Abrí los ojos lentamente. El aire en la habitación era fresco, suave, y la luz que se filtraba a través de las cortinas tenía un tono dorado, cálido. Me levanté del tocador donde al parecer me había quedado dormida. Mi reflejo en el espejo me devolvía la mirada de una joven con el cabello perfectamente recogido en un elegante moño, vestida con un delicado vestido de encaje. Todo parecía en orden, como debía ser.
Me incorporé, alisando el faldón del vestido mientras mi mente intentaba sacudirse la niebla de un sueño extraño, distante. Sentía como si hubiera soñado algo perturbador, pero no lograba recordar los detalles. Lo único que quedaba era una sensación en el pecho, una ligera incomodidad, como si algo me faltara. Pero, ¿qué? Sacudí la cabeza, tratando de no darle demasiada importancia.
Mientras daba unos pasos hacia la ventana, la puerta se abrió suavemente y Clarissa, mi dama de compañía, entró con su habitual sonrisa calmada.
- Señorita Victoria, su madre la espera para el desayuno - dijo con una leve inclinación de cabeza.
Le devolví una sonrisa y asentí. Todo esto me resultaba natural, como si lo hubiera hecho cientos de veces antes. El sonido de los carruajes, el aroma de las flores del jardín, todo estaba exactamente como debía estar. Caminé hacia la puerta mientras Clarissa ajustaba mi chal con cuidado.
- Gracias, Clarissa - murmuré, sintiendo el calor del chal sobre mis hombros.
- No hay de qué, señorita. Hoy vendrá la baronesa a visitarlas. Su madre espera que todo salga perfecto.
Asentí de nuevo, aunque algo dentro de mí seguía inquieto. ¿Qué podría estar mal? No lo sabía, y la verdad, no podía entender por qué ese pequeño peso en mi pecho no desaparecía. Sin embargo, al llegar al salón, lo olvidé momentáneamente.
Mi madre ya estaba sentada, con su habitual expresión seria y perfecta. Llevaba un elegante vestido azul celeste que realzaba su porte altivo. Apenas levantó la mirada cuando entré, pero ese era nuestro trato habitual. Nunca había sido especialmente afectuosa conmigo.
- Llegas tarde - comentó sin mucho interés. - Espero que estés presentable para la visita de la baronesa. Tu padre ha insistido en que sea un encuentro agradable.
Me senté en silencio frente a ella, tomando la servilleta de mi plato y colocando mis manos en mi regazo, como se esperaba de una dama bien educada. Mi madre tenía una forma de convertir cualquier cosa en una crítica, pero había aprendido a no dejar que me afectara. O al menos, eso intentaba.
- Estoy lista, madre - respondí en tono tranquilo. - No se preocupe.
Ella me miró de reojo, evaluando mi apariencia de arriba abajo antes de asentir levemente.
- Asegúrate de no hablar demasiado - advirtió. - Ya sabes cómo son nuestras visitas, les gusta una joven callada y discreta.
La relación con mi madre siempre había sido así. Control, perfección, apariencia. Todo debía estar en su lugar, y yo era solo una parte más de esa imagen que ella había construido para nuestra familia. Nunca había podido romper esa barrera entre nosotras. Todo lo que hacíamos estaba guiado por lo que los demás pensaban de nosotros.
Mientras el desayuno avanzaba, mis pensamientos se desviaron hacia otro lugar, uno que no terminaba de comprender. Esa sensación extraña... como si hubiese algo que no estaba bien, algo en mi interior que necesitaba respuestas, pero no sabía cuáles.
Amélie, la amante de mi padre, entró en el salón poco después. Ella siempre traía consigo una calma distinta, un respiro en medio de la rigidez de la casa. Mi madre la toleraba, pero se notaba su desdén cada vez que Amélie estaba cerca.
- Buenos días, Victoria - me saludó Amélie con una sonrisa sincera mientras tomaba asiento.
Le devolví el gesto con alivio. Amélie siempre había sido amable conmigo, más de lo que mi propia madre había sido. En ocasiones, la sentía más cercana, como si fuera la única que me entendiera realmente.
- Buenos días, Amélie - respondí con dulzura. - Hoy parece que será un día largo.
- Lo será, querida - asintió ella, tomando un sorbo de té. - Pero seguro lo superarás con elegancia, como siempre lo haces.
Nuestra pequeña interacción fue suficiente para levantarme un poco el ánimo, aunque el vacío en mi pecho persistía. No sabía qué era, pero no podía evitar la sensación de que algo importante me faltaba, algo que debería recordar, pero no podía.
Después de terminar el desayuno, mi madre, con su típico tono imperativo, dijo:
- Victoria, prepárate para el almuerzo con la baronesa. No quiero que dejes de atenderla ni un solo momento. Es esencial que nuestra familia mantenga buenas relaciones.
Asentí sin protestar. Era la misma historia de siempre. Mi madre tenía una lista interminable de normas que debía seguir. Siempre perfecta, siempre callada, siempre obediente. Mi papel estaba marcado, y me resultaba más fácil seguirlo que enfrentar su ira.
Pero mientras me levantaba para retirarme a mi habitación, una extraña sensación se apoderó de mí. El recuerdo de ese sueño confuso me envolvió nuevamente. Aunque no podía recordarlo con claridad, la angustia que me causaba era real. Había algo que no cuadraba.
Subí a mi habitación en silencio, caminando por los pasillos que conocía tan bien, con los cuadros de familiares antiguos mirándome desde las paredes. Una parte de mí sentía que todo estaba en su lugar, pero otra me susurraba que algo no encajaba.
Cuando llegué a mi habitación, me acerqué al tocador, observando mi reflejo una vez más. Pasé los dedos por el delicado encaje de mi vestido, y una extraña punzada me recorrió el pecho. Algo en mi interior me decía que este no era mi lugar. ¿Pero por qué?
Toqué suavemente el espejo frente a mí, como si pudiera revelar algo más allá de mi reflejo. Cerré los ojos, buscando en mi mente alguna respuesta, pero lo único que encontré fue un vacío profundo, un abismo que no podía atravesar.
Clarissa entró detrás de mí, interrumpiendo mis pensamientos.
- Señorita Victoria, su vestido para el almuerzo ya está listo. ¿Le gustaría que le ayudara a cambiarse?
Asentí lentamente, sintiendo que, aunque este mundo me parecía conocido, algo dentro de mí no estaba en su lugar. Algo me faltaba, pero no sabía qué.
Me giré para que Clarissa comenzara a desvestirme y prepararme para el almuerzo. Mientras sus manos hábiles trabajaban, mi mente seguía enredada en ese extraño sentimiento, esa melancolía sin nombre. ¿Qué era lo que había olvidado?
En cada espejo, busco una respuesta que parece estarsiempre fuera de mi alcance.
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Ciclos de amor
FantasyEn las mágicas calles de Florencia, el amor florece y la tragedia acecha. Victoria y Sebastián son dos almas destinadas a encontrarse, pero un trágico accidente los separa de forma devastadora. Abatida por el dolor, Victoria toma una decisión fatal...