Los días en la mansión transcurrían sin grandes sobresaltos. Cada mañana me levantaba en mi habitación adornada con cortinas de terciopelo, muebles antiguos y flores frescas traídas del jardín. Mi vida transcurría entre las obligaciones sociales impuestas por mi madre y las interminables lecturas en mi alcoba. Sin embargo, había algo que nunca lograba sacudir: una sombra en el fondo de mi mente, algo que me recordaba que, a pesar de todo el orden y la belleza, algo faltaba.
Esa mañana, mientras me encontraba sentada junto a la ventana, con un libro en las manos, mi madre irrumpió en la habitación sin previo aviso. Su mirada siempre severa me recorrió de pies a cabeza.
- Hoy vendrá el duque de Beauford a cenar - anunció, como si fuera una orden más que una simple información. - Es un hombre respetado, y tu padre cree que sería una buena alianza para nuestra familia.
Asentí sin decir nada. El duque, otro caballero que venía con intenciones que ya había escuchado cientos de veces. No era raro que nuestra familia buscara alianzas para asegurar su posición, y yo era solo una pieza más en ese tablero de intrigas y negociaciones.
- Espero que esta vez no decepciones - añadió mi madre, su tono frío como el acero. - Debes comportarte como se espera de ti. Nada de esas respuestas cortantes que das cuando te sientes incómoda. ¿Entendido?
La miré a los ojos, sintiendo ese habitual nudo en el estómago que aparecía cada vez que me hablaba de esa forma. Intentaba siempre agradarla, pero nunca parecía ser suficiente.
- Entendido - respondí en un susurro, desviando la mirada hacia el suelo.
Ella se quedó en silencio por un momento, evaluándome, como si buscara algo más que reprochar. Finalmente, se dio media vuelta y salió de la habitación sin decir más.
Me quedé quieta por unos minutos, sintiendo el peso de sus palabras hundirse en mi pecho. Nunca había sido capaz de hacerla feliz. Cada interacción con ella dejaba una cicatriz, pequeña pero dolorosa. Me levanté del sillón, cerré el libro y me acerqué al espejo, observando mi reflejo una vez más. No me reconocía del todo, a pesar de que la imagen era familiar. ¿Quién soy realmente?
Clarissa apareció poco después, con su sonrisa habitual, lista para ayudarme a prepararme para la cena.
- Hoy es un día importante, señorita Victoria - comentó mientras comenzaba a peinarme. - El duque es un hombre influyente. Estoy segura de que su madre querrá que todo sea perfecto.
- Perfecto - repetí en voz baja, casi como si la palabra tuviera un sabor amargo en mi boca.
Me quedé en silencio mientras Clarissa hacía su trabajo, sus dedos delicados trenzando mi cabello y ajustando mi vestido con precisión. Todo debía ser perfecto, siempre lo mismo, siempre bajo las órdenes de alguien más.
Al bajar para la cena, el aire en la sala estaba tenso. Mi padre se encontraba en su sillón favorito, hablando con Amélie, su amante, mientras mi madre daba las últimas indicaciones al personal. El duque no había llegado aún, pero el ambiente ya estaba cargado con las expectativas de la noche.
- Victoria - dijo Amélie, con esa calidez que siempre me ofrecía cuando nos cruzábamos. - Te ves hermosa esta noche. Estoy segura de que todo irá bien.
Le sonreí con gratitud. Amélie era la única persona en esta casa que me trataba con verdadero afecto. Su presencia era un alivio, una especie de refugio en medio de todo el caos. A veces pensaba que prefería pasar el tiempo con ella que, con mi propia madre, y eso solo aumentaba el resentimiento que sentía hacia ella.
- Gracias, Amélie - respondí, tratando de sonar optimista. - Espero que sea una noche tranquila.
Poco después, el duque de Beauford llegó, con su porte elegante y su voz grave. Parecía ser el tipo de hombre que mi madre admiraba: serio, educado, y con una fortuna que sin duda atraía su atención. Durante la cena, intercambiamos algunas palabras formales, pero mi mente estaba en otro lugar. Algo faltaba, algo importante.
A mitad de la velada, mi madre se excusó para retirarse un momento, dejándonos a solas. El duque me miró con una sonrisa que pretendía ser amable, pero me resultaba extraña.
- He oído mucho sobre ti, Victoria - dijo con voz baja. - Tu familia es conocida en la corte por su elegancia y refinamiento. Estoy impresionado.
- Gracias - respondí, esforzándome por mantener la compostura. - Mi familia se enorgullece de mantener esa reputación.
La conversación continuó de manera monótona, con él hablándome de sus propiedades y sus logros. Pero mi mente seguía distraída, siempre volviendo a ese vacío en mi pecho que no podía ignorar.
Al finalizar la cena, subí a mi habitación, agotada por la tensión de la noche. Me acerqué al tocador y, como cada noche, observé mi reflejo. Algo no estaba bien.
Me senté frente al espejo, dejando que mis dedos recorrieran el borde frío de la madera. Cerré los ojos, buscando respuestas en lo profundo de mi mente, pero lo único que encontré fue un vacío cada vez más profundo. Sentía que debía recordar algo, algo crucial, pero no sabía qué.
Finalmente, abrí los ojos y observé mi rostro una vez más en el espejo. Era yo, pero al mismo tiempo no lo era. Esa sensación me atormentaba cada vez más. Me recosté en la cama, agotada, y pronto me vi sumida en un sueño inquietante.
Soñé con un lugar oscuro, lleno de sombras. En el centro, una figura borrosa me llamaba, pero no podía verla con claridad. Quería acercarme, pero cuanto más lo intentaba, más distante se hacía. El vacío en mi pecho se hacía insoportable, como si algo vital estuviera fuera de mi alcance.
Me desperté sobresaltada, con el corazón latiendo rápido en mi pecho. ¿Qué me estaba pasando?
A veces, los sueños son el eco de una verdad que hemos olvidado.
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Ciclos de amor
FantasyEn las mágicas calles de Florencia, el amor florece y la tragedia acecha. Victoria y Sebastián son dos almas destinadas a encontrarse, pero un trágico accidente los separa de forma devastadora. Abatida por el dolor, Victoria toma una decisión fatal...