Se encontraba en el bosque bajo la luz azul de la luna, después de echar a perder el ensayo para su boda, se fue hacia en medio de la nada, solo árboles y los sonidos de las aves nocturnas.
Se lamentaba por no hacer nada bien, pero el estar solo lo ayudaba mucho, empezó a decir los votos matrimoniales, votos que dijo a la perfección. Notó que había una rama en forma de mano, por lo cual se arrodilló para colocara argolla.
—Y con este anillo, te pido. Que seas mi esposa—justo en ese instante, las aves empezaron a alterarse y sintió una brisa fría.
Vio cómo el suelo empezaba a moverse donde poco a poco iba saliendo un cadaver con un traje negro. No tuvo tiempo para reaccionar ante lo que presenciaba, tenía un miedo enorme, hasta que finalmente el cadaver salió por completo.
Era un chico de hebras rubias, la piel azul, ojos carmesíes y uno de sus brazos se notaba el hueso. Fue entonces que reaccionó y corrió hacia donde pudo, cuando pensó que estaba lejos, se detuvo a recuperar el aliento.
Se giró, y notó que aquel chico estaba delante suyo; lo tomó de los brazos y se sintió mareado sin saber que sucedía, poco a poco todo a su alrededor se desvanecía.
Cuando abrió los ojos, vio a muchos esqueletos, otros con la piel azul como el chico y algunos les faltaba partes de su cuerpo o tenían cosas enterradas.
Después de hacer un gran alboroto, intento escapar pero fallaba cada vez. Estando allí conoció la historia del chico, no podía negarlo, le causaba tristeza su muerte, fue de manera injusta y cruel.
Aunque el chico no le hablaba mucho, estaban casados, incluso hasta le dio la oportunidad de ver a su mascota fallecida, Shoto. Él estaba comprometido con Uraraka, aunque la conoció esta mañana, no quería casarse pero era por el bien de sus familias.
Así que con engaños, lo llevó al mundo de los vivos; lo dejó esperando en el bosque mientras que el rubio estaba sentado en una rama.
—Yo creo que no regresará—dijo un gusano rojo que salía de su ojo.
—Confío en que lo hará. No se ve que tenga malas intenciones.
—¿Por qué no lo averiguas por ti mismo?—camino hasta las pisadas en la nieve que había dejado el chico peliverde.
Izuku llegó por fin a la casa de Uraraka, trepó ya que no le quedó opción; subió hasta la habitación para encontrarse con la castaña.
—Midoriya, ¿estas bien?—se levantó para hacerse a él—vienes congelado—notó los pequeños copos de nieve en su saco.
—Uraraka, yo... —pausó, no sabía cómo decirle que se había casado con un cadaver.
—¿Sí?
—Yo no quisiera casarme... Se que es por el bien de nuestras familias, pero, como te digo esto...
En ese instante la ventana se abrió dejando entrar aire fresco, en cuanto el rubio notó a la chica de mejillas rosadas se sintió triste y entendía a la perfección la escena.
Lleno de rabia dijo la palabra que el anciano Toshinori le había dicho para que regresaran a la tierra de los muertos. Katsuki le hizo un drama debido a que se sintió herido, había puesto su confianza y por ende, se alejó para estar solo un rato.
Quería desahogarse, así que se sentó mientras pensaba, hasta que el gusano que estaba viviendo en su ojo apareció, al igual que una araña amarilla con un mechón negro.
Trataron de animarlo, pero no lo convencían, sabía perfectamente que no podía ganarle a la chica castaña.
—Sí me quemo con la vela no siento dolor, en el hielo o en sol, todo es igual... Y mi corazón me duele, aunque no palpite siempre y el dolor que tengo aquí anda y dime no es real. Y yo muerto sé que estoy, pero aún tengo una lágrima que dar—se recostó en un sillón de ataúd mientras una lágrima caía. El gusano y la araña se miraron entre sí tristes.