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Beko se acercó al monolito con cautela, sintiendo la opresiva quietud que lo rodeaba. En el mismo instante en que dio un paso más cerca, el medallón que llevaba al cuello comenzó a vibrar y emitir un leve zumbido, como si respondiera a una llamada silenciosa del monolito.

Con una mezcla de curiosidad y aprensión, Beko tomó el medallón entre sus manos, notando cómo la vibración se intensificaba. Lentamente, lo levantó hacia el monolito, acercándolo a la superficie negra y lisa. Entonces, de repente, una luz suave y pálida emanó del medallón, iluminando la roca oscura.

A la luz de ese brillo etéreo, Beko pudo distinguir inscripciones grabadas en el monolito que antes no eran visibles. Las runas, ocultas en la negrura, comenzaron a revelarse. Aunque desconocía su significado exacto, podía sentir la antigüedad y el poder que emanaban de esas palabras olvidadas.

La inscripción, que parecía latir con una energía propia, decía:

"Aquellos que caminan en el silencio, escucharán la verdad oculta en las sombras. Aquí yace el corazón de la quietud, guardián de los secretos que el tiempo no puede borrar. Solo quien porta la luz puede desatar el eco de lo olvidado y abrir la puerta hacia lo desconocido."

El mensaje resonaba en la mente de Beko, llenándolo de un temor reverencial y una inevitable atracción hacia lo que las palabras prometían. Lo que significaban exactamente, o a dónde conducían, era un misterio que ahora se abría ante él, esperando a ser desentrañado.

El silencio del Páramo de la Quietud fue repentinamente roto por un sonido inquietante: el crujir de pasos acercándose. Beko, aún sosteniendo el medallón, se giró bruscamente, sus sentidos alertas. Jess, Julia, y Uldru también se volvieron, sus manos instintivamente yendo hacia sus armas.

Ante ellos, emergieron cuatro figuras espectrales, envueltas en sombras que parecían moverse con vida propia. Eran los Hombres Sombra, seres etéreos cuya mera presencia hacía que el aire se volviera aún más pesado, como si absorbieran la luz y la esperanza a su alrededor.

Beko, con una mezcla de asombro y desconcierto, exclamó:

—¿Pero estos qué hacen aquí?

Sin una palabra, Jess, Julia, y Uldru se posicionaron en un movimiento fluido, como si hubieran ensayado aquella coreografía de combate mil veces. Con una precisión letal, se lanzaron al ataque. Julia se deslizó hacia adelante, sus dagas brillando mientras cortaba el aire con movimientos precisos; Uldru, con su hacha, derribó a su oponente con un golpe que resonó en el silencio; y Jess, con la rapidez de un relámpago, desenvainó su espada larga, abatiendo al último Hombre Sombra antes de que pudieran reaccionar.

Beko se quedó mirando, impresionado por la perfecta sincronización y destreza del trío. Los cuerpos de los Hombres Sombra cayeron al suelo, disipándose en una neblina oscura que fue rápidamente absorbida por el suelo ceniciento del Páramo.

Pero el alivio duró poco. De repente, el aire comenzó a vibrar con una energía siniestra, y de las sombras circundantes, surgieron decenas, luego cientos, y finalmente miles de Hombres Sombra. Parecían emerger de todas partes, como si el propio Páramo los estuviera engendrando, invocando una marea interminable de enemigos.

Beko, Julia, Uldru, y Jess intercambiaron una mirada rápida, sin palabras, pero llenos de determinación. Sabían que estaban superados en número, pero no tenían otra opción que luchar.

Beko
—¡En guardia! —gritó,
mientras desenfundaba su espada, la cual brilló con un resplandor azulado, infundida por la luz del medallón.

La batalla comenzó. Los Hombres Sombra se lanzaron hacia ellos como una ola negra, pero el cuarteto no retrocedió. Jess se movía con la gracia de una pantera, sus golpes precisos y mortales; Uldru rugía como un gigante, derribando múltiples enemigos con cada oscilación de su hacha; Julia, rápida y ágil, se deslizó entre los enemigos, desangrándolos con cortes rápidos antes de que pudieran reaccionar.

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