Capítulo 10: Ecos del Pasado

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Las semanas transcurrieron con una inquietante sensación de familiaridad que no lograba sacudir. Cada encuentro con Sebastián despertaba en mí una mezcla de emociones que no podía controlar, una tormenta de recuerdos que no existían, pero que, de alguna manera, se sentían reales. El silencio entre nosotros en los almuerzos y las reuniones sociales se volvía cada vez más denso, como si ambos supiéramos que había algo más debajo de la superficie, algo que ninguno se atrevía a nombrar.

Una tarde, mientras paseaba por los jardines con Clarissa, no pude contener más mis pensamientos. Necesitaba hablar de lo que me estaba ocurriendo, aunque no supiera cómo explicarlo. El cielo estaba nublado, el aire denso y cargado de humedad, reflejando perfectamente el estado de mi alma.

- Clarissa - dije finalmente, deteniéndome cerca de la fuente de piedra que tanto frecuentaba. - No puedo seguir ignorándolo. Cada vez que estoy cerca de Sebastián... siento que hay algo entre nosotros. Algo que va más allá de la cortesía o la simpatía. Es como si lo conociera de otro tiempo, de otro lugar.

Clarissa, que siempre había sido paciente y comprensiva conmigo, frunció levemente el ceño. Sabía que mis palabras la desconcertaban, pero no podía seguir guardando ese peso solo para mí.

- Señorita, ¿ha considerado que tal vez... todo esto sea fruto de su imaginación? Los sueños que ha tenido desde su juventud siempre han sido vívidos, llenos de detalles, y es posible que este joven haya despertado algo en su subconsciente.

Me quedé en silencio, considerando sus palabras. Clarissa tenía razón en que mis sueños solían ser intensos, pero esto no se sentía como un sueño. Se sentía como una verdad a la que aún no podía acceder, una realidad escondida justo fuera de mi alcance.

- Puede ser, Clarissa, pero... no puedo evitar sentir que hay algo más. Algo que estoy olvidando, algo que debería recordar. Como si una parte de mí estuviera atrapada en algún lugar, esperando ser liberada - dije, mirando hacia la distancia, hacia el horizonte gris.

La conversación quedó ahí, flotando en el aire sin una verdadera resolución. Continuamos caminando en silencio, pero mis pensamientos se quedaron en Sebastián, en esa conexión inexplicable que me perturbaba cada vez más.

Una noche, mientras me encontraba en mi habitación leyendo uno de los libros de historia que tanto me fascinaban, escuché una ligera perturbación en la ventana. El viento agitaba las cortinas, y por un momento, el ambiente cambió. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, y levanté la vista, esperando ver algo fuera de lo común.

- ¿Victoria? - La voz de mi madre resonó desde la puerta, haciéndome saltar ligeramente.

- Madre, ¿qué ocurre? - pregunté, intentando mantener la compostura mientras dejaba el libro a un lado.

Mi madre entró en la habitación, su expresión más seria de lo habitual. Había algo en su mirada que me inquietaba, una mezcla de preocupación y frustración que no lograba descifrar.

- He notado que últimamente estás... distraída. Te veo perdida en pensamientos y emociones que no compartes conmigo - comenzó, caminando lentamente hacia el centro de la habitación. - Es importante que recuerdes quién eres, Victoria. La sociedad espera mucho de ti, y no puedes permitirte perder el control.

Sentí una punzada en el pecho. No era solo la presión de mi madre lo que me afectaba, sino la creciente sensación de que algo estaba fuera de lugar, algo que ella no podía entender.

- Madre, yo... estoy bien - mentí, tratando de sonreír. - Simplemente he estado pensando mucho. Nada más.

- No puedes engañarme, hija - dijo, su tono más frío que nunca. - Sé que algo te perturba, y como tu madre, es mi deber asegurarte de que mantienes el camino correcto. No quiero verte caer en ilusiones o fantasías.

- No estoy... no estoy cayendo en nada - respondí, sintiendo la frustración hervir bajo mi piel. - Solo estoy tratando de encontrar respuestas a preguntas que no sé cómo formular.

Mi madre se acercó aún más, su presencia imponente llenando la habitación.

- Escúchame bien, Victoria. Eres una De la Fuente, y tienes un papel que cumplir en esta familia y en la sociedad. No puedo permitir que te desvíes del camino. Si hay algo o alguien que te está afectando de esta manera, haré todo lo necesario para apartarlo de tu vida.

Sus palabras cayeron sobre mí como una losa de piedra. La presión era sofocante, y el dolor de no poder expresar lo que realmente sentía me estaba destrozando. En lugar de responder, simplemente asentí, dejando que ella creyera que había ganado la discusión. Pero por dentro, sabía que no podría seguir viviendo de esta manera.

Mi madre me observó un momento más, como asegurándose de que su mensaje había sido comprendido, y luego salió de la habitación sin decir más.

Después de esa conversación, las cosas empeoraron. Las alucinaciones comenzaron. Primero fueron solo sombras en el rabillo del ojo, formas que se desvanecían antes de que pudiera enfocarlas. Pero con el tiempo, se volvieron más claras, más aterradoras. Veía a Sebastián en lugares donde no debía estar. Escuchaba su voz en mis sueños, llamándome por un nombre que no reconocía. Y en cada uno de esos sueños, había una promesa rota, un destino cruel que no lograba comprender.

Comencé a evitar las reuniones sociales. Mi madre me miraba con desaprobación cada vez que me negaba a asistir a una fiesta o a un almuerzo importante, pero no podía soportar estar en público. El peso de mi propio sufrimiento me estaba aplastando.

Una noche, mientras intentaba dormir, sentí como si el aire en la habitación se volviera más pesado, más denso. Me incorporé en la cama, el corazón latiendo desbocado. Y entonces lo vi.

Sebastián estaba allí, parado junto a la ventana, mirándome con los mismos ojos que siempre me habían perturbado. Pero algo en él era diferente. No era el mismo Sebastián que había conocido en esta vida, en este tiempo. Este Sebastián parecía... roto.

- Victoria - dijo en un susurro, su voz llena de una tristeza que me atravesó el alma.

- ¿Sebastián? ¿Qué estás haciendo aquí? - pregunté, aunque en el fondo sabía que él no estaba realmente allí.

- No puedo quedarme. No aquí, no ahora. Pero tú... tú debes recordar, Victoria. Debes recordar quién eres.

Su figura comenzó a desvanecerse, y aunque intenté alcanzarlo, mis manos no encontraron nada más que aire. La desesperación me envolvió.

- ¿Qué debo recordar? - grité al vacío, mi voz rompiéndose. Pero no hubo respuesta.

La soledad me envolvió una vez más, y supe, con una certeza devastadora, que estaba cayendo cada vez más profundo en un abismo del que no podría escapar. El sufrimiento era insoportable, y el vacío en mi alma crecía con cada día que pasaba.

La vida, tal como la conocía, se estaba desmoronando.

Ciclos de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora