Capítulo 30

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—Quiero que te veas bien —indicó Luciano luego de la queja de Sayen cansada de probarse tantos vestidos.

—Si te avergüenzas de mí sería mejor que no me llevaras a esa fiesta —murmuró de mala gana arrugando el ceño.

Luciano se movió inquieto en la tienda sin saber qué decirle. No, no se avergonzaba de ella, solo su inquietud y temor de como su abuelo pueda tratarla y menospreciarla frente a los demás es lo que lo inquieta.

—No es eso, claro que no, nunca creas que yo me avergüenzo de ti —dicho esto le dirigió la mirada—. Solo que no quiero que te conviertan en la presa de esos carroñeros.

Aunque entiende que no está bien que la vista como si fuera una muñeca solo para lucirla como trofeo frente a los demás, lo que busca es que no la humillen, que toda esa gente que suele despreciar lo sencillo le hagan sentir que su naturalidad es degradante.

Sayen sonrió ligeramente.

—No tuve problemas en lidiar con un niño obstinado y caprichoso, como tú, así que no tendré problemas en lidiar con todos ellos —haciendo referencia a los invitados a aquella fiesta.

Luciano cruzó los brazos, un poco molesto al sentir que lo llamaba de esa manera. Claro, sabe que su carácter no es fácil de entender, pero de ahí a tratarlo de esa forma.

—Pero igual te gustó "ese niño obstinado y caprichoso" —replicó dolido en su amor propio.

—Sí, el amor a veces es misterioso —alzó sus cejas con aire enigmático.

Luciano bufó sin agregar nada, aunque no pudo evitar sentirse cierto calor en su pecho y que su rostro se sonrojaba. Carraspeó y fijó su atención en el resto de vestidos que había en el lugar y tomando uno de ellos de color claro, agregó.

—Pruébate este —agregó con voz de orden.

—Que sea el último, Luciano Alcaraz, si no quieres que vaya desnuda. —lo amenazó tomando el vestido de mala gana.

—¿Desnuda? ¡Oye no...!

Pero no alcanzo a reclamar porque Sayen ya se había metido dentro del cambiador.

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No escatimaron en gasto, bien pudo notarlo Sayen en cuanto entró al salón del hotel que han arrendado para esa ocasión, un lujo que ni siquiera había visto en las fiestas de su empresa cuando presentaban a nuevos escritores u obras de escritores ya conocidos. El color dorado no solo se ve en las lámparas de lágrimas que cuelgan en el alto cielo, sino que en las cortinas; los manteles y cubiertas de las sillas de color crema conjugan bien con el color de las cortinas, y un piso reluciente terminaba por darle un toque de pulcritud a todo el lugar.

Las ropas y vestidos de los invitados es como si dijeran "vean y revisen mi valor", y las damas lucen sus joyas como si estos fueran sus mejores atributos.

—Sayen, pase lo que pase, no olvides esto —señaló Luciano acercándose a su oído—. Tú eres la mujer que yo quiero a mi lado, nunca creas lo contrario, lo que más me gusta de ti es tu naturalidad y eso no se compra ni con todo el oro del mundo.

Cohibida por esas palabras, la mujer lo contempló sin saber qué decirle, pero Luciano, juntando sus labios con los suyos en un tímido y suave beso, la hizo sentir más tranquila.

—Disculpen la interrupción —señaló un hombre de rostro serio y mirada fría, cabellos oscuros y ojos de color marrón. Su altura es tan alta que sobrepasa el tamaño de todos los presentes.

—Alberto... —Luciano lo contempló con expresión de poco amigo.

—Primo —Lo saludó moviendo la cabeza con suavidad—. Señorita...

El secreto de LucianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora