1. La puta lista

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Connor 

Quiero quemar la puta lista. 

Pero no lo hago, me dedico a meterla en el bolsillo de mi pantalón para después salir de la biblioteca y caminar hasta mi habitación. Porque muy en el fondo de mi corazón, sé que la situación se me va a ir de las manos y voy a acabar quemando toda la residencia, y no me apetece mucho que empiecen a llamarme cosas como Connor «el pirómano» Rogers o cosas por el estilo. Además, tampoco me apetece mucho que llamen a los bomberos y que me desahucien, no tengo otro sitio donde dormir. Así que por eso no pongo en marcha uno de mis típicos planes alocados. 

La lista no es lo único que me preocupa ahora mismo, la verdad es que estoy muy nervioso de la posible reacción de mis mejores amigos. En cuanto Sam y Lucas se enteren de que hay alguien suelto en este campus que me quiere muerto, se van a reír de mí hasta el día que me muera. Estoy seguro de ello, no tengo ningún tipo de duda. 

Antes de entrar en la universidad, nunca hubiera imaginado que me encontraría con una lista que enumeraría todos los defectos que tengo. Bueno, supongo que nadie se espera que le suceda algo así. Yo por lo menos no conozco a alguien que le haya pasado nada parecido, otra razón más para pensar que estoy gafado. 

Qué suerte la mía. 

En cuanto llego a la puerta de mi habitación de la residencia, me quedo quieto contemplándola. ¿Entro o me quedo fuera esperando? Como he dicho antes, tengo miedo de lo que puede pasar entre estas cuatro paredes, pero al final meto la llave en la cerradura y abro la puerta. Según entro y cierro la puerta, el olor de las especias de la comida de Sam inunda mi nariz como una plaga. Maldigo a Sam y a la comida que le prepara su madre. Pero aunque no me declaro muy fan del olor que desprende, tengo que admitir que está deliciosa, pero repito: no me gusta como huele. 

No me compraría una colonia con ese olor en mi vida. 

Mis dos amigos se giran para verme en cuanto me ven entrar por la puerta. Lucas está sentado cómodamente en su escritorio estudiando para el examen que tiene mañana a primera hora. Sam, en cambio, no parece tan ocupado como Lucas, él está sentado en su cama como de costumbre con la boca llena de la famosa comida de su madre. 

—No entiendo por qué te vas a estudiar a la biblioteca cuando puedes quedarte aquí con nosotros —me dice Sam después de tragar la comida que tiene metida en la boca. 

—Porque no puedo concentrarme con el olor de tu comida —le contesto. 

Dejo mi mochila en el suelo y suelto un suspiro de satisfacción en cuanto puedo volver a sentir la espalda. Odio las mochilas, bueno, en realidad odio cualquier cosa que me proporcione un dolor de espalda tremendo durante las dos próximas horas de mi existencia. Me lanzo a mi cama, cansado, y con la intención de no levantarme hasta el verano. 

—¿Qué tiene mi comida de malo? 

—Que me desconcentra su olor —hablo, todavía bocabajo sobre mi cama. 

—Sigo sin entenderlo. 

—Le da hambre —concluye Lucas, aunque no acierta del todo. Una estrellita por el esfuerzo. 

—Ahhhhhhhh. ¿Quieres? —me ofrece extendiéndome uno de los tapers de su madre con una sonrisa y niego con la cabeza, aunque en realidad me muero por echarle un bocado a esa comida. Pero me contengo. 

Desde que somos pequeños, Sam siempre nos ha pedido a Lucas y a mí cosas a cambio de su «amabilidad». Por lo que sí acepto su comida, me veré obligado a hacer algo por él. El muy hijo de puta es muy listo en ese sentido, más de una vez he aceptado cosas suyas sin darme cuenta de que se lo tendría que devolver. 

Lo que no soporto de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora