Desde el primer momento en que conocí a Victoria, supe que había algo especial en ella. La historia comenzó cuando, tras la muerte de mi padre, me escapé de la casa que se había vuelto una prisión. Salí una noche, buscando un respiro en un mundo que me parecía tan oscuro. Caminé sin rumbo, hasta que llegué a un parque que parecía un refugio del dolor y la tristeza que me invadían. Allí, entre el murmullo de las hojas y el canto lejano de los pájaros, la vi.
Era como si el sol hubiera decidido brillar solo para ella. Su risa, ligera como el viento, resonaba en mi pecho, y en ese instante, todo cambió. No había planes, no había expectativas, solo el deseo de conocerla. Nos sentamos en un banco, y mientras hablábamos, el mundo se desvanecía a nuestro alrededor. Compartimos sueños, risas y secretos en una conexión instantánea que parecía destinada a ser.
Victoria siempre había sido un enigma para mí, un rompecabezas que deseaba resolver. A medida que nuestras charlas se prolongaban, sentí que las sombras de mi pasado se desvanecían, reemplazadas por la luz que emanaba de ella. Su forma de ver la vida, su curiosidad y su deseo de explorar el mundo me atrajeron como un imán.
Sin embargo, mi felicidad fue efímera. Un día cualquiera, mientras regresaba a casa, la vida me arrebató en un instante. Un accidente inesperado, una carrera por las calles adoquinadas, y de repente, todo se apagó. Sentí cómo la oscuridad se cernía sobre mí, llevándome a un abismo sin fin. No entendía por qué tenía que terminar así, por qué tenía que dejar a Victoria sola. La promesa que le había hecho, de estar siempre a su lado, quedó suspendida en el aire, como un eco que nunca se desvanecería.
Cuando desperté en este nuevo mundo, todo era diferente, pero había algo familiar en la brisa, en el murmullo de la gente, en la mirada de Victoria. Desde el primer momento en que nos reencontramos en este nuevo capítulo de nuestras vidas, sentí que había una conexión que iba más allá de lo visible. Ella era la misma, pero a la vez, era una desconocida. Cada mirada, cada sonrisa, cada palabra compartida me hacía recordar a la Victoria que había amado.
El anuncio del compromiso con Azael fue como un golpe directo en mi corazón. Cada palabra de mi padre resonaba en mis oídos, y aunque sabía que mi familia deseaba lo mejor para mí, la idea de que Victoria se uniera a mi hermano me llenó de una angustia indescriptible. A medida que el duque Hartwick continuaba su discurso, yo me sentía cada vez más impotente. La distancia que había entre nosotros se amplió, y mi mundo comenzó a desmoronarse.
Me frustraba el hecho de que Azael, con su arrogancia, se presentara como un candidato perfecto. ¿Qué sabía él de Victoria? ¿Cómo podía prometerle un futuro brillante cuando, en el fondo, lo único que deseaba era poseerla como un trofeo, un símbolo de victoria? Cada palabra de Azael, cada mirada hacia ella, provocaba un fuego que ardía en mi interior, una rabia contenida que apenas podía controlar.
En las semanas que siguieron al anuncio, la tristeza se instaló en mí como una sombra persistente. Aunque sabía que debía actuar con madurez y dignidad, no podía evitar sentir que el tiempo se me escapaba entre los dedos. Victoria estaba atrapada en una situación que no había elegido, y mi impotencia me consumía.
Recuerdo claramente las noches en las que me colaba en su habitación, la luz tenue iluminando su rostro mientras dormía. A veces, me quedaba observándola, intentando recordar los momentos que habíamos compartido. La conexión que sentía era tan profunda que a veces me preguntaba si había algo más que solo una atracción superficial. En esos momentos, las memorias de una vida anterior comenzaban a asomar en mi mente como fantasmas. Me encontraba atrapado entre dos mundos, entre el amor que sentía por ella y las imágenes borrosas de un pasado que no podía comprender del todo.
Los recuerdos eran fragmentos de sueños; vislumbres de una vida que había vivido antes de esta. Sabía que había prometido protegerla, que había jurado estar a su lado sin importar las circunstancias. A veces, en mis momentos de soledad, esos recuerdos se volvían vívidos. La sensación de haber conocido a Victoria desde siempre, la conexión que habíamos compartido en otro tiempo, alimentaba mi deseo de cumplir esa promesa.
La frustración y el anhelo se entrelazaban en mí, convirtiéndose en una tormenta que amenazaba con arrasar con todo a su paso. Sabía que tenía que actuar, que debía encontrar una manera de hacerle saber a Victoria lo que sentía, a pesar de las sombras que se cernían sobre nosotros. No podía quedarme de brazos cruzados mientras Azael trataba de conquistarla. Tenía que luchar, no solo por ella, sino por lo que significaba en mi vida, por la promesa que había hecho en un pasado que me parecía tan lejano y, al mismo tiempo, tan cercano.
La vida anterior parecía un eco en mi mente, un susurro que no podía ignorar. No podía dejar que esta nueva oportunidad se desvaneciera sin luchar por lo que era correcto. Al final del día, el amor verdadero no se rendía, y yo estaba dispuesto a arriesgarlo todo para asegurarme de que Victoria supiera que, a pesar de las circunstancias, siempre estaría a su lado.
Mi corazón latía con fuerza mientras pensaba en lo que se avecinaba. No podía dejar que Azael se interpusiera en nuestro camino. Esta vez, no permitiría que el destino nos separara. Estaba decidido a hacer todo lo posible para cumplir la promesa que había hecho en mi vida anterior. La conexión que compartíamos era un hilo eterno que no se rompería, sin importar cuán difícil fuera el camino que teníamos por delante.
Era el momento de actuar. No podía dejar que el miedoy la frustración me dominaran. Victoria merecía saber la verdad. Y yo, yo debíaser el que luchara por ella, ahora y siempre.
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Ciclos de amor
FantasyEn las mágicas calles de Florencia, el amor florece y la tragedia acecha. Victoria y Sebastián son dos almas destinadas a encontrarse, pero un trágico accidente los separa de forma devastadora. Abatida por el dolor, Victoria toma una decisión fatal...