10. Bajo el hechizo

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Los días después de nuestra última conversación pasaron rápido, pero cada instante junto a Ethan parecía haber cobrado un nuevo significado. Era como si estuviéramos envueltos en una burbuja invisible, un universo solo para nosotros dos, donde el tiempo y la realidad dejaban de tener el mismo peso. Estábamos juntos, pero aún quedaban mil secretos entre nosotros. Cada vez que Ethan me miraba, sentía que algo en su interior luchaba por salir, como una confesión pendiente. Pero esa tensión hacía que nuestro lazo se volviera aún más fuerte, aunque ambos sabíamos que el riesgo era real.

Una tarde después de clase, caminábamos hacia mi casa. Las hojas caían de los árboles en remolinos dorados, cubriendo el suelo con un manto crujiente que hacía que cada paso se sintiera como algo especial. Sin darnos cuenta, habíamos empezado a quedarnos más tiempo juntos, alargando el camino para que esos últimos minutos no terminaran.

—¿Por qué te ves tan pensativa? —preguntó Ethan, con una media sonrisa que me hizo estremecer.

—¿Te has dado cuenta de que, desde que apareciste, toda mi vida ha cambiado? —respondí, mirándolo directamente, tratando de encontrar alguna señal en su rostro. Porque, a pesar de su cercanía, Ethan seguía siendo un enigma para mí.

Él sonrió, pero había algo en sus ojos, una chispa de preocupación.

—Eso es lo que me aterra. No quiero que tu vida cambie por mí, Luna. Quiero ser el último en dañarte —dijo, bajando la mirada hacia el suelo.

—Ethan, no estoy aquí por obligación. Estoy aquí porque quiero —respondí suavemente, deteniéndome frente a él. Era como si esas palabras le dieran valor, pero al mismo tiempo aumentaran su conflicto interno.

Él soltó un suspiro profundo, y en un impulso, tomó mi mano con suavidad. Sentir el frío de su piel me recordó una vez más lo que era: un ser inmortal, algo sacado de una leyenda. Pero no podía evitarlo; incluso en ese momento, solo pensaba en lo que sentía por él.

—No lo entiendes, Luna. No ofrecí ser tu amigo, porque no puedo serlo. No es así de simple. Estar cerca de ti... es una lucha constante, algo que nunca había sentido, y eso solo complica las cosas. —Sus palabras eran una mezcla de sinceridad y vulnerabilidad que me rompía por dentro.

Tomé aire, dispuesta a responder, pero en ese instante, alguien más apareció en la calle. Era Tomás, un compañero de clase que siempre había sido amable conmigo, aunque nunca había sentido nada especial por él.

—¿Qué haces aquí, Luna? —preguntó Tomás, lanzando una mirada a Ethan que me pareció demasiado curiosa.

—Solo estaba caminando hacia casa —dije con una sonrisa incómoda.

—Ah, pensé que estabas sola. Bueno, si quieres compañía, ya sabes que puedes contar conmigo —dijo, con una sonrisa que claramente estaba dirigida a ganarse mi atención.

Sentí cómo Ethan se tensaba a mi lado. Su expresión se endureció, y su mano se apretó ligeramente alrededor de la mía. Me miró como si necesitara una confirmación de que no tenía ningún interés en Tomás.

—Gracias, Tomás, pero creo que estoy bien —respondí, tratando de restarle importancia. Sin embargo, la mirada que Ethan le lanzaba era tan intensa que parecía cortar el aire.

Tomás pareció notarlo, porque se despidió rápidamente, lanzándome una sonrisa antes de alejarse. En cuanto se fue, noté que Ethan aflojaba su agarre, aunque su expresión seguía sombría.

—¿Estás... molesto? —pregunté, sintiendo una punzada de curiosidad y un leve nerviosismo.

Ethan exhaló, mirándome con esos ojos oscuros que parecían querer decirme tanto y, al mismo tiempo, nada.

—No puedo soportar ver a nadie más a tu alrededor —admitió finalmente, con una honestidad que me dejó sin palabras—. No sé por qué, pero solo pensar que alguien más podría... estar contigo de la forma en que yo quiero estar... es más de lo que puedo tolerar.

Las palabras parecían escaparse de su boca sin que pudiera controlarlas, y, en ese momento, supe que sus celos y su deseo de protegerme eran mucho más profundos de lo que él mismo podía entender.

—Ethan... no tienes que preocuparte por eso —dije suavemente, acercándome a él, incapaz de esconder mis sentimientos—. Estoy aquí, contigo. No hay nadie más.

Él asintió, y por un segundo, pensé que iba a abrazarme. Pero en lugar de eso, cerró los ojos, y cuando los abrió, su expresión se había suavizado.

—Gracias, Luna. No debería decirlo, pero... —Hizo una pausa y volvió a mirarme—. No puedo evitar querer que sepas lo que siento, aunque no sea lo correcto.

Nos quedamos en silencio, y luego, lentamente, comenzamos a caminar de nuevo. Cada paso hacía que mi corazón latiera con más fuerza, y cada palabra suya me hacía sentir que estaba entrando en un mundo más profundo, uno que ni siquiera yo podía comprender por completo.

Al llegar a la puerta de mi casa, me volví hacia él, como si una despedida no fuera suficiente.

—Nos vemos mañana, entonces —susurré, deseando en secreto que él no quisiera irse todavía.

Ethan asintió, pero no se movió. En cambio, me miró fijamente, como si estuviera tomando una decisión importante. Finalmente, con voz temblorosa, confesó:

—No sé cuánto más podré resistir, Luna. La conexión que siento contigo... es como si estuviera destinado a estar a tu lado, y al mismo tiempo, como si eso fuera lo peor que pudiera hacer. Pero cuando estoy lejos, siento que algo me falta, como si no pudiera respirar.

La intensidad de sus palabras me robó el aliento. Sin darme cuenta, acerqué una mano hacia él, sintiendo cómo el impulso de querer consolarlo superaba cualquier otra cosa.

—No tienes que resistir, Ethan. Tal vez lo que sentimos... simplemente tiene que ser, sin importar los riesgos. Tal vez no podamos entenderlo ahora, pero no quiero perderte —dije, sin esconder el peso de mis sentimientos.

Él tomó mi mano y la sostuvo por unos segundos, mirándome como si esas palabras fueran todo lo que necesitaba escuchar. Aún con esa tristeza en sus ojos, me dedicó una sonrisa que apenas asomaba.

—Gracias por eso, Luna. Te prometo que, pase lo que pase, no me alejaré. No puedo alejarme de ti. No ahora.

En ese instante, sentí que habíamos hecho una promesa silenciosa, una que no necesitaba palabras para ser entendida. Aunque el miedo y la incertidumbre seguían allí, también había una certeza poderosa, algo que nos unía más allá de cualquier razón.

Con una última mirada, se despidió, dejándome con el corazón latiendo acelerado y el alma llena de la certeza de que, aunque nuestro camino estuviera lleno de sombras, estar a su lado era lo único que realmente quería.

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