Capítulo 10: Convalecencia

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La luz de la mañana siguiente, colándose por la ventana de aquella habitación, anunció al vigilante un nuevo día, y tratando de revisar en su cuerpo el conteo exacto de heridas, se dio cuenta de que un par de manos sostenían su diestra. Unas manos pequeñas, cálidas, cerca de una figura femenina de cabello oscuro que dormía como podía sentada en la silla, y con la cabeza en la orilla de la cama en una posición terriblemente incómoda.

Esas pequeñas manos, que guardaban la de él en un gesto de devoción tan antiguo como el mundo, parecían también albergar un extraño objeto. Entrelazado a las manos de ambos, un dije extraño, cuadrado, descansaba. Un nudo de bruja, que estaba intentando proteger a ambos de los males de este plano y del siguiente.

El vigilante alzó un poco la cabeza, y al mirar a la chica que dormía tan incómodamente en aquella silla, no pudo evitar sentir una punzada de emoción, que le hizo galopar el corazón a pesar de que aún no se sentía listo para revelarle a esa dulce...

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El vigilante alzó un poco la cabeza, y al mirar a la chica que dormía tan incómodamente en aquella silla, no pudo evitar sentir una punzada de emoción, que le hizo galopar el corazón a pesar de que aún no se sentía listo para revelarle a esa dulce mujer lo que él estaba sintiendo.

Sintió felicidad, una que le cubrió el corazón de alegría, y al mismo tiempo, sintió miedo, un miedo irracional y al mismo tiempo, entendible, el de ser herido.

Pero tratando de ser fuerte y apartar esas sensaciones que lo agobiaban, susurró, mientras removía la mano levemente para que ella despertara.

--"Ariadne

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--"Ariadne..."—Mientras alzaba la mano hacia la cabeza de la chica y le acariciaba el cabello levemente.

A lo cual ella rápidamente reaccionó, alzando la cabeza con rapidez como si hubiera despertado un zombie, y con la mejilla marcada con las arrugas de la manta y un ojo entrecerrado, ella murmuró. --"Si... si... que..."--

La reacción de la chica fue tan dulce, como si una niña de cinco años despertara, con el cabello revuelto y la barbilla babeada, que casi se pudo imaginar de nuevo a una Ariadne pequeña. Y tratando de contener la sensación de ternura y el brinco en su corazón que ese pensamiento le provocó, él sonrió con algo de sorna, burlándose.

El Farol en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora