Antes no tenía a quien amar
Mucho espero por alguien especial
O alguien a quien darle lugar
Alguien como tu tan linda y diferente
No puedo ahora sacarte de mi mente
Ahora pienso en ti a cada instante
Ya encontre a la persona que esperaba
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El sol brillaba cálidamente sobre el jardín del palacio, donde Eirian corría alegremente, riendo mientras perseguía a una mariposa que danzaba entre las flores. Sus pequeñas alas, aún por descubrir en su totalidad, le daban la libertad de explorar el mundo que lo rodeaba. Bakugo y Mei lo observaban desde una mesa cercana, donde disfrutaban de un plato de fresas frescas.
—¡Mira cómo corre! —exclamó Bakugo, con una sonrisa orgullosa en su rostro—. Está creciendo rápido.
Mei sonrió al ver a su hijo, su corazón se llenó de felicidad al observarlo jugar. Sin embargo, en medio de la alegría, una ligera sombra de malestar se cernía sobre ella. Las fresas, dulces y jugosas, le habían parecido deliciosas al principio, pero ahora solo le producían una ligera náusea.
—Sí, está lleno de energía —respondió Mei, intentando ocultar su incomodidad—. Pero, Bakugo, hay algo de lo que quiero hablar contigo.
Bakugo volvió su atención hacia ella, dejando de observar a Eirian, que ahora intentaba atrapar la mariposa con ambos brazos extendidos. La preocupación comenzó a dibujarse en su rostro.
—¿Qué pasa? —preguntó, su tono serio mientras dejaba a un lado la fruta—. ¿Te sientes bien?
Mei inhaló profundamente, sintiendo que la náusea crecía un poco más. No quería preocupar a Bakugo, pero sabía que tenía que ser honesta.
—He estado sintiendo un poco de náuseas últimamente —confesó, eludió la mirada de su esposo mientras jugaba con una fresa en sus manos—. No es constante, pero hay días en los que es difícil.
Bakugo frunció el ceño, su instinto protector asomándose. Se inclinó hacia ella, dejando a un lado su preocupación inicial por Eirian y el jardín.
—¿Qué tan a menudo? —preguntó, su tono cambiando a uno más grave—. ¿Y por qué no me lo dijiste antes?
Mei finalmente levantó la mirada hacia él, encontrando la seriedad en sus ojos.
—No quería preocuparnos más, especialmente cuando hemos tenido tantas cosas que hacer para el reino —dijo, tratando de sonar tranquila—. Pero hoy se siente un poco peor. Quizás sea solo el estrés o la comida... no estoy segura.
Bakugo se incorporó, sin dejar de mirarla. Se puso en pie y caminó hacia donde Eirian estaba jugando, llamándolo.
—Eirian, ven aquí un momento —dijo con voz firme.
El pequeño giró y corrió hacia ellos, con la mariposa aún volando alrededor de su cabeza. Mei lo observó, sintiendo una mezcla de amor y preocupación. Bakugo se agachó para estar a la altura de su hijo.
—Eirian, escúchame. Tu mamá no se siente bien. Quiero que te comportes y la ayudes a cuidarse. ¿Puedes hacer eso? —le pidió.
Eirian asintió con seriedad, aunque sus ojos aún estaban llenos de curiosidad. Bakugo se levantó y se acercó a Mei, tomando su mano.