Latidos

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{POV: Cairo}

Mi corazón palpitaba con una intensidad que me dejaba sin aliento, resonando en mis oídos como un tambor que marcaba un peligro invisible. Encerrada en mi habitación, traté de apagar el torbellino de emociones que el beso había desatado. Aquel instante había sido un incendio, el tipo de fuego que consume por completo y deja cenizas que huelen a deseo. Sabía que no debía pensar en eso, pero cada vez que cerraba los ojos, podía sentir sus labios sobre los míos, su respiración cálida, la presión de sus manos en mi rostro. Fue el beso más perfecto, el más intenso que había recibido en años, quizás en toda mi vida. Y, sin embargo, era un beso prohibido, un amor que no debía florecer.

La diferencia de edad era un muro insalvable, un abismo entre nosotras que solo podía acabar en ruina. Sabía que debía controlarme, que debía mantenerme distante, pero había algo en CC que me arrastraba como un faro en medio de la oscuridad. Me sentía como un náufrago luchando contra las olas de un océano implacable: una parte de mí deseaba rendirse y dejarse llevar, mientras la otra luchaba por mantenerse a flote, por no hundirse en algo que no debía ser.

En medio de mis pensamientos, un golpe suave en la puerta me hizo saltar. Sabía que era ella. CC. Mi corazón latió más rápido, y no por miedo esta vez, sino por la mezcla de emociones que me provocaba verla. Quería abrir, pero también temía lo que pudiera suceder si lo hacía. Finalmente, mis pies me llevaron hacia la puerta casi en automático, como si mi voluntad se hubiera rendido.

Al abrirla, lo primero que vi fue su rostro. Una cara que reflejaba tristeza y arrepentimiento, sus ojos brillaban con una sinceridad que atravesaba cualquier defensa que pudiera tener.

—Cairo, ¿puedo hablar contigo un segundo? —dijo con una voz que era casi un susurro, cargada de súplica.

—Sí, dime —respondí, fingiendo un enojo que no sentía, tratando de protegerme con un escudo frágil.

Ella se apresuró a explicarse, moviendo las manos con gestos torpes, como si intentara construir una excusa en el aire.

—Lo siento, Cairo. Sé que estuvo mal, de verdad. Solo quería ayudarte… no sabía qué hacer. —Las palabras salieron atropelladas, cargadas de desesperación.

—Sí, estuvo mal. Muy mal. —Crucé los brazos, no porque estuviera enojada, sino para mantenerme firme, para no derrumbarme ante la verdad: ese beso me había encantado más de lo que podía admitir.

—No quiero que estemos mal —dijo, con una expresión de arrepentimiento tan genuina que mi corazón se encogió.

—Hagamos como si no hubiera pasado nada —dije finalmente, relajando mi expresión aunque mi interior era un caos—. Sigamos como siempre.

Ella asintió, aceptando mi condición, pero mis ojos no podían evitar desviarse hacia sus labios, y sentí el impulso de besarla de nuevo, de rendirme a esa tentación. Cerré la puerta de golpe, casi cruelmente, antes de que mis emociones me traicionaran. Fue mejor así, pensé. Mejor ser fría que arriesgarme a perder el control.

Esa noche me acosté, pero el sueño no vino fácil. Sus labios, su mirada, todo de ella seguía danzando en mi mente como un hechizo imposible de romper. Al día siguiente, traté de actuar con normalidad. Dejé a CC en la escuela sin problemas, manteniendo la distancia emocional que había prometido. Pero el destino no parecía dispuesto a dejarme en paz.

Mientras conducía de regreso a casa, mi teléfono vibró. Un número desconocido apareció en la pantalla. El mismo número que me había llamado la noche en que fui atacada. Sentí cómo mi corazón se aceleraba, la sangre golpeando en mis sienes como un tambor de guerra. Mis manos temblaron y el teléfono cayó al suelo del auto.

Un grito ahogado escapó de mis labios, y el miedo se apoderó de mí como una sombra fría que se arrastra desde lo más profundo. No atendí. No podía atender. Algo dentro de mí sabía que esa llamada era más que un capricho del azar. Sentí una presencia, como si alguien me estuviera observando, como si unos ojos invisibles se clavaran en mi nuca.

Intenté calmarme, pero el pánico ya me había alcanzado. Marqué el número de CC, mi única idea en ese momento. Necesitaba escuchar su voz, saber que no estaba sola. Pero no respondió. Dejé que el teléfono sonara hasta que la desesperanza me ganó. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, el miedo me paralizaba y mi respiración era errática.

Con cada segundo que pasaba, tenía más claro que debía irme. Pisé el acelerador y salí de esa zona lo más rápido que pude, con la certeza de que, aunque no había nadie físicamente conmigo, alguien me estaba observando de cerca. Sentía sus ojos invisibles clavados en mí, como una amenaza latente, esperando el momento adecuado para actuar. Escapé, pero el miedo no me abandonó. La llamada, ese número, el silencio... todo me perseguía como un espectro en la noche.

My Sister's Friend ||Jemmaverse||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora