Día 2: Ciego

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Su espalda lo estaba matando y ya no sabía si era por la edad o por el simple hecho de que su trabajo en la oficina le obligaba a pasar muchas horas sentado frente a un escritorio.

Se quejó y miró la hora en su reloj mural. Recién eran las tres de la tarde y se suponía que su horario era hasta las seis. Maldijo.

–Ah, al diablo. Soy el dueño de esta estúpida compañía –refunfuñó y tomó su maletín junto a su chaqueta.

Al salir de su oficina le pidió a su secretario que cancelara cualquier compromiso que tuviera en la tarde, aunque no recordaba tener ninguna reunión importante. Bajó hasta uno de los subterráneos del gran edificio de Empresas Wayne, donde su fiel chofer ya lo esperaba.

–¿Nos vamos temprano hoy, señor Wayne? –sonrió el joven chofer, mirándolo rápidamente por el espejo retrovisor, para seguir manejando.

A Damian le dio nostalgia verlo, aunque le ocurría siempre. Este chico era igual a su viejo amigo, Jon, cuando era joven.

–Así es Kal –suspiró–. Mi espalda me está matando, así que no me molestaría que te pasaras algunos semáforos rojos con tal de llegar pronto a casa.

–No quisiera perder mi licencia...

–¿Prefieres perder tu trabajo? –alzó una ceja.

–¡Señor Wayne! –rio despreocupadamente el joven. Definitivamente era igual a Jonathan y, hablando de él, tenía que ir a visitarlo un día de estos.

–Simplemente trata de llegar lo más rápido que puedas –pidió educado.

–Volaré si es necesario –sonrió–... mientras esté permitido dentro de la ley.

El camino a casa sí resultó ser más corto de lo normal, cosa que Damian agradeció enormemente. En la entrada fue recibido por un hombre de edad similar a él e, increíblemente, más serio que él mismo. Alfred, su ya difunto y aún querido mayordomo de la infancia, lo había dejado a su cargo un par de años antes de morir.

–Bienvenido, amo Damian –saludó el hombre que alguna vez fue pelirrojo, aunque ahora sólo tuviese canas.

–Buenas tardes, Colin –asintió Damian, pasándole su maletín y su chaqueta–. ¿Mi esposo?

–Donde siempre está a esta hora –respondió Colin, caminando junto a él en el interior de la mansión–. Estaba a punto de servirle té, ¿desea usted una taza, también?

–Por favor –pidió Damian, siguiendo con su camino a los jardines.

Al llegar ahí, fue recibido por el aroma de las plantas y la vida silvestre. Su esposo siempre había sido fanático de la jardinería y, gracias a eso, el gran jardín estaba decorado con campos de rosas, arbustos con las más bellas figuras, e incluso árboles que, en su conjunto, sostenían la casita de madera que, hace ya muchos años, habían construido para que sus hijos jugaran.

–Llegaste temprano, cariño –lo sorprendió la voz de su esposo.

–Y yo que pensaba asustarte –bromeó sentándose junto a él en la banca–. ¿Cómo supiste que era yo? ¿O también le dices 'cariño' a Colin? De ser así, está despedido.

La adorable risa de su esposo lo hizo sonreír.

–Siempre reconoceré el sonido de tus pisadas y el olor de tu perfume.

–"Cambiar mi perfume", anotado –jugueteó.

–¿Cómo estuvo el día en la oficina?

–Lo mismo de todos los días –se quejó–. Estoy pensando en jubilarme, ya casi llego a la edad, después de todo.

| Fictober DamiDick |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora