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La silla del trono del palacio de Keldabe era bastante imponente. Estaba hecha de piedra negra, con grabados antiguos que le daban un aire de fuerza y autoridad. Sobre la piedra, un vitral de colores vivos relucía bajo la tenue luz, aportando un toque de tradición y orgullo a la fría solidez del asiento. A Din le recordó el de Kalevala, el año pasado habían visitado el lugar para unas pequeñas vacaciones.

Nefer observó al marqués mientras varios ciudadanos exponían quejas, peticiones o simplemente presentaban respetos o regalos al actual gobernante de Keldabe.

En ese instante, un grupo específico de mandalorianos se acercó. Eran jóvenes, por su apariencia y voz, más jóvenes que el marqués. Habían arrastrado una pequeña jaula de metal, que parecía tener barrotes, aunque estaba cubierta con una especie de manta.

"¡Un cuerno de barro!" gritó uno de ellos, quitando la manta y revelando el animal. La armadura de todos era de color rojo y negro "Es pequeño, excelencia, pero creo que es el regalo más adecuado para usted. Qué mejor que tener en carne y hueso la representación de nuestro símbolo". El que hablaba tenía el cabello negro y ojos morados, con un porte orgulloso y, tal vez, algo arrogante.

Los jóvenes observaban a Din con atención, embelesados, sin poder creer que lo tuvieran frente a ellos. La armadura actual de Din era azul, como la de un duque, aunque con toques en negro. Su armadura de beskar sin pintar estaba guardada, utilizada solamente para cazar recompensas cuando Din decidía tomarse un respiro.

"¿Dónde lo encontraron?" preguntó con interés el joven mandaloriano de armadura azul sentado en el trono. Su postura era curiosa, pero había cansancio en sus ojos marrones.

"En un planeta del que nunca había oído hablar, excelencia. Tal vez el mismo en el que usted ganó su sello. La madre tenía dos crías, y pudimos robarle esta, aunque claro, no sin darle pelea primero". El líder del grupo parecía orgulloso de su trabajo. Din sabía lo difícil que era luchar contra un cuerno de barro, aunque no le pareció del todo correcto robarle una cría a una madre. Los chicos frente a él solo buscaban un halago, una felicitación por parte del líder de la ciudad.

"Es impresionante, tuvieron mucha suerte de no morir. Estoy agradecido por el regalo". Din se puso de pie, con la espalda adolorida. Llevaba horas sentado en el trono de piedra y esperaba que aquellas pequeñas audiencias ya finalizaran. "*Vor entye, Vod's Mando's*".

El líder pareció derretirse al escuchar el agradecimiento en su voz. Los labios del joven temblaron, y los otros integrantes del grupo parecían estar a punto de llorar. "*Gar cuyir*".

"Excelencia", lo llamó Nefer, acercándose. "Aun gran esfuerzo, merece una recompensa".

"N-nosotros no venimos en busca de recompensa; solo es un obsequio para su excelencia. El cuerno de barro ahora es nuestro símbolo, lo que nos identifica como ciudadanos de Keldabe", el líder del grupo se apresuró a hablar mientras enrojecía.

Din evitó reírse. "Aunque no busques gloria, es bueno que seas recompensado".

El líder pareció quedarse sin palabras y aceptó una pequeña bolsa llena de créditos que le había entregado el guardia personal del marqués. "G-gracias, excelencia, no era necesario".

Din sonrió. "Unos cuantos créditos extra siempre son bienvenidos. Gracias por su esfuerzo, chicos; espero verlos de nuevo".

Todo el grupo, incluido el líder, pareció quedarse sin palabras. Din estrechó la mano de cada uno de ellos y, finalmente, le regaló un pañuelo a la única mujer del grupo, que se había echado a llorar.

La odisea de Bo-Katan Kryze y Din DjarinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora