Capítulo 18

26 3 0
                                    

Enzo me coge en brazos y empieza a caminar. El camino se me hace mucho más largo que de lo normal. Siento que floto, como si mi cuerpo no fuera mío, como si me estuviera viendo desde fuera. Me siento como en un sueño, pero cuando me doy cuenta, veo que estoy en mi habitación. Enzo me deja en la cama y escucho el eco de algunas voces que reconozco de mis padres y hermano.

- ¡Oh Dios mío! -exclama mi madre.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué no se cura? -pregunta mi hermano muy alterado.

- Porque es el filo de un rastreador -explica Enzo muy serio- Si han venido a matar a lo seres sobrenaturales, es normal que no se cure.

¿Ha dicho rastreador?

- Por eso no parece una herida normal -murmura mi padre más para sí mismo.

- Debe de tener veneno -casi susurra Enzo dándose cuenta y mi hermano se acerca para olerme.

- Acónito -susurra.

- Pero... ¡Oh! ¡Gisela, Lía! -exclama mi madre. Por lo visto habían estado todo el tiempo en una esquina sin decir nada y se acaban de dar cuenta.

- Yo las acompaño a la cocina, les haré un té -dice mi padre y les hace un gesto para que lo sigan. Es mejor que no vean esto. Sobretodo porque van a tener que asimilar muchas cosas.

Una vez fuera, vuelve el barullo. Mi hermano se apresura a preguntar- ¿Cómo la curamos?

- Deberíamos limpiar la herida del acónito... -contesta Enzo pensativo, pero no muy seguro de él mismo, y eso es extraño.

- Bien -se acerca Elías para hacerlo él, pero Enzo lo para.

- El acónito te afectará a ti, yo lo haré -mi madre ya había salido a por gasas, agua y un montón de botes de alcohol, agua oxigenada...- Bien, vamos allá. Esto te va a doler un poco -murmura mirándome a los ojos y me aparta un mechón de pelo de la frente sudada con delicadeza.

Ni siquiera sé qué expresión pongo. Yo solo sé que estoy tiritando y angustiada por la gente que hay en mi habitación. Al mismo tiempo, el dolor me nubla la mente.

- Que... n-no estén... -digo entrecortadamente señalando a mi madre y hermano.

Ellos me miran con las cejas alzadas y Enzo les dice suavemente, pero con seriedad- Yo me encargaré.

Bufando salen de la habitación. Enzo coge una gasa y el agua oxigenada. Lo va echando en la herida y limpiando poco a poco. Poco a poco mi cuerpo va despertando. Voy sintiendo que la herida está en el abdomen en un lateral. Gimo por el escozor, pero siento el cuerpo menos entumecido. Parece que funciona lo de limpiar la herida.

- Esta figura solo iba a por hombres lobo, ¿qué ha pasado? -pregunta muy serio.

- Quería el... arma -murmuro con dificultad- Iba a hacerles daño a mis amigas...

- Has luchado bien -me mira a los ojos y no sé cuanto tiempo pasa así.

- ¿Qué vamos a hacer? Y-ya sabemos que están en el pueblo -me pongo triste y pensativa.

- Llevan mucho tiempo buscando el arma, supongo que quieren ver si la encontramos nosotros para llevársela -entiende.

Nos quedamos en silencio y suspira mirando la herida- ¿Está muy fea la herida? -trato de incorporarme, pero me detiene.

- Tal vez te quede una cicatriz muy bonita -murmura con media sonrisa.

- ¿No se curará nunca la herida? -me asusto. Su expresión cambia, como si hubiera tenido una idea- ¿En qué piensas?

Las garras de mi enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora