Capítulo 9: Entre la Duda y la Realidad

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El día posterior al almuerzo con la familia del duque de Hartwick transcurrió en una extraña neblina de incertidumbre. Desde el momento en que mis ojos se abrieron aquella mañana, sentí un peso inexplicable en mi pecho, una sensación de inquietud que no lograba sacudirme. Había algo en la forma en que Sebastián me miró, en su sola presencia, que resonaba en lo más profundo de mi ser. Aún no podía entender cómo alguien que acababa de conocer podía despertar tales emociones en mí, pero sabía, con una certeza perturbadora, que él era parte de algo mucho más grande.

Me levanté de la cama y me dirigí hacia el espejo de mi tocador, observando mi reflejo. El rostro que me devolvía la mirada parecía el mismo de siempre: joven, sereno, tal como cualquier dama de mi estatus debería verse. Pero, en el fondo de mis ojos, había algo distinto. **Una sombra, una duda que no había estado allí antes.

Clarissa entró en la habitación con su acostumbrada discreción, trayendo mi desayuno.

- Buenos días, señorita Victoria - dijo con una sonrisa tenue, dejando la bandeja sobre la pequeña mesa cerca de la ventana. - Hoy tiene una agenda más ligera. La duquesa sugiere que pase un tiempo en el jardín, relajándose.

Asentí, aunque mi mente estaba en otro lugar. Tomé un sorbo de té, pero el sabor que normalmente encontraba reconfortante ahora me resultaba insípido. Los recuerdos del día anterior volvían a mí en oleadas, cada vez más intensos. La mirada de Sebastián, su voz, la extraña sensación de familiaridad que había sentido en su presencia. Nada de eso tenía sentido, y, sin embargo, todo en mi interior me decía que debía prestar atención.

- ¿Clarissa? - la llamé, tratando de ordenar mis pensamientos. - ¿Tú crees que es posible... conocer a alguien y sentir que lo has conocido toda tu vida, aunque nunca lo hayas visto antes?

Mi dama de compañía me miró con sorpresa, pero se acercó con cautela, probablemente preguntándose si debía responder con franqueza.

- Creo que a veces el destino nos juega trucos, señorita. Hay personas que entran en nuestra vida y nos hacen sentir cosas inexplicables. Tal vez su alma ya las conocía de alguna forma - dijo, intentando buscar las palabras adecuadas.

Su respuesta, aunque poética, no me satisfizo. Mi mente pedía lógica, explicaciones que fueran más allá de lo místico o romántico. Pero en el fondo, sabía que la razón no podía ofrecerme lo que buscaba.

Me levanté de la mesa de un salto, incapaz de soportar la inquietud por más tiempo.

- Necesito salir de aquí. Vamos al jardín.

Clarissa asintió rápidamente y me ayudó a prepararme. Me coloqué un vestido ligero, adecuado para la caminata matutina que había planeado, y juntas nos dirigimos al jardín de la mansión, donde las flores de temporada florecían en todo su esplendor. Pero, aunque el entorno era hermoso, no lograba calmar mi mente. Los colores brillantes y el aroma de las rosas se sentían distantes, casi irreales. Todo lo que podía hacer era pensar en Sebastián.

Pasamos por la pérgola, un rincón donde normalmente me sentaba a leer, pero ese día no había espacio en mi mente para las letras de los libros. Mi cabeza estaba llena de imágenes confusas, fragmentos de sueños, y la sensación ineludible de que algo en mi vida no estaba bien. No sabía por qué, pero sentía que el vacío en mi corazón tenía que ver con ese hombre, con Sebastián, y con algo más que aún no lograba recordar.

- Señorita, parece que no se siente bien - observó Clarissa con preocupación, deteniéndose a mi lado. - Tal vez debería descansar un poco más. El duque y su familia volverán a visitarnos pronto. Es importante que esté en plena forma.

- Clarissa, no entiendo qué me pasa - dije de repente, sin poder contener más mis pensamientos. - Siento que algo me falta, algo esencial... y cada vez que pienso en el hijo del duque, mi mente se llena de recuerdos que no tengo. Es como si lo conociera, como si hubiera sido parte de mi vida, pero no recuerdo cómo.

Clarissa me miró con sorpresa, pero no dijo nada al principio. El silencio entre nosotras era palpable, cargado de incertidumbre. Finalmente, tomó aire y habló con suavidad.

- Tal vez se deba a los sueños que ha estado teniendo, señorita. A veces los sueños se mezclan con la realidad, y nos hacen sentir cosas que no podemos explicar.

Sus palabras me recordaron aquellas noches, cuando despertaba sobresaltada, con imágenes de un mundo diferente en mi mente. Pero esos sueños no eran simples. Había algo más, algo que me conectaba profundamente con Sebastián, aunque no sabía que. Quería que todo fuera solo una coincidencia, un juego de mi mente, pero una parte de mí sabía que era más que eso.

Decidí no continuar la conversación. No quería preocupar más a Clarissa, y mucho menos alarmar a mi madre, quien siempre esperaba de mí perfección en cada aspecto de mi vida. Me levanté de la banca del jardín y caminé hacia el camino de piedra que conducía a una fuente en el centro.

De repente, escuché el sonido de cascos de caballos, y cuando me giré, vi que un carruaje se detenía frente a la entrada principal. Mi corazón dio un vuelco al reconocer los colores y el escudo que decoraba el vehículo. Era la familia del duque.

Mi respiración se aceleró, y sentí cómo un escalofrío recorría mi cuerpo. No sabía si estaba preparada para ver a Sebastián de nuevo. La idea de volver a enfrentarme a esos ojos que me hacían sentir tantas emociones contradictorias me aterraba y, al mismo tiempo, me atraía de una forma que no podía controlar.

Clarissa me miró, notando mi cambio de expresión, y sin que yo tuviera que decir nada, me ofreció su brazo para llevarme de regreso a la mansión.

- Creo que deberíamos regresar, señorita. Es probable que la duquesa quiera recibir a sus invitados personalmente - dijo con una ligera sonrisa.

Asentí y me dejé guiar de regreso al interior. Mi mente no dejaba de girar en torno a la inminente llegada de Sebastián. ¿Qué diría cuando lo viera? ¿Él sentiría lo mismo que yo? ¿Sabía él lo que estaba ocurriendo entre nosotros, aunque no pudiéramos explicarlo?

Cuando llegamos al salón principal, la duquesa ya estaba allí, recibiendo con gran entusiasmo a los invitados. Mi madre, como siempre, lucía impecable, haciendo gala de su encanto natural, mientras que mi padre intercambiaba algunas palabras formales con el duque. Pero yo no podía apartar la vista de la entrada, esperando con una mezcla de nerviosismo y expectación.

Y entonces, él entró.

Sebastián caminó con la misma elegancia y seguridad que el día anterior, pero esta vez, algo en él parecía más relajado, más natural. Al cruzar la puerta, sus ojos se encontraron con los míos de inmediato, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. Su mirada me atravesó como una ráfaga de viento frío, pero al mismo tiempo, había calidez en ella, una familiaridad que no lograba entender.

- Señorita Victoria - dijo al inclinarse ligeramente hacia mí, con una sonrisa que me dejó sin aliento. - Me alegra verla nuevamente. Espero no haber causado demasiada inquietud con mi tardanza ayer.

- No fue ningún inconveniente, señor Sebastián - respondí, mi voz apenas un susurro, mientras sentía cómo mi corazón latía desbocado en mi pecho.

Nuestros ojos se mantuvieron conectados por unos segundos más, y de repente, todo lo que me rodeaba desapareció. El ruido del salón, las conversaciones, incluso la figura de mi madre a mi lado, se desvanecieron en una neblina. Solo existíamos él y yo, dos almas que, de alguna manera, estaban destinadas a encontrarse.

Pero, al igual que el día anterior, no había respuestas. Solo más preguntas.

El vacío en mi corazón era cada vez más profundo, y la presencia de Sebastián lo llenaba, aunque no lograba comprender por qué.

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