Capítulo 29

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Luciano lo observó desde el sofá, taciturno, el silencio del otro hombre, la expresión grave de aquel luego de escuchar su desahogo lo hizo sentirse más apesadumbrado. Aunque lo entiende, se comportaría igual si un amigo le contara lo que él acaba de decirle.

—O sea, amas a Sayen, pero están renaciendo tus sentimientos hacia Natalia –Felipe arrugó el ceño mientras se sirve una taza de café—. ¿Acaso eres un estúpido?

Preguntó molesto. Luciano solo lo miró desviando la mirada, esa es la misma pregunta que se ha estado haciendo durante toda la mañana. Incómodo solo se abrazó a uno de los cojines de su soba, apoyando el mentón en ella sin decir palabra alguna.

—Yo ni siquiera pensaría en cambiar a Sayen por la mujer que te hizo tanto daño, a menos que seas un loco masoquista —habló Felipe casi a punto de golpear la taza de café contra la mesa.

—No lo he pensado —murmuró con seriedad Luciano—. Solo que no considero justo pensar en Natalia cuando estoy con Sayen.

Felipe suspiró acercándose a su lado. Intentó calmarse para pensar en forma más clara que decirle sin dejarse llevar por lo molesto que le fue escuchar las dudas de Luciano hacia lo que siente por Sayen, no es justo para ambos y más cuando quien interfiere es justo la mujer que lo hirió como lo hizo ella.

—Piensas entonces ¿En dejar a Sayen? —le preguntó, observándolo con atención, sin ocultar su dolor.

Abrió los ojos, no había pensado en eso, solo en tomarse un tiempo, pero no dejarla. Se mordió los labios, inquieto, moviendo su pierna derecha sin decir palabras, ya que las ideas comenzaron a agolparse en su cabeza sin lograr tener claridad de nada.

—Lo que tú sientes por Natalia es compasión, la ves tan sola y en esa condición que sientes que deberías protegerla, pero tú no eres un samaritano, puedes visitarla, preocuparte por ella, pero no dudar de lo que sientes por Sayen. Entiendo que tu relación con Natalia fue por años y con Sayen aún lleva poco tiempo, a ella aún no la amas como una vez amaste a Natalia. Pero si sigues empeñándote en amarrarte al pasado, perderás todo lo que el presente te está ofreciendo...

Guardo silencio viendo la expresión de angustia en el rostro de Luciano. Y es seguro que él mismo se ha repetido eso muchas veces, por la tensión en su rostro, se da cuenta de que es así. No quiere sentirse molesto, pero le es inevitable ¿Cómo puede sentirse así por Natalia? ¿Se olvida cuantas veces quiso atentar contra su propia vida por ese abandono? ¿Por qué quien es tan cruel de esperar un día antes de casarse para decirle al otro que no lo ama, y se va del país, así como así? Apretó los puños con ganas de sacudir a Luciano y hacerlo reaccionar.

—Lo sé, claro que lo sé, pero por mis actitudes he hecho que Sayen sufra, que se sienta no querida, que la he dejado de lado por Natalia, ¿Dime como evitarlo? ¿Cómo ahogar esos sentimientos del pasado que intentan aplastar los sentimientos del presente? —lo miró el escritor desesperado.

—¿Quieres perder a Sayen? —preguntó con seriedad Felipe.

La mirada dolida de Luciano se quedó fija en su rostro. No, eso no lo quiere, la verdad es que se considera egoísta, no quiere perderla, pero tampoco quiere que sufra al no recibir lo que ella espera. ¿Cómo amarla con una entrega total cuando en su pecho sigue ahí la espina de su viejo amor?

—No quiero perderla, pero... tal vez necesito un tiempo...

—Idiota —exclamó Felipe secamente entrecerrando los ojos —¿Quieres perderla o no?

Esta vez preguntó con severidad, sus ojos se quedaron fijos en los suyos, y Luciano, estupefacto por la pregunta más que por la forma fiera como su amigo le había preguntado, tragó saliva.

—No, no quiero —respondió de inmediato y aun cuando su voz tembló no dudó de lo que acababa de decir.

Felipe sonrió y golpeó su hombro con cariño.

—Esa es tu respuesta, lo demás solo son tonterías —indicó.

Luciano lo contempló sin saber qué decirle viendo a Felipe que le extendía la taza de café que de un principio pensó que se lo había hecho para él. Tal vez tiene razón, debería dejar de torturarse con ese asunto, pensar más en su futuro con Sayen que pensar en lo que paso en el pasado.

El timbre de su teléfono interrumpió sus pensamientos, es el número de su padre. Arrugó el ceño preocupado. Es muy extraño que su padre lo esté llamando a estas horas. Tomó el fono saludando con seriedad. Mientras escucha la voz de su padre tensa aún más su rostro, caminando inquieto de un lado a otro, claro que se esperaba malas noticias, pero no algo como eso. Cuando colgó Felipe lo miró preocupado.

—¿Malas noticias? —le preguntó.

—Mi padre acaba de recordarme de la fiesta de cumpleaños del viejo —haciendo referencia a su abuelo—. Pensaba no ir, pero ahora anda presionándolo a él.

Suspiró colocándose la mano en la frente y dejando caer en el sofá, otro problema más.

—No quiero exponer a Sayen a esto, pero aquel infeliz está exigiendo su presencia —golpeó con su puño la mesa del cuarto de estar. Haciendo casi caer la taza de café al piso.

—Eso es malo —señaló Felipe arrugando el ceño, conoce a ese anciano y sabe de lo que es capaz, incluso de hacer desaparecer a Sayen si así lo quisiera—. No me da buena espina.

—A mí tampoco, pero odio que presione a mi padre sabiendo lo delicado que es de salud, y me preocupa que le haga algo a Sayen si no se presenta en esa fiesta —se tiró hacia atrás del sofá— No tengo otra opción... maldita sea.

El secreto de LucianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora