentara anclarse en la tierra, negándose a aceptar la realidad.

"Victoria, lo siento tanto," murmuró Clara, una de sus amigas, mientras la abrazaba con fuerza. Victoria se limitó a asentir, incapaz de articular una palabra. La pena la ahogaba, y las lágrimas caían sin control, deslizándose por sus mejillas como un torrente incontrolable. En su mente, las imágenes de Sebastián inundaban su conciencia.

La misa comenzó, y el sacerdote habló con dulzura sobre la vida de Sebastián. "Era un joven lleno de sueños y luz," dijo, y las palabras se sintieron como un puñetazo en el estómago de Victoria. "Su memoria vivirá en nuestros corazones." Ella cerró los ojos, tratando de recordar cada momento que habían compartido, cada promesa que habían hecho, y el dolor la atravesó como un rayo.

Cuando llegó el momento de acercarse al ataúd, el corazón de Victoria latía con fuerza. "No puedo hacer esto," murmuró, sintiendo que el aire se le escapaba. "No puedo despedirme de ti, Sebastián." Pero el impulso de estar cerca de él la llevó hacia adelante. Se arrodilló, sus manos temblando mientras tocaba el frío de la tapa. "¿Por qué, Sebastián? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no puedo estar contigo?" Las lágrimas caían como lluvia, empapando la madera pulida del ataúd.

Mientras el sacerdote seguía con las oraciones, Victoria sintió que la tristeza la envolvía como una neblina densa. La idea de un futuro sin Sebastián se sentía tan ajena, tan inalcanzable. Sus amigos intentaban consolarla, pero las palabras no parecían suficientes. "Victoria, estamos aquí para ti," le decía Clara, pero la chica solo podía mirar al frente, viendo cómo el ataúd se cerraba lentamente.

El funeral culminó en el cementerio, donde el cielo se cubrió de nubes grises, como si el mundo mismo llorara. "No me dejes aquí sola," imploró Victoria mientras el ataúd descendía lentamente. "Por favor, no te vayas." La tierra cubría el cuerpo de Sebastián, y con cada puñado de tierra que caía, un pedazo de su corazón se enterraba con él.

"Siempre estaré contigo, Sebastián. Siempre," prometió en un susurro, sintiendo que el frío comenzaba a apoderarse de su ser. El eco de las palabras se perdió en el aire helado, y cuando la ceremonia terminó, su mundo se volvió gris y opaco.

Durante los días siguientes, Victoria vagó por la casa, atrapada en un estado de trance. La luz del sol ya no la iluminaba, y las sombras parecían crecer a su alrededor. **"Lo extraño tanto," sollozó una noche, mientras miraba una de sus fotos. "No sé cómo seguir. ¿Por qué no puedo dejar de llorar?"

Pasaron los días, convirtiéndose en semanas, y la tristeza de Victoria se volvió un abismo oscuro y profundo. La vida seguía adelante para todos los demás, pero para ella, el tiempo parecía detenido. "¿Por qué no puedo encontrar paz?" se preguntaba, mientras la angustia se convertía en una constante en su vida. La soledad era abrumadora, y cada día la lucha se hacía más pesada.

"Debo ser fuerte," se decía a sí misma, pero la verdad era que se sentía más quebrada que nunca. Una parte de ella deseaba que el tiempo se detuviera, que el mundo se congelara en el momento en que Sebastián todavía estaba vivo. Pero el tiempo no se detendría, y cada día era un recordatorio de la pérdida.

La pérdida de Sebastián había dejado una herida que nunca sanaría, y Victoria se dio cuenta de que el amor, aunque hermoso, también podía ser desgarrador. Cada rincón de su vida estaba impregnado de recuerdos, y cada día era un recordatorio de lo que había perdido. "No sé si alguna vez podré volver a ser feliz," pensó, mientras su corazón luchaba por seguir adelante.

La vida sigue, pero el amor verdadero nunca muere.

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