Capítulo 32

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Despertó temprano, con ganas de disfrutar el sol de la mañana. Hace mucho que no se sentaba en la terraza, en el jardín y notó lo descuidado que estaba. Sacudió la mesa y las sillas que por años estuvieron en ese lugar abandonado. Limpió cada una de ellas, colocó un mantel limpio y barrió las hojas secas que cubrían el piso de cerámica. Luego preparó el agua caliente, el té y tostadas. La mesa luce como hace mucho, no lo hacía, hasta se dio tiempo de cortar un par de flores y colocarlas en un jarrón.

Cuando Sayen bajó llevando encima una de sus camisas se quedó sorprendida al ver aquel lugar que desconocía y más ante la expresión alegre de Luciano, el lugar luce encantador, como un sueño, nunca pensó que se escondía un jardín así en la casa del escritor. Además, le impresiona lo bien cuidado que está el jardín.

—Mis habilidades de jardinero son pésimas, así que viene un hombre a cuidarlas una vez a la semana —indicó Luciano al notar lo maravillada que se ve Sayen al contemplar el lugar.

Y es que en verdad hoy parece lucir mejor que nunca, más con la imagen de la mujer usando una de sus camisas y caminando descalza, mirando las flores, con una leve sonrisa. En ese instante quisiera detener todo para quedarse a vivir eternamente así, en este maravilloso lugar, junto a la mujer amada.

—Iré a vestirme primero y...

—Te ves hermosa así —la interrumpió invitándola a sentarse.

Sayen se rio ante aquella ocurrencia, con lo despeinada que esta, de seguro, debe lucir hermosa, pero la forma como él la observa la hizo enternecerse, es sincero.

—Estoy despeinada, no me he lavado la cara y estoy usando una de tus camisas porque no tengo piyama acá...

—Estás perfecta así —la interrumpió entrecerrando los ojos con ternura.

Cohibida Sayen dirigió su mirada al jardín sonriendo.

—No sabía que tenías un lugar tan bonito en tu hogar —indicó mientras tomaba asiento.

Luciano fijó su mirada al cielo con cierta melancolía y luego la contempló.

—Siempre soñé que este sería el lugar en donde mi mujer y yo desayunaríamos cada mañana de verano —sonrió con suavidad—. Hoy recién he vuelto aquí después de tantos años.

—Eso significa que te quieres casar conmigo —señaló Sayen tomando su té.

Luciano se atoró en el acto, pero al escuchar la risa de la mujer entendió que se trataba de una broma, levantó la cabeza, notando la expresión picara de Sayen que no dejaba de reírse.

—Muy graciosa —señaló Luciano luego de beber un vaso de jugo para desatorarse—. Pero como hoy es tu día, te perdonaré, así que elige a dónde quieres ir.

—¿Mi día? —Sayen alzó las cejas, sorprendida—. ¿Entonces puedo pedir lo que quiera?

Luciano afirmó con la cabeza.

Claro que horas después estaba arrepentido, más al estar dentro de una infernal montaña rusa, odia las alturas, así que estuvo con los ojos cerrados hasta que la máquina se detuvo, al abrirlo Sayen gritaba de emoción. Luciano suspiró, aunque no pudo evitar quedar prendado de los brillantes ojos de su novia. Cuando la mujer lo notó se sonrojó e intentó decir algo, pero los labios de él se unieron a los suyos y no pudo evitar responderle entrecerrando los ojos. El timbre de su teléfono interrumpió el íntimo momento, Luciano observó la pantalla, es Natalia, cortó y tomó la mano de Sayen sonriéndole.

—¿Te gustan los algodones de azúcar? —le preguntó. Sayen afirmó con la cabeza—. Vamos entonces a intoxicarnos de azúcar.

Pero el teléfono volvió a interrumpirlos. Otra vez Natalia. Se quedó fijo en la pantalla hasta que notó la expresión preocupada de su novia. Sonrió y volvió a cortar el teléfono.

—¿Quién era? —preguntó preocupada.

—Natalia —respondió con sinceridad.

—Deberías responderle —habló con tranquilidad.

—No te preocupes, la llamaré más tarde, ahora es tu día, estoy solo para ti —la rodeó con sus brazos, dispuesto a besarla.

Pero otra vez el teléfono los interrumpió.

—Será mejor que le contestes —Sayen sonrió preocupada.

Luciano suspiró tomando el teléfono.

—¿Sí? —preguntó con pocas ganas por el auricular.

—¡Luciano! Por favor, te necesito, por favor ven, no puedo con esto ¡Ayúdame! —llorando, desconsolada.

—Natalia, tranquila, respira, dime ¿Qué pasó? —la interrogo preocupado.

—El doctor acaba de decirme que solo... me quedan 4 meses de vida —comenzó a llorar—. Estoy desbastada, no sé a quién más llamar, te necesito... por favor.

Luciano arrugó el ceño dolido por escucharla sufrir así y sola. Observó a Sayen con el dolor en su semblante.

—Vete, no te preocupes por mí, abrázala por mí —indicó la joven mujer.

Luciano inclinó la cabeza como agradecimiento. Luego tomó el teléfono.

—Tranquila, Natalia, voy en camino —dijo saliendo corriendo del parque.

Sayen mientras lo ve alejarse tuvo una amarga sensación, la idea vaga que esa sería la última vez que se verían como novios. Intentó sonreír y dándole la espalda se fue sin rumbo.

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Habló largo rato con el doctor confirmando el diagnóstico, el cáncer había avanzado mucho y no había nada que hacer. Desanimado, Luciano caminó por el pasillo rumbo a la habitación de Natalia, a medida que avanzaba los recuerdos de su vida junto a su exnovia van con él. Tensó su rostro con dolor, sí, una vez llegó a odiarla cuando lo abandonó, cuando se sintió solo, pero nunca espero que su final fuera de esta forma. La puerta abierta del cuarto de Natalia con la luz apagada dejaba entrar la luz de la enorme Luna que acababa de aparecer. Natalia sentada en la cama solo miraba sus manos en silencio. Luciano tragó saliva con angustia. Ahí, tan bella como siempre estaba la mujer que tanto había amado, quien si las cosas hubieran sido distintas hoy estarían casados. Entró en silencio colocando sus manos sobre las frías manos de Natalia, quien al sentir su contacto levantó su mirada y al fijar sus ojos en el dejo escapar el llanto contenido, un llanto de dolor, de rabia, de injusticia. La abrazó en silencio sin tener palabras para consolarla.

Ella tampoco tuvo palabras, solo lloró hasta que sintió que no había más lágrimas, pero el dolor, la angustia no desaparecían. Su mirada se detuvo en la sonrisa de Luciano, en el rostro de aquel hombre que la había amado con sinceridad, en esa expresión que le daba una tranquilidad que tanto necesitaba.

—Luciano... —murmuró.

—Dime —le susurró.

—¿Puedo pedirte... un favor?

—Claro.

—Por favor —cerró los ojos—. Llévame a tu casa, trátame como si nos hubiéramos casado, como si nunca te hubiera dejado.

Se quedó callado, no puede hacer eso, podría pedirle cualquier cosa, pero no eso ¿Qué le diría a Sayen? Tratar a Natalia como su novia teniendo ya una novia es imposible.

—Pero Natalia, yo... Sayen... —intentó excusarse con suavidad.

—Son solo... cuatro meses, solo te pido cuatro meses, luego tendrás toda una vida con Sayen —se aferró a su pecho llorando—. Por favor, quiero creer, aunque sea en mis últimos meses, que mi vida valió la pena, que nunca tome ese avión, que nunca me separé de ti, y que fuimos felices hasta el final.


No supo qué decirle, solo le acarició el cabello, pensando que es lo que haría.

El secreto de LucianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora