Capítulo 8: El Eco del Pasado

2 1 0
                                    

El sol brillaba con una intensidad implacable aquella tarde, invadiendo el salón principal con su resplandor dorado. Los rayos de luz atravesaban los ventanales altos y decorados con cortinas de terciopelo, reflejándose en los candelabros que colgaban del techo. Mi madre, con su elegancia habitual, caminaba de un lado a otro, asegurándose de que todo estuviera en su lugar, siempre preocupada por los detalles que, según ella, aseguraban la perfección.

Estaba cansada. No solo físicamente, sino emocionalmente. Estos eventos sociales me agotaban más de lo que quisiera admitir. El continuo ir y venir de cortesías, conversaciones vacías y miradas escrutadoras era un peso que llevaba con resignación, pero nunca con agrado. Aquel almuerzo, organizado en honor del duque de Hartwick, no era la excepción. Mi madre, como siempre, se aseguraba de que yo luciera impecable y de que actuara con la misma rigidez aristocrática que ella esperaba de mí.

Sentada en la mesa, intenté concentrarme en el aroma de las flores frescas que decoraban el centro, tratando de evitar el ajetreo a mi alrededor. Mi padre, como era costumbre, estaba absorto en una conversación política con uno de los invitados, mientras Amélie, su amante convertida en mi madrastra, sonreía gentilmente, aunque su mente parecía estar muy lejos de todo lo que ocurría.

Sentí un leve tirón en mi vestido, y al girar la cabeza, me encontré con Clarissa, mi dama de compañía, inclinada hacia mí.

- ¿Todo está bien, señorita Victoria? - me susurró en voz baja, su rostro reflejando una leve preocupación. Sabía que estos eventos me incomodaban.

Le sonreí levemente y asentí, aunque dentro de mí, el malestar crecía. Mi vida, aunque repleta de lujos y comodidades, se sentía vacía. Había algo en el aire, una constante sensación de que faltaba algo importante, algo esencial, pero que no podía recordar.

Era una sensación que me acompañaba desde hacía meses, como una sombra a la que no podía escapar. Cada vez que intentaba identificar su origen, mis pensamientos volvían a aquella serie de sueños que habían estado invadiendo mi mente por las noches. Un joven, una pérdida dolorosa, y una desesperación que no lograba entender completamente. Pero al despertar, todo se desvanecía, dejándome solo con esa sensación de vacío.

El duque de Hartwick finalmente hizo su entrada, un hombre alto y corpulento, con una barba perfectamente recortada y una sonrisa segura. Era conocido por su influencia en la corte, y mi madre lo consideraba uno de los mejores contactos que nuestra familia podía tener. Siempre hablaba de él con admiración, esperando que, de alguna forma, su presencia trajera mejores oportunidades para nuestro apellido.

- Mi querida señora De la Fuente - dijo el duque con una profunda reverencia hacia mi madre. - Es un verdadero honor estar en su espléndida compañía esta tarde.

Mi madre, con una sonrisa medida, respondió con un tono adulador que siempre usaba con invitados de su estatus.

- El honor es todo nuestro, duque. Por favor, tome asiento y disfrute de este banquete que hemos preparado especialmente en su honor.

El duque me lanzó una rápida mirada de aprobación, como si yo fuera parte del espectáculo que mi madre había montado para la ocasión.

- Señorita Victoria, es un verdadero placer verla. He oído hablar mucho de usted. Su belleza y elegancia son ampliamente reconocidas.

Incliné la cabeza ligeramente, devolviéndole una sonrisa cortés, aunque por dentro no sentía absolutamente nada. Sus halagos me resbalaban como el agua. Este tipo de cumplidos eran rutinarios en mi vida, vacíos y carentes de significado.

El almuerzo avanzaba con lentitud. Los sirvientes desfilaban con bandejas llenas de exquisiteces, pero mi apetito era mínimo. Mi mente divagaba, recordando fragmentos de aquellos sueños confusos, de aquel rostro que me resultaba tan dolorosamente familiar y tan lejano al mismo tiempo. Algo en mi interior gritaba por respuestas, pero no sabía ni dónde empezar a buscarlas.

Finalmente, el duque se levantó de su asiento, llamando la atención de todos.

- Mis disculpas por la interrupción, pero parece que mi hijo ha llegado tarde - dijo, mirando hacia la entrada con una sonrisa que irradiaba orgullo. - Permítanme presentarles a Sebastián, mi segundo hijo.

Mi corazón dio un vuelco inexplicable al escuchar ese nombre, y antes de que pudiera entender por qué, lo vi entrar. Todo mi cuerpo se tensó. Allí estaba él, caminando con paso firme, pero relajado, su presencia llenando el espacio como si siempre hubiera pertenecido a él. Era alto, de cabello oscuro y rizado, con una expresión que mezclaba confianza y algo que no lograba descifrar. Era exactamente como en mis sueños, como en esas visiones difusas que me atormentaban cada noche.

Sentí que el aire se escapaba de mis pulmones. Todo a mi alrededor se volvió borroso por un instante, y un mareo me invadió. Clarissa me miró, preocupada.

- Señorita, ¿se encuentra bien? - preguntó con urgencia.

Asentí, intentando controlarme. No entendía lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible que aquel hombre, alguien a quien nunca había visto antes, despertara en mí una sensación tan profunda y dolorosa? Era como si lo conociera, como si hubiera compartido algo importante con él, pero no lograba recordar qué.

Sebastián hizo una ligera reverencia ante todos, antes de acercarse a su padre.

- Mis disculpas por el retraso. Asuntos urgentes me han mantenido ocupado.

Su voz. Esa voz... la reconocí al instante, aunque no podía precisar de dónde. Era como si la hubiera escuchado cientos de veces, sus palabras resonando en mi cabeza incluso cuando no estaba presente. Algo dentro de mí se removió, un vacío que había estado latente durante tanto tiempo, ahora parecía lleno solo con su presencia.

- No te preocupes, hijo - dijo el duque, dándole una palmada en el hombro. - Victoria, déjame presentarte a Sebastián.

Sebastián me miró entonces, y por un breve momento, nuestras miradas se encontraron. Mi corazón latió descontrolado, pero no era solo por su atractivo o su presencia imponente. Era algo más profundo, algo que no lograba entender completamente. En sus ojos vi algo que me resultó familiar, una especie de reconocimiento que me dejó perpleja. ¿También él sentía lo mismo? ¿También él me conocía de alguna forma que ninguno de los dos podía explicar?

El almuerzo continuó, pero no fui capaz de concentrarme en las conversaciones que nos rodeaban. Todo lo que podía hacer era robarle miradas a Sebastián, tratando de descifrar qué era lo que me unía a él, por qué me sentía tan atraída hacia su ser, como si su presencia fuera la respuesta a todas las preguntas que me atormentaban.

Finalmente, cuando llegó el momento de retirarnos al salón para el té, sentí una creciente ansiedad. No quería que se fuera, no quería que este encuentro terminara sin obtener alguna clase de respuesta. Pero no podía simplemente acercarme y preguntar lo que realmente deseaba. No en este contexto. No en este mundo donde todo debía ser medido y apropiado.

Sebastián se despidió con la misma cortesía con la que había llegado, pero antes de marcharse, se volvió hacia mí una última vez.

- Ha sido un placer conocerte, Victoria. Estoy seguro de que nos veremos nuevamente muy pronto.

Me quedé mirándolo mientras se marchaba, sintiendo cómo el vacío en mi pecho volvía a abrirse, más profundo que nunca. Sabía que esto no era el final, que algo más grande estaba en juego. Lo que no sabía era cómo todo encajaba. El rostro de Sebastián, su presencia, sus palabras... Todo me afectaba de una manera que no podía explicar.

El destino a veces esconde respuestas en los rostros más inesperados.

Ciclos de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora