Antes no tenía a quien amar
Mucho espero por alguien especial
O alguien a quien darle lugar
Alguien como tu tan linda y diferente
No puedo ahora sacarte de mi mente
Ahora pienso en ti a cada instante
Ya encontre a la persona que esperaba
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El sol comenzaba a descender en el horizonte, bañando el reino de Verenthia con un dorado resplandor. En el alto castillo de cristal, Mei, la princesa de la raza mixta de humanos y elfos, se encontraba en su balcón, contemplando el vasto paisaje que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Los bosques oscuros y los campos verdes parecían más vivos que nunca, pero su corazón anhelaba la presencia de su esposo, Bakugo, el rey de los dragones. Había pasado casi cinco meses desde que él partió en busca de gloria en una batalla lejana, y Mei se preguntaba si volvería a su lado.
La sala principal del castillo estaba adornada con flores frescas y cintas brillantes, un festín visual para recibir al rey en su regreso. Sin embargo, la emoción se mezclaba con la preocupación. Mei había escuchado rumores de que la batalla había sido feroz, que los enemigos eran implacables y que muchos guerreros habían caído.
—Mei, ¿estás bien? —preguntó Izuku, el caballero más leal de Bakugo, mientras entraba en la sala. Tenía una expresión de preocupación en su rostro.
—Solo… solo espero que vuelva pronto —respondió ella, forzando una sonrisa—. Han pasado tantos días y noches sin él.
—Él es un dragón, Mei —dijo Izuku con firmeza—. Su espíritu es indomable. No hay enemigo que pueda detenerlo por mucho tiempo. Confía en su fuerza.
Mei asintió, pero su mente seguía atormentada. Se acercó al borde del balcón y miró hacia el cielo, imaginando la imponente figura de Bakugo volando sobre su reino. El dragón rey era conocido por su furia en batalla y su ternura en la intimidad. Había tomado su corazón desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, una conexión inquebrantable que los unió a pesar de las diferencias de sus razas.
—¿Sabes? A veces me pregunto si mis habilidades como elfa son suficientes para ser la reina de los dragones —murmuró Mei, mirando a Izuku.
—Eres más que suficiente, Mei. No dejes que la duda te consuma. Bakugo te eligió por una razón —replicó Izuku—. Tu valentía y tu bondad son admirables. Él necesita eso tanto como necesita su poder en batalla.
Justo en ese momento, un eco profundo resonó en el cielo, seguido de un destello de luz dorada. Mei sintió que su corazón se aceleraba, y sus ojos se iluminaron al ver una sombra gigantesca surcando el horizonte.
—¡Mira! —exclamó, apuntando hacia el cielo—. ¡Es él!
Bakugo descendió en picada, su forma dragónica brillando con destellos de oro y escarlata. Con un poderoso aullido, aterrizó en el patio del castillo, haciendo temblar la tierra bajo sus garras. Mei corrió hacia la puerta, el eco de sus pasos resonando en el pasillo mientras su corazón latía con fuerza.
Cuando llegó al patio, Bakugo ya había tomado su forma humana, un hombre musculoso y carismático con ojos que ardían como fuego. La armadura relucía bajo la luz del atardecer, y su cabello rubio, desordenado por el viento, le daba un aire de salvaje nobleza. Mei no pudo evitar sonreír al verlo.