Capítulo 4

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Felipe detuvo el auto en una casa de aspecto hogareño, de tono rojo y con un jardín pequeño, pero bien cuidado. Una reja negra y vieja, separa la calle del jardín y en la pared varios maceteros colgantes con plantas de distintos colores.

Sayen se muestra inquieta apenas estacionaron, y de inmediato nerviosa se volteó hacia él dándole las gracias en forma apresurada, como si quisiera que la despedida fuera lo más rápido posible y que se fuera luego. Sacó su teléfono buscando un número.

—Te llamaré un taxi ya es tarde y debes ir a tu casa —indicó Sayen sin mirarlo a los ojos, con su atención fija en la pantalla de su móvil.

—No es necesario que te apresures tanto, podrías ofrecerme alguna bebida o algo antes de irme y...

—¡No! —lo interrumpió de golpe. Felipe la contempló estupefacto sin explicarse la brusca reacción. Sayen avergonzada de su poca amabilidad de inmediato bajo la cabeza mirando a los lados nerviosa—. Lo siento, quise decir que puede ser en otra ocasión... en otro lugar mejor, hoy tengo que trabajar revisando este manuscrito hasta de madrugada, por eso no puedo charlas más.

Se rio nerviosa mientras Felipe entrecierra los ojos estando ya seguro de que algo le esconde, pensaba decir algo más, pero la voz de una mujer lo detuvo.

—¿Es tu novio, Sayen? —pregunta una señora con una sonrisa, su pregunta inquisitiva y molesta incomodó a la joven mujer. Aquella, su vecina no dejaba de observarla con fijeza, sin tener vergüenza de meterse en asunto ajeno.

—No —respondió Sayen con sequedad bajando del auto molesta con el ceño arrugado.

—Y un hombre bastante guapo —indicó la mujer, de unos cincuenta años, contemplando la sorprendida expresión de Felipe que no pudo evitar sonreír a punto de reírse ante la expresión coqueta de la mujer.

Sayen dio un fuerte portazo al vehículo haciendo a ambos sobresaltarse y sin mediar más palabras le dirigió una furibunda mirada a su vecina quien tosió incomoda y luego sonriendo con cizaña agregó.

—Supongo que ya le has hablado de tu hijo —cruzó los brazos satisfecha ante el tenso rostro de Sayen.

—Mi hermano —corrigió con severidad, molesta que aun a pesar de los años siguen con ese cuento de que aquel pequeño es su hijo escondido y que sus padres lo hicieron pasar como suyo para esconder la vergüenza de que su hija adolescente se hubiera embarazado. Pero eso no era así, aquel niño es su hermano, si fuera su hijo no tendría por qué esconderlo, como si tuviera miedo del par de viejas cotorras del barrio.

Y antes de que la mujer agregara algo más Sayen tomó a Felipe del brazo y lo entró rápidamente a su casa. El hombre no pudo evitar reírse ante el suspiro de alivio de la joven. Tal vez esta situación era la que quería evitar y por eso lo estaba apresurando a buscar un taxi e irse enseguida.

—¿Quién era la señora? —preguntó notando como la irritabilidad vuelve a apoderarse del rostro de Sayen.

—Una típica vecina metiche —volvió a suspirar, cruzando los brazos y frunciendo los labios como si intentara contener los insultos que se atoraban en su boca.

—Hija que bueno que... —su madre quien salía desde la cocina secándose las manos se detuvo anonadada ante el inesperado invitado ¿Su hija Sayen ha traído a un hombre a la casa? Eso nunca pensó que pasaría y por eso su expresión que no logra borrar aun cuando su hija tose con disimulo para que deje de mirarlo casi como si fuera un bicho raro.

—Mamá, él es Felipe... uno de los que —"podría decirse"—... escritores para los cuales trabajo.

—Un gusto —respondió aquel sonriendo con amabilidad —. No pensé que tu madre fuera una mujer tan joven.

El secreto de LucianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora