Descubrimientos: Primera parte

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Cass nos informó que había estado siguiendo el rastro de su padre, lo que inevitablemente la llevó hasta los Al Ghul. En teoría, nuestra tarea parecía sencilla: mantenerlos bajo vigilancia constante. Por suerte para nosotros, David Cain no se apartaba ni un solo momento de los Al Ghul, siguiéndolos de cerca, especialmente a Talia, como un perro faldero.

A pesar de esto, Bruce seguía sin aparecer en nuestro radar. Más allá de la grabación en la prisión, no teníamos ninguna prueba sólida de su paradero. Cada pista concreta se desvanecía antes de que pudiéramos atraparla, dejándonos solo con corazonadas, principalmente las de Jason o las mías, que, aunque no siempre acertadas, eran lo único que teníamos.

Mientras buscábamos incansablemente a Bruce por todos los rincones de Hong Kong y seguíamos de cerca a los Al Ghul, cuidar de un niño de cinco años en medio de todo aquello fue... interesante, por decir lo menos. Jason, al principio, estaba reacio a la idea de tener al pequeño alrededor. Kareem, que no se despegaba de mí ni un segundo, parecía comportarse de manera distinta cuando Jason estaba cerca, como si notara su incomodidad.

Afortunadamente, la habilidad de Cass para leer el lenguaje corporal nos resultó invaluable a la hora de comunicarnos con Kareem. Gracias a ella, aprendimos sus patrones básicos de comportamiento: desde algo tan simple como reconocer sus emociones, hasta distinguir las diferentes expresiones que hacía cuando empezaba a sentir hambre.

De manera inesperada, la pequeña burbuja familiar que habíamos formado empezó a crecer. Nuestras rutinas, que antes giraban en torno a la misión, lentamente se adaptaron al niño, haciéndolo parte de ellas de una manera casi natural.

Cass conocía mejor Hong Kong que nosotros, así que se encargaba principalmente de las patrullas nocturnas junto a Jason. Yo, en cambio, me quedaba con Kareem por las noches, buscando pequeñas pistas cibernéticas en nuestro intento por encontrar a Bruce.

—Kareem, deja eso —dije entre risas, viendo cómo el niño jugaba con la máscara de Red Hood. Jason no había usado el traje desde que nos reunimos en Francia, y me alegraba de eso.

Y hace meses que Red Hood no se presenciaba.

—Si yo fuera Bruce... —murmuré en voz alta, manteniendo la mirada en Kareem—. No podría hacer uso de la fortuna Wayne.

Era evidente que Bruce necesitaba dinero. No habíamos logrado descubrir cómo había salido de Estambul sin dejar rastro, pero en una ciudad como Hong Kong, sobrevivir sin recursos era casi imposible. Esto me llevó a pensar en las peleas callejeras o en trabajos que pudieran proporcionarle algo de comida y un techo donde quedarse, con Kareem acurrucado a mi lado en el sofá, me dediqué a buscar registros de migrantes en la ciudad y ofertas de empleo que no requirieran hablar el idioma. Cada clic me llevaba a un callejón sin salida, hasta que vislumbré un anuncio de trabajo cerca del mercado más grande de la ciudad, en Mong Kok.

El anuncio era sencillo: se buscaban recogedores de basura en el sector, ofreciendo dinero inmediato y un techo donde vivir. Era una oferta destinada, naturalmente, a vagabundos. Conocía a Bruce Wayne lo suficiente como para entender que ese trabajo, con las condiciones que ofrecía y la flexibilidad de horario, era el indicado.

Fue una simple corazonada, pero no podía ignorarla.

Así que tomé a Kareem en brazos y recorrí la ciudad en busca de Bruce. Encontrar el lugar no fue difícil, pero hablar con los habitantes de la pequeña casa se convirtió en un reto. Solo sabía lo básico de mandarín.

Le mostré la fotografía a varias personas, pero ninguna pareció reconocerlo, y la frustración empezaba a apoderarse de mí. Estaba a punto de rendirme cuando una mujer de mediana edad, con una mirada atenta, me indicó con el dedo una de las habitaciones.

La perspectiva de RobinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora