15

150 9 3
                                    

KILLIAN

—No tengo todo el día.

El capullo del camarero daba más importancia a los borrachos que estaban pidiendo copa tras copa que a darme una simple botella de agua. Le veía moviéndose de un lado a otro, con la coctelera en la mano. Tenía a Sienna localizada, hasta que un gilipollas se puso delante de mí y se interpuso en mi visión. Se me pegó como una lapa balbuceando cosas sin sentido.

—Tío, hacía mucho que no nos veíamos-. Dijo, riéndose intentando no cerrar los ojos. Hice una mueca conteniéndome para no darle un puñetazo y montar un espectáculo–. ¿Cómo están los niños? ¿Tu mujer sigue sin hablarte?

Cogí aire y emití un gruñido frustrado y lleno de ira. De verdad que estaba conteniéndome para evitar partirle la cara delante de tanta gente, pero me lo ponía cada vez más complicado. Miré de nuevo al barman a ver si conseguía la puta botella de agua. Lo malo era que cada vez había más gente en la barra. Busqué a Sienna con la mirada, sin éxito. Había tanta gente que ya no veía más a allá de dos o tres cabezas. Conseguí que el pelele que atendía me diera la botella de agua. Le tiré el dinero encima de la barra y me alejé de allí lo más rápido posible. No sabía quién lo habría hecho, pero estaba claro que alguien le había echado algo en la bebida.

Aparté al borracho, escabulléndome entre la gente para encontrar a la mujer que, muy a mi pesar, protagonizaba mis sueños y deseos más prohibidos. Intenté meterme de nuevo en el grupo de gente, pero cuando volví al sitio donde había dejado a Sienna, ella ya no estaba. Maldije en voz baja mientras me acercaba a una mujer que hablaba con su amiga, sentada donde antes estaba Sienna.

—Aquí había otra persona sentada.

No pensaba presentarme ni darles las buenas noches porque Sienna podría estar muerta en esos instantes. No podía perder el tiempo. Se giraron hacia mí para mirarme atentamente. A ambas se les hizo la boca agua al verme y una de ellas, la que precisamente estaba en el sitio de Sienna, esbozó una sonrisa encantadora.

—Buenas noches —dijo la mujer—. Soy Alexandra. Ella es mi amiga Caroline. Un placer.

Me tendió la mano, cosa que rechacé al mantenerme callado apretando la mandíbula.

—¿Te gustaría tomarte una copa con nosotras? —Preguntó entonces la rubia.

Negué con la cabeza lentamente. La verdad era que las chicas no estaban mal. Eran jóvenes, de más o menos mi edad, con unas curvas de infarto. Una de ellas tenía la tez morena y ojos marrones como un abismo. La otra era rubia, de pecho voluminoso y piernas kilométricas. Pero solo eran eso, caras bonitas y cuerpos esbeltos sin ningún tipo de inteligencia más allá de las ganas de echar un polvo y ganar dinero.

—Solo busco a la chica que estaba aquí antes.

—Te noto muy tenso, amor... —La rubia, al parecer llamada Caroline, se levantó poniendo sus manos en mi pecho y restregándose contra mí—. Tómate algo con nosotras.

La agarré por las muñecas antes de que pudiera seguir. No las llegué a retorcer si no fuera porque tenía cosas mejores que hacer, además de que había muchísima gente delante. Habíamos captado la atención de algunas personas que había a nuestro alrededor, así que, con toda la educación que pude transmitir, la aparté de mí.

—Quizás en otro momento, señoritas. Pero ahora estoy buscando a otra persona.

Dicho eso, me fui antes de que una de ellas se me tirase encima y quisiera arrancarme la ropa allí mismo. En otra situación no me habría negado, es más, yo mismo las habría ofrecido una copa y las habría arrastrado hasta una de las habitaciones del hotel para llevar a cabo lo que se dice un mènage a trois. Busqué con la mirada a Sienna alrededor de la gente, sin conseguir encontrarla.

SIENNA CARUSO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora