{POV Cairo}
Era la primera vez que me encargaba de cuidar a una adolescente. Sabía que no sería una tarea sencilla; no todos están hechos para lidiar con la turbulencia de esa edad. Sentía un nudo en el estómago mientras cruzaba el umbral de la puerta, temiendo que tal vez ella me recibiera con rechazo, o incluso con odio. Después de saludar a mi amiga, me dirigí hacia CC. Conocía muchas cosas sobre ella, o al menos creía estar preparada para lo que implicaba cuidar de alguien en su mundo tan propio y complejo.
Esperaba equivocarme, pero percibí un rastro de disgusto en su mirada, como una pequeña sombra que destilaba incomodidad. En ese instante, no pude evitar preguntarme si aceptar este trabajo había sido una mala idea. Sentí su recelo en el aire, como si la sola idea de tenerme cerca fuera algo que la incomodaba profundamente. Había algo extraño en la atmósfera, algo que me decía que no sería fácil ganarme su confianza. Sin embargo, nos presentamos, y aunque todo transcurrió sin problemas aparentes, quedaba por delante el verdadero reto: caerle bien y lograr que se sintiera a gusto en mi presencia.
Cuando mi amiga se marchó, respiré hondo y me preparé para lo que intuía sería una batalla cuesta arriba.
—Bueno, CC, ¿quieres comer algo? Puedo preparártelo —dije, tratando de sonar amistosa y dibujando una sonrisa en mis labios.
Ella respondió con un gesto de hastío, girando los ojos antes de dar media vuelta y dirigirse hacia su cuarto, con la mirada fija en la pantalla de su celular. Su voz resonó con una frialdad que no dejaba lugar a dudas.
—No —contestó de la forma más seca e irrespetuosa posible.
Suspiré en silencio. Si así eran los primeros momentos, este camino iba a ser más arduo de lo que había imaginado.
La verdad es que me sentí bastante abatida por todo esto, pero me prometí a mí misma estar preparada para lo que se avecinaba. CC pasó el día entero sumida en una negativa constante, rechazando cualquier cosa que yo propusiera con un seco "no" como única respuesta. La situación parecía inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido en un perpetuo desencuentro.
Cuando cayó la noche, una de esas noches en que la luna resplandece con una intensidad casi sobrenatural, me sumergí en un baño de agua caliente. El vapor envolvió mis pensamientos mientras rodeaba mi cuerpo con una bata negra. Recostada en la cama, reflexioné sobre CC y busqué en mi mente nuevas maneras de ganarme su simpatía, de traspasar esa barrera que parecía levantarse entre nosotras. Tras un suspiro prolongado, decidí leer un rato uno de mis libros preferidos, mientras una ráfaga de viento que se colaba por la ventana abierta secaba lentamente mi cabello aún húmedo.
Me había prometido no fumar, consciente de que tal vez el olor pudiera incomodar a CC. Su hermana no fuma, y tengo la impresión de que ella tampoco se rodea de personas que lo hagan. Sin embargo, no pude resistirme. Saqué un cigarrillo de la cajetilla, lo encendí, y la primera bocanada de humo me trajo una extraña sensación de alivio. Me encontraba en ese ritual familiar, fumando mientras leía, cuando un sonido perturbó el silencio.
Eran sollozos. Un llanto bajo, casi ahogado, pero lo suficientemente claro para ser oído en la quietud de la noche. Me levanté con cautela, intrigada, y me acerqué sigilosamente al origen de aquel sonido extraño. Mis pasos me llevaron frente a la puerta de CC, y allí el lamento se hizo más nítido. Con cuidado, asomé la cabeza sin querer parecer una intrusa y confirmé mis sospechas: era ella.
CC estaba recostada en su cama, las lágrimas resbalando por su rostro, mientras sostenía con una mano una pelota de fútbol y con la otra su inseparable celular, como si ese pequeño dispositivo fuese su único refugio. Parecía atrapada en un mar de emociones, incapaz de soltarse de aquello que, de alguna forma, se había convertido en su adicción.
Me sentía un poco entrometida, lo admito, pero la preocupación por CC era más fuerte que la prudencia. Quería comprender qué le estaba pasando, por qué llevaba consigo esa tristeza tan evidente, aunque la disfrazara con enojo, con todas esas negativas y respuestas cortantes. Tal vez el dolor se le escapaba por los bordes en forma de rabia, y su rechazo constante no era más que un reflejo de algo más profundo. No estaba segura, pero, armándome de valor, golpeé suavemente su puerta con la intención de entrar y hablar con ella.
De repente, el sonido de sus sollozos cesó, dejando tras de sí un silencio absoluto. Antes de que pudiera decidir qué hacer, la puerta se abrió despacio y allí estaba CC, mirándome con una mezcla de intriga y recelo. Había limpiado sus lágrimas, pero sus ojos aún estaban rojos, como si el llanto no hubiese desaparecido del todo, sino que se hubiera refugiado en su mirada.
—¿Qué quieres? ¿Vienes a molestarme de nuevo? —dijo, con la voz cargada de irritación.
—CC, ¿estás bien? Por favor, dime si algo te ocurre. Haré lo que sea para ayudarte… además, no has comido nada en todo el día —le respondí, con tristeza en los ojos, sintiendo cómo se me quebraba la voz.
—¿Me escuchaste, verdad? ¿Estabas espiándome? —replicó con ese tono desafiante que ya empezaba a conocer bien.
—No, no fue así. Solo lo oí, se escuchaba desde lejos… No te estaba espiando, lo juro —intenté explicarle, esperando que mis palabras llegaran a ella.
CC me observó con escepticismo. Parecía debatirse entre creerme o echarme de su habitación.
—Si no te digo nada, no vas a dejar de molestarme, ¿no? —dijo, dando media vuelta y entrando de nuevo en su cuarto.
Sin pensarlo, la seguí, aunque sabía que tal vez estaba cruzando un límite. De repente, se giró con el ceño fruncido y, acercándose lentamente, apoyó una mano sobre mi hombro. Me empujó hacia la pared, su rostro a escasos centímetros del mío.
—Lo que sea que me pase no es asunto tuyo. Solo estás aquí para cuidarme unos días, no te incumbe en absoluto —me dijo, subrayando cada palabra, como si quisiera grabar en mí la certeza de que yo no tenía derecho a inmiscuirme.
La miré a los ojos, y aunque una tristeza profunda me invadía, acepté lo que decía. No tenía intención de forzarla a hablar si no estaba preparada, aunque la preocupación seguía latiendo en mi pecho. No había mucho más que pudiera hacer.
—Está bien, CC. Regresaré a mi habitación —respondí, y mientras me alejaba hacia la puerta, me detuve un instante y me volví hacia ella—. Si me necesitas, ya sabes dónde estoy —dije, dibujando una sonrisa que no pudo disimular la desilusión.
Apenas volví a mi habitación, mi mente no dejaba de dar vueltas. ¿Qué era lo que atormentaba tanto a CC? No lograba desprenderme de la sensación de que había algo oscuro y profundo que la estaba consumiendo. Además, me sorprendía darme cuenta de que, a pesar de ser yo quien debía imponer las reglas y cuidarla, había bastado una sola orden suya para que yo cediera de inmediato. Nunca me había sucedido algo así; me dejó con una inquietud desconocida, como si hubiera perdido momentáneamente el equilibrio en mi propio papel.
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My Sister's Friend ||Jemmaverse||
FanfictionCC, una joven enigmática, se ve atrapada en una situación que jamás imaginó. Cuando su hermana emprende un viaje y la deja bajo el cuidado de Cairo, una amiga cercana de esta, CC siente el peso de la noticia como una carga indeseada. No le gusta la...