12. Latidos

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La mañana después del beso, mis pensamientos giraban sin descanso. Cada vez que cerraba los ojos, podía sentir sus labios rozando los míos, su aliento frío mezclado con el mío. Había algo tan magnético en Ethan, algo que me hacía sentir viva y vulnerable a la vez. El día pasó lento, y cada vez que cruzaba con él en los pasillos, sentía esa chispa. Nos lanzábamos miradas cómplices, como si compartiéramos un secreto que solo nosotros dos conocíamos.

Esa noche, mientras miraba por mi ventana, intentando no pensar en él —sin éxito—, el inconfundible sonido de un suave golpeteo en el cristal me hizo dar un salto. Ahí estaba Ethan, con su expresión seria y esos ojos oscuros que me hechizaban cada vez que me miraban. No necesité más; abrí la ventana sin decir nada.

—Pensé que no vendrías —susurré, intentando no sonreír demasiado.

—No pude evitarlo —respondió, con esa honestidad que me hacía sentir tan especial.

Esta vez, no dudó en tenderme la mano, y sin preguntar, me deslicé fuera de la ventana, sintiendo cómo me envolvía en la noche. Caminamos en silencio hacia el bosque. Mi corazón latía tan fuerte que me pregunté si él podía escucharlo.

A medida que avanzábamos entre los árboles, sentía la tibieza de su mano sosteniendo la mía, y me di cuenta de que, por primera vez, esa inquietud de lo desconocido se había desvanecido. Quería saberlo todo de él, explorar esos rincones de su alma que mantenía ocultos y descubrir qué era eso que nos unía tan poderosamente.

Nos detuvimos en una pequeña colina iluminada por la luna. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con tanta fuerza que casi parecían bailar sobre nosotros. Ethan me miró, sus ojos reflejando el brillo de las estrellas.

—Luna, no sabes cuánto me costó mantenerme alejado de ti —murmuró, acercándose aún más. Sus palabras eran como un susurro, y cada sílaba hacía que algo dentro de mí se encendiera.

No pude evitarlo más. Me acerqué y apoyé mi cabeza contra su pecho, sintiendo los latidos de su corazón bajo su piel fría. Él pasó un brazo alrededor de mí y me abrazó con una suavidad que no coincidía con su fuerza. En sus brazos me sentía segura, como si nada pudiera tocarme, como si el mundo entero desapareciera.

—Ethan... ¿por qué es tan difícil? —pregunté en voz baja. Sabía que había algo más, una razón por la que siempre parecía debatirse entre acercarse a mí y alejarse.

Él suspiró, y durante unos segundos no respondió, como si buscara las palabras correctas.

—Porque no soy como tú, Luna. Lo que siento por ti es... tan intenso que me asusta —confesó, su voz entrecortada—. Pero no puedo detenerme, no puedo evitar querer estar a tu lado. Eres como... una fuerza que me atrae, aunque sé que quizás te estoy poniendo en peligro al estar cerca de mí.

Mis manos se tensaron en su pecho. Sabía que él no me lo diría todo ahora, pero también sabía que no quería perderlo.

—Ethan, no tienes que protegerme de ti —le dije con voz firme—. Yo también quiero estar contigo, pase lo que pase. Quiero arriesgarme.

Él bajó la mirada hacia mí, y en sus ojos vi algo que me hizo sentir aún más segura. Entonces, sin decir una palabra, se inclinó y sus labios encontraron los míos de nuevo, pero esta vez el beso fue diferente. Había una intensidad, un deseo contenido que había sido liberado al fin, y en ese momento, el mundo realmente se desvaneció.

Sentí sus manos deslizarse lentamente por mi espalda, atrayéndome más cerca de él, como si quisiera grabar ese momento en nuestra memoria. Yo también lo abracé, aferrándome a él como si fuera mi ancla. Sus labios eran suaves, y a la vez transmitían una electricidad que hacía que cada parte de mí cobrara vida. Los segundos se extendían, y cuando el beso se rompió, ambos respirábamos con dificultad, pero con una sonrisa compartida, como si hubiéramos cruzado un límite que ya no podíamos negar.

Nos sentamos en la hierba, sin soltar nuestras manos, observando las estrellas en silencio. Pero ese silencio no era incómodo, al contrario. Cada segundo a su lado se sentía como un pequeño milagro.

—¿Qué te gustaría hacer ahora, Luna? —preguntó, con un toque de picardía en la voz, como si estuviera listo para cumplir cualquier deseo.

Me reí, dejando que la noche, sus ojos y el cielo se grabaran en mí.

—Quisiera que esta noche no acabara nunca.

Nos quedamos allí, en nuestro pequeño refugio de luna y estrellas, mientras el mundo seguía girando fuera de nuestro rincón secreto. Y en el fondo de mi mente, sabía que ese beso, esa noche, serían inolvidables.

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