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Nunca fui una persona que se preocupara por el bienestar de personas ajenas a mi familia, pero en cuanto la vi quede cautivado, cuando era más joven me burlaba de las historias que mi hermana menor leía en la que un príncipe se enamoraba a primera vista de la princesa, jure durante mi adolescencia que no me casaría, viviría en la casa de mi abuelo por el resto de mis días. Pero mi hermano mayor no pudo concretar el matrimonio con ningún reino y al que le correspondía esa responsabilidad ahora era a mí, mi madre siempre me preparo para el momento en el que la conociera, las mujeres del reino blanco son mujeres de belleza inigualable, se habla de ellas en otros reinos como seres mitológicos que son ocultadas hasta el día de la boda y el día que eran declaradas reinas, por lo que tratarlas con delicadeza era lo mejor ya que no convivían con personas del exterior, se le tenía prohibido divulgar información de ellas en los pueblos y algunas personas intentaban tener contacto físico con ellas ya que existe la creencia de que con tocarlas se tiene la juventud eterna y buena suerte, se dice que muchas han sido asesinadas por este motivo.

Al verla entrar al gran salón comprendí aquellos sentimientos plasmados por autores desconocidos en esas historias, su belleza era inigualable era casi imposible dejar de admirarla, su voz delicada pero fuerte, como debería sonar la de una reina, su cuerpo tan pequeño y delgado que parece una pluma, sus manos frágiles y delicadas, sus ojos azules como el color del océano, la forma en la que nuestros cuerpos parecen conocerse al bailar, si no lo hubiera vivido podría seguir diciendo que el amor a primera vista no existe.

Siempre reservada, intentando no llamar la atención, dejando que su hermana tome esa atención que ella se merece, que desperdicio, merece que la gente conozca de su belleza y su inteligencia, que la admire hasta el cansancio y que ella se dé cuenta de lo bella que es. La forma en la que la encontré en el bosque y esta vez, es una escena que jamás olvidare, ver como la abofeteaban y de esa mujer salían palabras desagradables, me hizo hervir la sangre.

Nuestras miradas encontrándonos pude ver la vergüenza, su mejilla hinchada, su labio sangrando y su cabello despeinado, quise correr detrás de ella, pero mi madre lo impidió. Ambas reinas y la princesa intentaron explicar que fue un malentendido, excusándose que había cometido faltas hacia el rey, mi madre no pronuncio ni una sola palabra y se limitó a asentir, la reina Anna aliviano la situación llevándoselas al comedor. La cena no se canceló, el rey junto a sus esposas he hija comían como si nada hubiera pasado, eso me molesto, quería verla, pero era imposible que lo hiciera en ese momento, pude escapar cuando los reyes y el príncipe Altan comenzaron a beber juntos, las damas se retiraron al patio trasero para seguir conversando y fumar un rato. Mi madre declino la oferta, y yo junto con ella, nos alejamos de aquella sala para ir directamente al salón de té donde ordenamos llevar a la princesa con indicaciones que su padre la esperaba ahí, así no podría rechazar esa orden. 

La ansiedad me consumía a cada segundo que pasaba, no sabia que decirle ni como consolarla de una manera reconfortante, al verla entrar se me partió el corazón, traía el mismo vestido con el que esa misma tarde habíamos conversado por primera vez y le había abierto mi corazón. Su cabello estaba atado de manera delicada, sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, se podía ver lo inflamado de la mejilla y su labio cubierto con un pequeño parche. Mi madre la estrecho entre sus brazos susurrándole algo en el oído que la hizo derramar unas cuantas lágrimas, las mire durante un instante antes de que mi madre saliera de la habitación y nos dejara solos, miraba todo el tiempo a sus manos con las que jugaba un poco, algunos pequeños sollozos se escapaban de su boca. 

- Lamento que haya visto lo que paso, le juro que no soy una persona violenta, siento si esto cambia la perspectiva que tenia de mí y si ya no quiere que seamos amigos ni conocerme, yo lo entenderé – su voz ronca resonó en la sala. 

Tome aire y me acerque lentamente a ella, tomándola delicadamente de la barbilla obligándole a verme, examine su rostro con calma, sus ojos, sus pestañas largas y doradas, su diminuta nariz, sus labios gruesos y rosados, algunos lunares que se encontraban en partes muy especificas de su rostro, podría quedarme horas admirándola. Pero un sollozo es lo que me regresa a la realidad, de aquellos ojos hermosos brotaban lágrimas. Con ambos pulgares limpie cada una de ellas con delicadeza, sin querer tocando aquella marca roja y morada de su mejilla haciendo que moviera su rostro un poco.

- No sé si tengo permitido hacerlo – susurre inclinándome hacia ella – pero si no lo hago su alteza, me arrepentiré. Mis labios tocaron aquella zona hinchada de la mejilla, un pequeño beso, su piel era suave y fría, miré sus labios, quise repetir mi acción, pero me contuve a pesar de que ella no se movió, aun con lágrimas en los ojos me miraba con atención. Ambos nos quedamos mirándonos con nuestros rostros a centímetros de distancia. - No he cambiado de parecer, quiero conocerla, quiero saber que le gusta, que le desagrada, que le hace sonreír y que le hace llorar– hice una breve pausa admirando esos grandes ojos que me miraban con atención– quiero conocer su historia.

Ninguno pronuncio una sola palabra más, continúo llorando y sollozando un rato más hasta que con esfuerzo pudo abrir esos bellos ojos azules. 

- Quiero ser su amiga – dijo entre sollozos. Una pequeña sonrisa involuntaria escapo de mis labios al ver la escena, ella llorando entre mis manos, sonrojada. 

- Bien, seremos amigos, pero ya no llore – limpie unas cuantas lágrimas más. 

Sabia en el lío que me estaba metiendo, si el rey no me permitía casarme con ella no sé qué haría, pero no me permití seguir pensando en eso, sino en disfrutar su compañía. 

Corona blancaWhere stories live. Discover now