1. El chico más raro... y misterioso

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El primer día de clases siempre tiene ese rollo raro. Ya sabes, la emoción de ver a tus amigos otra vez, pero también ese nerviosismo en el estómago porque algo nuevo siempre puede pasar. A mí no me engaña, el instituto es una rutina. Pero algo dentro de mí me decía que este año no iba a ser como los otros.

Llegué a la puerta del instituto y me puse los auriculares para perderme un rato mientras caminaba entre el montón de estudiantes que se saludaban como si no se hubieran visto en meses (aunque la mayoría se vio hace dos días en la piscina del barrio). Suspiré y me acerqué a mi casillero, sintiéndome invisible entre tanta gente. Abrí la puerta y mientras buscaba mis libros, lo sentí. Esa sensación de que alguien te está mirando, pero no como los chicos que solo te echan un vistazo rápido. Esto era diferente, más... intenso.

Cuando cerré la puerta del casillero, lo vi.

Estaba parado al final del pasillo. Alto, delgado, con una piel tan pálida que casi brillaba bajo las luces de los pasillos. Su cabello negro caía desordenado sobre sus ojos... unos ojos grises que parecían capaces de ver a través de ti. Ni siquiera estaba tratando de mezclarse entre los demás. Era como si él supiera que no pertenecía allí, y no le importara.

Mi corazón dio un pequeño salto, y no era porque lo encontrara guapo (aunque, sí, era muy guapo). Había algo en él que me ponía los pelos de punta. No lo conocía, pero su presencia era... poderosa. Inquietante, pero al mismo tiempo, no podía apartar la mirada.

—¡Tierra llamando a Luna! —dijo Sofía, mi mejor amiga, agitando su mano frente a mi cara. Salté del susto y me giré hacia ella, intentando disimular el hecho de que me había quedado embobada.

—¿Eh? Sí, sí... Estoy bien —dije, tratando de sonar casual.

—¿Qué estabas mirando? —preguntó ella, siguiendo mi mirada.

—¿Ves al chico de allá? —murmuré, señalando al extraño del pasillo.

Sofía lo observó por un segundo, luego se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.

—Nah, debe ser el chico nuevo. Aunque, admito que tiene un aire... raro.

"Raro" no le hacía justicia. Había algo más en él. Algo oscuro, como si no fuera completamente... humano. Pero, claro, eso sonaba absurdo. Igual, no podía dejar de pensar en ello.

Las horas pasaron lentamente, pero cada vez que tenía un segundo libre, mi mente volvía al chico nuevo. Ethan, me dijo más tarde. Sí, porque en la última clase del día, el destino decidió ponerlo justo a mi lado. Genial, ¿no?

Entré al aula de Historia, y ahí estaba él, sentado en el asiento libre junto a mí. Mi corazón empezó a latir tan rápido que temí que él lo notara. Tragué saliva, y justo cuando pensaba que podía pasar desapercibida, él se giró y me miró directamente a los ojos. Esos ojos grises...

—Hola —dijo con una sonrisa pequeña y misteriosa. Era la primera vez que escuchaba su voz, baja y suave, pero con un toque de algo... peligroso.

—Ho-hola —logré responder, sintiéndome completamente torpe.

—Soy Ethan —dijo él, sin dejar de mirarme.

—Luna —respondí, sin saber qué más decir. Genial, Luna, bravo, pensé para mí misma, sintiendo mis mejillas arder.

Y ahí estaba, sentado junto a mí, como si no pasara nada. Pero yo sabía que no era normal. No lo era. Y lo más inquietante de todo es que, en lugar de asustarme, no podía esperar para saber más sobre él.

¿Qué era Ethan, y por qué sentía que me estaba acercando a algo que cambiaría mi vida para siempre?

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