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Victoria recorrió el pasillo de nuevo sin ser muy consciente de adónde iba. La intención de irse a casa se habia evaporado en el momento en el que la boca de Timothée se había fundido con la de esa chica. Se sentía confusa y enfadada, y ni siquiera sabía porqué. Quizá porque el beso de Timothée no habia sido la simple respuesta a su deseo. No, sino que había sido meditado, como si fuera una especie de ataque para ella.

No tenia sentido. Nada de aquello lo tenia. Pero así lo había sentido; habia perdido y ambos lo sabían. Pero, ¿a qué estaban jugando exactamente? ¿Hasta dónde llegaba el desafío que le había lanzado? ¿Dónde estaba el límite?

Llevó sus pertenencias, cámara incluida, a la entrada, dónde una chica se encargaba de guardar la de los invitados. Leo DiCaprio tenía hasta un servicio de guardarropa; era de locos. Luego se dirigió a una de las barras y pidió una copa. Un chico que no parecía tener más de veinte años se la sirvió haciendo malabarismos con la botella. Dio un trago largo, intentando disipar ese enojo que no comprendía, corriendo por sus venas a toda velocidad, sin control. Y no le convenía perder el control. Pero ahí estaba, fuera de ella y bebiendo de la copa como si estuviese en el desierto. No iba por buen camino.

—¿Mala noche? — le preguntó un chico que se habia acercado a la barra, observándola con atención.

Rubio. Ojos negros. Cuerpo de infarto. Y una sonrisa que abarcaba todo su rostro.

Victoria se encogió de hombros, apartándose el pelo de los hombros.

—Puede mejorar.

El chico le sonrió y entonces ella supo que acababa de tomar una decisión de la que, muy probablemente, se arrepentiría al día siguiente, pero para la que ya no había vuelta atrás.

El chico pidió una copa.

—Soy Mike — se presentó.

—Victoria — chocó su copa con la de él y ambos bebieron.

Y de esa manera aceptaba el reto que Timothée le había lanzado con los ojos mientras besaba a esa chica.

Y todo se complicó.

Y todo se complicó

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Estaba oscuro. Solo una pequeña rendija de luz se filtraba por la puerta. Olía a perfume caro de hombre, a madera y al champagne que se colaba por su escote.

—¿Qué estás haciendo?

Victoria se rio, sin poder controlar la risa, casi como si se le escapara a borbotones.

—¿Y a tí que te parece? — él acercó su boca y lamió el líquido de su piel.

Se rio de nuevo. Era agradable. El tacto de su lengua sobre su pecho. Sus manos suaves internándose por debajo de su camisa. La dureza bajo sus pantalones apretándose contra los de ella.

Díos... hacía mucho tiempo que no hacía algo asi. Tanto, que habia llegado a pensar que cuando llegase el momento, ni siquiera se acordaría cómo hacerlo. No obstante, vaya que si se acordaba...

—Tengo calor — susurró.

Él obedeció rápido, desabrochó los botones que aún cerraban su camisa y la desnudó. Su pantalón desapareció. Victoria se agarró a sus caderas con las piernas. Se sentía sexy, poderosa. Se sentía bien.

—Victoria...

Su nombre sonaba raro en sus labios. No le gustaba mucho. No era igual que cuando... no quería pensarlo. No debía pensar en él ni en el modo en que pronunciaba su nombre con esa voz áspera.

Lo odiaba. Y él a ella. Debia olvidarse de él y centrarse en lo que sus manos estaban tocando. Su pecho liso, musculado. Sus labios dejando un rastro en cada porción de piel que encontraba.

Dios... aquello se sentía realmente bien.

—Sigue...

Mike obedeció sin rechistar y empujó entre sus piernas. Se coló con facilidad, provocando que se olvidase por un momento de aquel otro chico que, para bien o para mal, parecía estar atado a cada uno de sus pensamientos desde que se había cruzado en su vida.

«Esto está bien. Me siento bien. Mike lo está haciendo realmente bien».

Se sentía casi flotando. Él se mecía, los movía a los dos y ella se agarraba a sus hombros mientras sentía sus dientes arañando su cuello. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Al instante se le aparecieron unos verdes, abrasadores y fríos a la vez si es que eso era posible. Llenos de sentimientos encontrados dirigidos hacia ella.

Con él en mente, cerró la piernas, empujando con fuerza con los talones para sentir a Mike más adentro.

Él gimió.

—Victoria...

No quería que hablara. Porque no soportaba que le recordara a Timothée. No queria pensar más en él, porque, a pesar del alcohol que invadía su cuerpo y de que estaba teniendo sexo en el cuarto de baño con un desconocido, no podía dejar de hacerlo. No lo entendía, pero era incontrolable. Y la enfadaba. Y la excitaba.

Le tapó la boca con la mano y lo apremió a que aumentara el ritmo. Entonces lo sintió, un cosquilleo que subía de intensidad hasta concentrarse en el vértice de sus piernas. Mike gruñó contra la palma de su mano y ella se dejó llevar con él, cerrando los ojos, mientras en su cabeza solo podía ver a otro hombre al acabar en silencio.

Se quedaron quietos, recuperando la respiración y, en el caso de ella  meditando sobre lo que acababa de ocurrir.

Y es que... se habia acostado con aquel chico que apenas conocía. Y, pese a todo, pese al placer, pese a la subida de autoestima asociada, las endorfinas y todo lo demás, pese a todo ello, se sentía mal. Se sentía... horrible consigo misma.

Apenas recordaba cómo había llegado hasta allí.

Habia visto a Timothée en la cocina y... sí recordaba el enfado. Esa rabia desmedida que no comprendia, porque no tenía que estar ahí, y ni siquiera después del orgasmo parecía haberse mitigado del todo.

Recordaba el reto lanzado con los ojos.

Después había aceptado las atenciones de Mike; un poco por gusto, otro poco por despecho. Se habia tomado unas copas. Timothée no aparecía, lo había buscado después de cada trago sin poder evitarlo, pero no había rastro de él. Y entonces llegaron los chupitos.

De lamer la sal de su mano, había pasado a su cuello; primero el de ella, luego el de él. Y del cuello, a la comisura de sus labios, y sin saber ni cómo ni porqué, su lengua estaba en su garganta. Sin pudor alguno. A lo loco. Casi desesperados. Él habia tirado de su mano, y allí habían acabado, en el cuarto de baño del interior de un dormitorio más grande que su piso entero.

Mierda.

Victoria suspiró y se dijo que era momento de salir de allí.

Cuando recuperó el ritmo normal de sus latidos y abrió los ojos, otros la observaban. Y no, no eran unos oscuros y risueños que acababan de disfrutar de un orgasmo, sino que para su sorpresa y estupor, eran verdes, fríos y contenidos; y lo hacian desde la puerta medio abierta de aquel cuarto. Los mismos que habían aparecido en su cabeza justo antes deshacerse en los brazos de Mike.

Los ojos de Timothée.

Vaya, ¡Su estúpida mala suerte cómo debia de odiarla!









Better Than Revenge || Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora