{POV: CC}
Una vez en el salón, llegó la hora de matemáticas, aquella clase interminable que parecía devorar el tiempo con más lentitud que cualquier otra. Mis amigos y yo tomamos nuestros asientos en el fondo, lejos de la mirada del profesor, donde podíamos conversar sin muchas interrupciones.
En ese instante, un mensaje llegó a mi celular. Era de mi hermana. Me contó que su viaje de negocios había resultado un desastre y que tendría que quedarse un mes más. También me dijo que ya había hablado con Cairo, y que ella no tenía inconveniente en cuidarme por más tiempo. Me pidió que me portara bien. Mostré el mensaje a mis amigos, quienes se emocionaron al recibir la noticia.
—CC, ahora que tu hermana no está y se quedará más tiempo en su viaje, podrías organizar una fiesta en tu casa, ¿no crees? —dijo Matheo, sonriendo con una súplica en la mirada, intentando convencerme.
—Mmm, bueno… si todos están de acuerdo, quizás pueda hacer algo… —respondí, mientras en mi mente comenzaba a trazar un plan.
Los demás asintieron con entusiasmo, casi desesperados por la posibilidad.
—Está bien, lo haré. Solo tengo que asegurarme de que Cairo no esté en casa durante la fiesta. Pensaba que el sábado podría ser un buen día, ¿no? —agregué, afinando los detalles de la idea.
Todos coincidieron en que el sábado era la fecha perfecta. Habría alcohol y otras cosas, y la emoción nos embargaba. Teníamos 17 años, ¿qué podía salir mal? Mientras la clase de matemáticas continuaba su lento transcurrir, mi mente ya se imaginaba la música, las luces, y la sensación de libertad que traería la noche.
Cuando sonó el timbre del receso, todos salimos del aula en tropel. Al llegar al patio, lo vi: Jake, mi novio, riendo con sus amigos con esa actitud burlona que tanto me irritaba. Me acerqué y le di un toque en la espalda, mirándolo con el ceño fruncido.
—Vaya, mira quién ha llegado, la pequeña CC —dijo con ese tono despreocupado que odiaba, como si mis palabras no pudieran rozarlo.
—¿Acaso eres tonto? Quedamos en que pasarías a buscarme por mi casa —le reproché, sintiendo cómo el enfado coloreaba mis palabras.
—Vamos, nena, relájate. No recuerdo cada cosa que te digo. No exageres, lo siento —respondió con un encogimiento de hombros que me pareció tan frío como la indiferencia misma.
Su gesto me hirió, pero lo dejé pasar, consciente de que lo necesitaba para la fiesta del fin de semana. A veces, el orgullo debía ceder ante la oportunidad de tener lo que uno quería.
—Espero que la próxima vez no suceda de nuevo. Y cambiando de tema… El sábado voy a hacer una fiesta en mi casa. Puedes venir, pero solo invita a tres personas, no más, o me meteré en problemas —le advertí, con un leve nerviosismo en la voz.
—Por supuesto, cariño, allí estaré —respondió él, con esa sonrisa pícara que tanto le gustaba desplegar.
Mientras me alejaba, no pude evitar preguntarme si la emoción de la fiesta lograría hacerme olvidar las cosas que en silencio me molestaban, o si simplemente serían parte del caos que estaba a punto de desatar.
Apenas terminaron las clases, regresé a casa, sintiendo el peso del día sobre mis hombros. Estaba agotada. Al abrir la puerta, un murmullo de voces llegó a mis oídos: una voz masculina resonaba en la estancia, conversando con Cairo. Fruncí el ceño, la curiosidad encendiendo una chispa en mi pecho, y me dirigí lentamente hacia su habitación, con pasos cautelosos.
Me asomé por la puerta entreabierta, y allí estaban, Cairo y un chico que parecía tener su misma edad, riendo y charlando como si el tiempo no existiera. La escena me golpeó como una bofetada. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? Sin pensar demasiado, dejé caer mi mochila al suelo con un golpe seco y empujé la puerta con más fuerza de la necesaria.
—¡¿Y mi merienda?! —solté, con la rabia asomando en mis ojos y un tono más alto de lo que hubiera querido.
No sé ni por qué dije eso. En el mismo instante, el calor de la vergüenza se encendió en mis mejillas. Ambos me miraron, desconcertados.
—CC… llegaste —dijo Cairo, esbozando una sonrisa nerviosa, como si intentara descifrar mi súbita aparición.
—¿Quién es ella, Cairo? —preguntó el chico, lanzándome una mirada de confusión.
—Es la hermana de una amiga, estoy cuidando de ella por unos días —respondió Cairo, volviéndose hacia mí, sus ojos tratando de leer lo que se ocultaba tras mi expresión de enojo.
—CC, ¿podrías esperar afuera un momento? Te prepararé tu merienda en seguida, ¿sí? —me pidió, con un leve atisbo de incomodidad en su voz.
Solté un suspiro de frustración, aún sintiendo la furia latente en mi interior. Sin decir una palabra más, me giré y me encaminé hacia mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí con un ruido seco. Me arrojé sobre la cama, intentando sofocar la mezcla de rabia y vergüenza que me quemaba por dentro, preguntándome por qué me había alterado tanto. Quizás la respuesta estaba oculta en algún rincón de mí misma que aún no me atrevía a explorar.
No habían pasado más de veinte minutos cuando escuché el sonido de la puerta principal cerrándose; el visitante ya se había marchado. Poco después, unos golpes suaves en mi puerta me arrancaron de la maraña de pensamientos en la que me había perdido. Me levanté con desgana y la abrí.
—CC, ¿podemos hablar un momento? —dijo Cairo, con una expresión mezcla de súplica y disgusto, mientras sostenía en sus manos una bandeja con mi merienda.
Rodé los ojos, dejando que la molestia se asomara en mi rostro, pero le hice un gesto para que entrara.
—¿Qué quieres, Cairo? —pregunté mientras comenzaba a comer lo que me había preparado, fingiendo desinterés.
—Quería hablarte sobre lo que sucedió hace un rato —murmuró, jugueteando con un mechón de su cabello, claramente incómoda.
—Estuvo mal, Cairo. No eres la única que vive aquí —repliqué, esforzándome por mantener la calma en mi tono.
—Por eso le pedí permiso a tu hermana para traerlo. Ella no tuvo ningún inconveniente, sabe lo mal que me ha ido en el amor últimamente... Pero tienes razón, debí haberte preguntado a ti primero —admitió, con un leve atisbo de arrepentimiento en la voz, como quien busca redención.
La miré fijamente, sin apartar mis ojos de los suyos.
—¿Quieres que te perdone, Cairo? —le dije con un toque de picardía en la voz, mis labios curvándose en una sonrisa traviesa.
—Sí, de verdad quiero que me perdones, CC. Eres mi prioridad ahora; estoy aquí para cuidarte, para asegurarme de que estés bien. No quiero que te sientas incómoda por mi culpa —replicó, su tono sincero y suave.
—Está bien, entonces. Si realmente quieres redimirte, tendrás que cumplir mis caprichos toda la semana, hasta el domingo —dije, saboreando mi pequeña victoria—. Y además, el sábado...
—Ah, con que así son las cosas. ¿De qué va todo esto? —Cairo alzó una ceja, claramente intrigada.
—El sábado planeamos hacer una reunión tranquila con algunos amigos, no más de cinco. Queremos estar solos, ya sabes... hablar de cosas importantes —dije, tratando de que mi mentira sonara convincente, ocultando la intención real.
—Entonces, lo que quieres es que me ausente el sábado, ¿verdad? ¿Y así me perdonarás? Está bien, me iré, pero no prometo que no te vigile de cerca —respondió Cairo con una sonrisa pícara, cruzando los brazos, como si disfrutara del juego tanto como yo.
—Perfecto, estás perdonada entonces —respondí triunfante, sintiendo que me salía con la mía.
—Más te vale que no se te ocurra hacer nada imprudente, CC. Si las cosas se salen de control, no dudaré en informarle a tu hermana. ¿Entendido? —dijo mientras se retiraba lentamente hacia su habitación, lanzándome una última mirada que mezclaba advertencia y complicidad.
Asentí con la cabeza, retomando mi merienda, mientras una sensación extraña se asentaba en mi pecho: una mezcla de alivio, emoción y una pizca de incertidumbre por lo que estaba por venir.
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My Sister's Friend ||Jemmaverse||
FanficCC, una joven enigmática, se ve atrapada en una situación que jamás imaginó. Cuando su hermana emprende un viaje y la deja bajo el cuidado de Cairo, una amiga cercana de esta, CC siente el peso de la noticia como una carga indeseada. No le gusta la...