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Mi hombre solo rompe sus juguetes favoritos

Cecilia estaba sentada en la fría y oscura celda de las mazmorras, con la espalda apoyada contra la pared de piedra áspera

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Cecilia estaba sentada en la fría y oscura celda de las mazmorras, con la espalda apoyada contra la pared de piedra áspera. El aire estaba viciado y el silencio solo era interrumpido por el eco distante de gotas de agua que caían desde algún rincón de la prisión. Su cuerpo estaba cansado, herido por el dolor emocional y físico de los últimos meses. Abrazaba a su hija recién nacida con un cuidado inmenso, su pequeño refugio en medio de toda aquella oscuridad.

Había rezado por esta niña, su única esperanza. Era la única que le quedaba después de que Ozai, en su implacable crueldad, había mandado ejecutar a todos sus otros hijos. Zhen, Azulón, Zhi, Huan, sus nombres eran dagas clavadas en su corazón. Recordarlos solo le traía más dolor, pero no podía, no debía, olvidarlos. Fueron suyos, y ahora solo quedaba este pequeño ser en sus brazos, el único resquicio de su maternidad.

—Mi pequeña —susurró Cecilia, mirando el rostro inocente de la bebé que dormía apaciblemente—. Eres todo lo que me queda… pero te protegeré, cueste lo que cueste.

Había sido una suerte amarga que la niña hubiera nacido. La única razón por la que seguía con vida era que su hija no representaba una amenaza para el trono de Ozai. Si hubiese sido un niño, él lo habría arrebatado de sus brazos sin pensarlo dos veces, y Cecilia no se habría atrevido a imaginar lo que habría sucedido entonces.

Recordó las palabras de Ozai cuando vino a verla después del parto. "Si hubiera sido un varón, lo habría criado yo solo. Pero como es una niña... veremos qué pasa." Su tono había sido cruel, sin un ápice de piedad, como si su hija fuera simplemente un inconveniente más en su vida.

Cecilia cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran silenciosamente por sus mejillas. ¿Cómo había llegado a esto? Hubo un tiempo en que Ozai la había mirado con admiración, con pasión, incluso con afecto. Habían compartido momentos de intimidad, y ella, en su ingenuidad, creyó que podría habitar una parte de su corazón. Pero todo había cambiado. El poder lo corrompió por completo, y ahora se había convertido en un monstruo.

Los recuerdos de su pasado la asaltaron. La imagen de Zuko apareció en su mente, su hijastro, pero en muchos sentidos, lo había considerado como su propio hijo. Se sentía culpable por haberlo abandonado, por no haber podido protegerlo como debía. Ahora ni siquiera sabía si seguía vivo. Lo último que supo de él fueron las cartas que intercambiaron en secreto, cartas que se habían detenido de forma abrupta hacía ya demasiado tiempo. ¿Qué habría sido de Zuko? ¿Estaría a salvo? Esa incertidumbre la atormentaba.

Cecilia apretó los ojos con más fuerza, tratando de calmar la oleada de emociones que amenazaban con abrumarla. Sabía que no podía permitirse perder la esperanza. Si algo había aprendido en estos últimos años, era que la resistencia no siempre se mostraba en la fuerza física, sino en la capacidad de seguir adelante, de proteger a los que amas, incluso en la peor de las circunstancias.

𝐔𝐥𝐭𝐫𝐚𝐯𝐢𝐨𝐥𝐞𝐧𝐜𝐞 [𝑂𝑧𝑎𝑖 𝑥 𝑂𝑐] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora