Antes no tenía a quien amar
Mucho espero por alguien especial
O alguien a quien darle lugar
Alguien como tu tan linda y diferente
No puedo ahora sacarte de mi mente
Ahora pienso en ti a cada instante
Ya encontre a la persona que esperaba
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Pasaron unos meses y la vida en el palacio se había llenado de una energía renovada gracias al pequeño Eirian. A medida que crecía, empezaba a mostrar cada vez más su carácter, combinando la determinación de su padre con la curiosidad y dulzura de su madre.
Una mañana, Mei estaba sentada en una alfombra mullida en el salón de sus aposentos, observando a Eirian que, con gran concentración, intentaba gatear. Las pequeñas alas en su espalda se agitaban de vez en cuando, como si intentaran ayudarlo a moverse. Sus orejas de elfo le daban un aire mágico, y su cabello castaño con ojos rojos brillaba con intensidad mientras movía sus piernas y manos, impulsándose hacia adelante.
—Vamos, cariño, tú puedes —le animaba Mei, sonriendo con orgullo.
Eirian, determinado, soltó un pequeño sonido de esfuerzo y finalmente logró avanzar unos centímetros más. Mei dejó escapar una risa suave, disfrutando de cada nuevo logro de su hijo. Era increíble ver cómo en tan poco tiempo había pasado de ser un recién nacido indefenso a un bebé que empezaba a explorar el mundo a su alrededor.
Justo en ese momento, Bakugo entró en la habitación, con una sonrisa en el rostro al ver la escena frente a él.
—¡Mira eso! —exclamó, acercándose rápidamente para agacharse junto a Mei—. El pequeño ya está empezando a moverse por sí mismo.
Eirian levantó la cabeza al escuchar la voz de su padre y, con gran esfuerzo, trató de moverse hacia él. Aunque todavía le costaba, la motivación de ver a Bakugo parecía darle más fuerza.
—Eso es, chico —dijo Bakugo, con una mezcla de orgullo y ternura en su voz—. Sabía que lo harías. Eres fuerte como tu padre.
Mei sonrió y apoyó su cabeza en el hombro de Bakugo mientras observaban a su hijo continuar con sus esfuerzos. Los dos compartieron un momento de silencio, admirando cómo Eirian iba descubriendo el mundo con cada pequeño movimiento.
—Es increíble cuánto ha crecido en tan poco tiempo —comentó Mei con nostalgia—. Parece que fue ayer cuando apenas podía sostener su cabeza.
—Y antes de que nos demos cuenta, estará corriendo por todo el palacio —agregó Bakugo, entre risas.
Eirian, que parecía entender que sus padres hablaban de él, soltó una risa alegre mientras seguía gateando, esta vez logrando llegar hasta el regazo de su padre. Bakugo lo levantó en brazos con facilidad, sosteniéndolo con una mano mientras le hacía cosquillas con la otra.
—Eres un pequeño guerrero, ¿verdad? —le dijo, mientras Eirian se reía y trataba de atrapar las manos de su padre con sus pequeñas manos.
Mei los miraba con una calidez en su pecho que la llenaba por completo. A pesar de las dificultades y las responsabilidades que ambos llevaban sobre sus hombros, estos momentos sencillos en familia eran lo que realmente importaba.
—Es todo lo que soñé —susurró Mei, su voz suave mientras acariciaba el cabello de su hijo—. No podría pedir más.
Bakugo la miró, y aunque no era de muchas palabras cuando se trataba de expresar sus sentimientos, sus ojos lo decían todo. Se acercó y le dio un beso suave en la frente antes de volver su atención a Eirian, quien seguía riéndose y jugando con las manos de su padre.