Izuku Midoriya era un simple campesino que había sido vendido a Katsuki Bakugou; un duque de la realeza. Todos le temían debido a su aspecto, casi nunca salía de su hogar, siempre se mantenía oculto en las sombras y regularmente salía de noche.
El padre de Izuku lo vendió debido a que el gran duque le ofreció gemas a cambio de entregar a su único hijo; por su avaricia aceptó, pero la única que no estaba conforme con eso, era su madre.
Izuku fue llevado a la fuerza al enorme castillo que por fuera daba miedo; ya estando dentro, era igual de escalofriante. Paredes rojas y tonos obscuros, los arreglos parecían antiguos al igual que algunos muebles.
Se quedó observando uno de los jarrones de tonalidad blancas y azules, dentro habían flores que jamás en su vida había visto.
—Oh, querido—escuchó una voz gruesa por lo cual se giró para ver de quien se trataba. Fue entonces que vio al chico rubio, pero sus ojos se veían rojos brillosos, podía sentir con que su mirada se lo comía. Le daba una sensación extraña—Llegaste justo a tiempo—se empezó a acercar caminado sobre la alfombra roja.
Izuku retrocedió un poco pero chocó con una mesita, trago saliva nervioso, verlo acercarse de esa manera hacia que su nerviosismo aumentara.
—¿Temes de mí?—finalmente estaba delante de él y se inclinó un poco para que sus rostros estuvieran demasiado cerca. —No hay porque temer, a partir de hoy seremos esposos—tomó su mano para besarla, pero después de eso se quedó oliéndolo.
—Ni si quiera estamos casados—comentó un poco confundido ante su acción y alejó su mano.
—Aún no, sígueme—se giró esperando que el pecoso lo siguiera. Empezó a caminar yéndose por un pasillo donde la alfombra seguía, Izuku no tuvo opción más que ir detrás de él.
Pasaron por unos retratos enormes casi del mismo tamaño que la pared; suponía que era de sus familiares. Ya que todos tenían el mismo parecido.
Katsuki miró de reojo al chico que venía detrás de él y al verlo mirar los retratos decidió hablar.
—Son mi familia, los Bakugou—comentó siguiendo su paso.
Izuku no respondió mientras seguía observando, hasta que llegaron al retrato del rubio.
—Sí sabe que soy hombre, ¿verdad?
—Lo sé, ¿por que el comentario?—detuvo su caminar para girar su cabeza.
—No puedo tener hijos, lo cual significa que arruinaría el árbol genealógico—miró hacia los retratos.
—¿Por eso? No te preocupes—reanudó su paso—Para eso esta mi hermano gemelo.
—¿Hermano gemelo?—levantó una ceja confundido.
—Sí—dieron vuelta en la esquina y ahí estaba otro retrato, pero ahora estaban los dos rubios, aunque el otro se veía más amable y animado. —Su nombre es Gogo, nada que ver conmigo.
—Se nota—susurró.
—El punto es que, no hay problema con que seas mi esposo, el legado de los Bakugou no está en peligro.
—Pero, ¿por qué yo?
—Eres lindo, ¿por qué no te elegiría?
—¿Por qué no una mujer?
—Eres hermoso y eso basta. Además, tu sangre huele bien.
—¿Qué?—estaba más que confundido. ¿Se podía saber el olor de la sangre sin estar lastimado?