Es una noche lluviosa de invierno. Las calles están desiertas, siendo sólo acompañadas por la luz de las farolas y los árboles sin hojas. Damian camina veloz hasta su destino, protegido por un gran paraguas negro y una larga cabardina.
Su vida ha sido bastante solitaria, por lo que no ha sido tan inesperado que ahora, aunque ya es un adulto en sus treintas, sienta refugio en una institución que siempre tiene las puertas abiertas para él y los otros más necesitados. O eso es lo que ha intentado convencerse hace ya un tiempo, porque lo que lo tiene ligado a esa iglesia no es la religión y su propia fe, sino alguien que pertenece a ella.
Llega al antiguo y majestuoso lugar sagrado. Cierra su paraguas y lo deja en la entrada, además de limpiar sus pies en la alfombrilla que allí hay. Le parece irrespetuoso ensuciar un lugar tan pulcro, sea sagrado o no.
Ya lo suficientemente seco y viendo que la iglesia se encuentra aparentemente vacía, camina por uno de los costados hasta llegar al confesionario, lugar del que ya es un asiduo visitante desde hace un par de años.
El sonido de la puerta al cerrarse resuena en la pequeña cabina del confesionario. Damian se sienta derrotado, con sus manos temblorosas frente a él. La rejilla a su lado oculta parcialmente al sacerdote, pero Damian puede sentir su presencia, esperando pacientemente en silencio, como siempre suele hacer.
Damian respira hondo y, con voz baja y quebrada, comienza.
—Bendíceme, padre, porque he pecado.
Aquella frase que sigue sonando extraña en sus labios pese a que ya la ha dicho tantas veces.
—Cuéntame, hijo mío. ¿Qué es lo que te atormenta?
Y con sólo escuchar la voz del sacerdote, Damian siente una paz caer sobre él, aunque su corazón siga latiendo con locura y desolación. El Padre Richard tiene ese don que hace que puedas contarle incluso lo más sórdido sin temor.
—Hace... hace unas semanas que llevo esta carga conmigo y no he tenido el valor de venir antes —comienza Damian—. No he sabido cómo enfrentar esto.
Pausa. Traga saliva. Es cierto que desde que conoció esa iglesia y al Padre Richard, no había semana en la que no hubiese ido, pero ahora llevaba más de un mes sin ir. Damian se pregunta si alguien habría notado su ausencia en ese tiempo, si el Padre Richard lo había notado.
—He cometido un pecado de pensamiento... y de deseo. Me atormenta... y no puedo evitarlo —continua Damian.
El sacerdote, Padre Richard, responde desde el otro lado, su tono suave, pero firme.
—¿Por qué temes de tus pensamientos?
Damian cierra los ojos, como si las palabras pesaran más de lo que puede soportar.
—Es un hombre, padre. Un hombre que... que no puedo sacarme de la cabeza. He intentado no pensar en él, lo juro. He rezado, me he apartado, pero cada vez que lo veo, siento algo en mí... algo que no debería estar ahí. No puedo controlar lo que me hace sentir, y eso me asusta.
Silencio.
—Me siento débil. ¿Cómo puede ser esto correcto? Sé que es un pecado. Lo sé... pero no puedo dejar de desearlo.
Un silencio cargado de tensión se instala entre ambos. Damian espera una reprimenda, una condena, pero lo que recibe es la voz vacilante de Padre Richard:
—¿Y qué es exactamente lo que sientes por él, Damian? ¿Es solo un deseo físico... o hay algo más?
Damian abre los ojos, sorprendido por la pregunta, y siente que la verdad arde en su garganta.
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| Fictober DamiDick |
Romance31 Drabbles u OneShots escritos durante todo el mes de Octubre. ↳ Pareja principal: DamiDick (aún no sé si habrá algún DickDami). ↳ Historias originalmente mías. ↳ Prohibida su copia o cualquier tipo de adaptación. Portada: https://twitter.com/chai...