Los días que siguieron al funeral fueron un borrón en mi memoria, como si estuviera atrapada en una niebla densa que no me dejaba ver más allá de mi propio sufrimiento. La gente venía y se iba, trayendo flores y palabras de consuelo, pero yo no podía escucharlas. Todo lo que escuchaba era el eco de la risa de Sebastián, esa risa que había llenado mi vida de luz y ahora solo dejaba un vacío abrumador.
Me senté en el sofá de casa, mirando por la ventana. El cielo era de un azul brillante, pero todo lo que veía era gris. Cada rayo de sol que entraba en la habitación me hacía recordar que la vida continuaba, mientras yo me sentía cada vez más atrapada en la oscuridad. La casa estaba tan callada, y el silencio era ensordecedor.
Mi madre entró en la sala con un té humeante, su mirada llena de preocupación.
- Victoria, necesitas comer algo - me dijo, su voz suave y temerosa. - No puedes quedarte aquí todo el día.
- No tengo hambre - respondí, sintiendo que la frustración burbujeaba dentro de mí. - ¿Cómo se supone que puedo comer cuando todo me recuerda a él?
Ella se sentó a mi lado, tratando de tocarme la mano, pero retiré la mía.
- Sé que es difícil, pero debes intentar seguir adelante. Sebastián querría que fueras feliz.
- ¿Feliz? - casi grito, sintiendo que el dolor me consumía. - ¿Cómo se supone que voy a ser feliz? ¡Él ya no está!
La miré a los ojos, y vi lágrimas brillar en los suyos.
- Lo sé, cariño, lo sé. Pero a veces, debemos encontrar la manera de seguir. No puedes quedarte atrapada en este dolor.
- ¿Atrapar? - repetí, sintiendo que mi voz se quebraba. - ¿Cómo puedes decir eso? ¡Él era mi todo! Sin él, no sé quién soy.
Me levanté de un salto, sintiendo que el aire se volvía más denso. Tenía que salir, tenía que escapar de esta prisión de dolor que era mi hogar. Caminé hacia la puerta, sintiendo que cada paso era una traición a su memoria.
- ¡Victoria, por favor! - gritó mi madre, pero no me detuve.
Salí a la calle, y el aire fresco me golpeó la cara. La gente pasaba a mi lado, pero me sentía invisible. Nadie podía ver el dolor que me aplastaba. Cada rostro era un recordatorio de lo que había perdido, y la tristeza se apoderó de mí como una sombra.
Caminé sin rumbo, mis pensamientos enredados en un mar de recuerdos. La última vez que estuve aquí, Sebastián había tomado mi mano, riendo mientras me decía:
- Vamos, Vic, solo vive el momento.
Y ahora, ¿cómo podía vivir el momento cuando él ya no estaba? Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, y me encontré en un parque, donde solíamos venir. Las risas de los niños resonaban en el aire, y el sonido era como un cuchillo afilado en mi corazón.
Me senté en un banco, mirando a la nada, y de repente, la voz de Sebastián llenó mi mente.
- Siempre estaré contigo, Vic. Nunca olvides eso.
Mis lágrimas caían incontrolablemente, y grité en voz alta, deseando que el mundo me escuchara.
- ¡No! ¡No siempre estarás conmigo! ¡Te has ido! ¡No puedes dejarme aquí sola!
Los ojos de algunos transeúntes se volvieron hacia mí, pero no me importaba. El dolor necesitaba salir. Sentía que cada lágrima que caía era un pedazo de mi alma, y al mismo tiempo, un grito de desesperación.
Cerré los ojos, tratando de recordar su rostro, su voz, y cómo me hacía sentir. Pero cada imagen se desvanecía, y la desesperanza se instalaba en su lugar. En ese instante, el sonido de su risa se desvaneció, y con él, una parte de mí.
Decidí ir al café donde solíamos ir. Quería sentir su presencia, aunque solo fuera un momento. Al entrar, el aroma del café fresco me recibió, pero el lugar estaba vacío. Me senté en nuestra mesa, y el espacio alrededor me pareció tan grande y tan desolador.
Saqué mi teléfono y busqué su número, como si pudiera llamarlo y escuchar su voz. Pero, por supuesto, no podía. La realidad golpeó con fuerza, y mis manos temblaron mientras miraba la pantalla.
- No... - susurré. - Esto no puede ser real.
En ese momento, una camarera se acercó, con una expresión amable.
- ¿Te gustaría ordenar algo? - preguntó, pero no pude responder.
- No... - balbuceé, sintiendo que el dolor me ahogaba. - Solo estoy... esperando.
La camarera asintió, y su expresión se tornó en compasión.
- Si necesitas hablar, estoy aquí.
- ¿Hablar? - repetí, y una risa amarga brotó de mis labios. - ¿Qué hay que hablar? ¡Mi vida se ha desmoronado!
Me di cuenta de que mis palabras eran crudas y desesperadas, pero no me importó. La camarera se sentó en la silla frente a mí, y la miré, buscando alguna conexión en sus ojos.
- Lo siento mucho. Perder a alguien que amas es lo más difícil - dijo, su voz sincera.
- Era todo para mí - respondí, sintiendo que las lágrimas volvían a caer. - Era mi futuro, mis sueños.
- Y esos sueños aún pueden vivir dentro de ti - dijo. - A veces, el amor se transforma, pero nunca desaparece.
La mirada de la camarera me hizo sentir un poco menos sola.
- ¿Cómo se supone que puedo seguir? - pregunté, sintiéndome vulnerable. - Cada día es una lucha.
- No tienes que hacerlo sola - me dijo. - Hay personas que se preocupan por ti.
Sus palabras resonaron en mí, y aunque el dolor seguía presente, comencé a entender que no estaba completamente sola.
- Gracias - murmuré, aunque no sabía si podía realmente seguir adelante.
Después de un rato, decidí que era momento de regresar a casa. La camarera me despidió con una sonrisa cálida, y aunque mi corazón seguía pesado, sentía que quizás había una pequeña luz al final del túnel.
Al llegar a casa, mi madre me recibió con un abrazo silencioso.
- ¿Te sientes mejor? - preguntó, aunque sabía que la respuesta era no.
- Un poco - respondí, intentando ser honesta. - Pero... sigue siendo difícil.
Ella me miró con comprensión, y su mirada reflejaba su propio dolor.
- Solo recuerda que estamos juntas en esto - dijo, su voz temblando.
- Gracias, mamá - le respondí, sintiéndome un poco más fuerte.
Esa noche, me recosté en la cama, el silencio envolviéndome como una manta. Sin embargo, en ese silencio, empecé a sentir la presencia de Sebastián de nuevo, como si estuviera allí, a mi lado.
- Siempre estaré contigo, Vic - susurré en la oscuridad, sintiendo que mis lágrimas caían sobre la almohada.
Y aunque el dolor seguía presente, también sentí un pequeño destello de esperanza. Tal vez, solo tal vez, podía encontrar una manera de llevarlo conmigo, de honrar su memoria mientras aprendía a vivir con su ausencia.
La lucha apenas comenzaba, pero sabía que, de alguna manera, debía encontrar mi camino. Sebastián siempre sería parte de mí, y aunque el dolor me acompañara, también lo haría su amor.
A medida que el sueño comenzaba a envolverme, mi mente se aferró a esa idea. Tal vez, en medio de la tristeza, aún podía encontrar la luz.
Al final, el amor nunca se desvanece; simplemente se transforma, y eso me daba un pequeño consuelo en este viaje de sanación.
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Ciclos de amor
FantasyEn las mágicas calles de Florencia, el amor florece y la tragedia acecha. Victoria y Sebastián son dos almas destinadas a encontrarse, pero un trágico accidente los separa de forma devastadora. Abatida por el dolor, Victoria toma una decisión fatal...