Suspiros

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{POV: CC}

No podía creer que estaba en una fiesta real, sumergida en ese universo de luces y sombras, y menos aún que Cairo hubiese accedido a traerme. Aunque, para ser sincera, parecía que no iba a despegarse de mí en ningún momento; era como si cada uno de mis movimientos estuviera bajo su vigilancia, una presencia silenciosa y protectora que no me daba tregua.

—No te dejaré sola ni por un instante; no quiero que tomes ni una gota de alcohol —me susurró con esos ojos que, aunque severos, escondían un destello de algo que nunca llegaba a revelar del todo. Había algo en su mirada, en su tono firme y protector, que lograba encender una chispa extraña dentro de mí, algo que no lograba descifrar.

—¿Acaso no confías en mí? —le respondí, fingiendo una inocencia divertida mientras le sonreía y me alejaba un poco, solo para probar hasta qué punto me seguiría, cuán lejos estaba dispuesta a llegar en su vigilancia.

Pero antes de que pudiera alejarme mucho, sentí su mano rodear mi brazo, deteniéndome con una urgencia que no esperaba.

—No, espera… no quiero estar sola —susurró, y su voz se quebró ligeramente, como si revelara algún rincón oculto de su vulnerabilidad—. Me da miedo que pase algo, que… que me ataquen como aquella vez.

Su confesión me heló, y cualquier diversión que pudiera haber tenido se esfumó en el acto. Su mirada estaba llena de una tristeza que me alcanzó hasta lo más profundo, y antes de darme cuenta, la estaba abrazando con fuerza, como si intentara protegerla de sus propios miedos. Mis brazos rodearon su cuerpo, y en ese abrazo sentí el latido de su corazón, tan cerca del mío que casi parecían sincronizarse en una danza silenciosa.

Cairo, sorprendida al principio, cedió a mi abrazo con la misma intensidad. No sé cuánto tiempo permanecimos así, atrapadas en un instante que parecía eterno, pero cuando nos separamos, vi que sus ojos estaban cristalinos, y la tristeza en ellos me partía el alma. Me quedé mirándola, incapaz de decir algo que aliviara su pesar.

Poco a poco, como arrastrados por una fuerza invisible, nuestros cuerpos volvieron a acercarse, y nuestras respiraciones se entrelazaron en un ritmo que parecía propio, único. Sentía su aliento cálido, cada exhalación como un susurro que quedaba suspendido entre nosotras. Nuestros rostros estaban a un suspiro de distancia, sus ojos atrapaban los míos, y por un instante, pensé que iba a besarme. La sensación era casi irreal, como si el tiempo hubiese cesado su marcha, y solo existiéramos nosotras dos, en ese instante perfecto e inacabado.

Pero, de repente, Cairo apartó la mirada, limpiándose rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano, como si quisiera borrar cualquier rastro de vulnerabilidad. Volvió a su habitual compostura y continuamos la noche como si nada hubiera ocurrido, mezclándonos con la multitud que danzaba a nuestro alrededor, dejándonos llevar por la música que llenaba el aire.

Bailamos y reímos, y aunque no bebí una sola gota, sentí una ebriedad que no podía explicarse con el simple ambiente de la fiesta. Algo había cambiado, algo en el aire o en mí, no lo sabía. Pero esa cercanía que habíamos compartido, ese instante en el que estuve a punto de perderme en sus labios, se repetía en mi mente, una y otra vez.

No podía dejar de pensar en ese momento, en el hecho de que Cairo casi me había besado. Aunque no lo hizo… tal vez se arrepintió. Y me pregunté si alguna vez ella se atrevería a cruzar esa línea, o si siempre nos quedaríamos suspendidas en el borde de lo que pudo haber sido.

De pronto sentí que Cairo se alejaba de mi lado, su figura deslizándose entre la multitud. Me giré justo a tiempo para ver cómo un chico la tomaba del brazo, en un gesto que pretendía ser casual, pero que estaba cargado de una extraña intensidad. A lo lejos, sus palabras llegaban hasta mí como un eco, vagas y entrecortadas, pero lo suficiente para comprender su intención. Le proponía, casi exigía, un beso. Vi cómo ella negaba, un "no" tan firme como tembloroso, pero su negativa pareció resbalar en el aire, sin detener las intenciones del intruso. Sus manos, persistentes, se cerraron sobre los brazos de Cairo, y entonces intentó besarla a la fuerza.

Sin detenerme a pensar, un impulso irracional me llevó a correr hacia ellos. Al llegar, empujé al chico, liberándola de su agarre, y, en el mismo movimiento, mis labios buscaron los suyos con una urgencia febril que jamás había sentido. La besé con una intensidad contenida por tanto tiempo que parecía casi desesperación; tomé su rostro con ambas manos, presionando con firmeza, sin dejar espacio para la duda ni el temor.

Nuestros labios se fundieron, encajando con una perfección que me dejaba sin aliento, y nuestras lenguas se encontraron, enredándose en un juego tan voraz que mis pensamientos se desvanecieron, uno a uno, como hojas arrastradas por el viento. El enojo, la sorpresa, el deseo... todo se mezcló en ese beso, tan urgente que no pude evitar pensar que deseaba estar a solas con ella, que ese instante fuera nuestro y de nadie más.

La suavidad de su boca seguía apoderándose de la mía, nuestros labios resistiéndose a separarse. Alrededor, el ruido de la fiesta y las luces vibrantes se volvieron difusos, y el mundo entero se redujo a su respiración y la mía, cada vez más pesada, cada vez más entrecortada. Todo lo demás dejó de existir, como si estuviéramos atrapadas en una realidad paralela, una dimensión creada por ese beso.

En algún momento, sentí cómo Cairo, de manera abrupta, rompía el beso, separándose de mí de golpe. Nos miramos, ambas jadeando, intentando recuperar el aliento, pero sus ojos reflejaban un torbellino de emociones. Su voz, rota y entrecortada, logró apenas articular:

-Esto... esto no está bien.

-Yo solo... intenté ayudarte -respondí, con la respiración igual de agitada, sintiendo aún el calor de sus labios sobre los míos, como un fuego que se negaba a extinguirse.

-Vámonos. Y no quiero que volvamos a hablar de esto-me dijo, su tono cortante y casi suplicante. Se dio la vuelta y caminó hacia la salida, su figura endurecida por el silencio que caía entre nosotras como una sombra.

La seguí sin decir una palabra, y el trayecto de vuelta fue tan incómodo que las palabras parecían atrapadas, flotando en el aire pesado. Ella mantenía su mirada fija en la carretera, su perfil marcado por la luz tenue del exterior. Apenas llegamos a casa, se bajó del auto sin mirarme, y sin una palabra se encerró en su habitación, dejando tras de sí el eco de un momento que parecía un sueño, pero que ardía en mis pensamientos con la intensidad de lo real.



My Sister's Friend ||Jemmaverse||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora